Francis Fukuyama, catedrático de economía política y autor de El fin de la historia y el último hombre, aseguró ayer que no ve incompatibilidad alguna entre el islam y el desarrollo de la democracia moderna, y citó como ejemplo de ello los casos de Indonesia, Turquía, Mali, Senegal y Malaisia.

Gran apologeta de la democracia liberal como la única forma de gobierno viable, Fukuyama, que acaba de publicar en España La construcción del Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI (Ediciones B), volvió a defender esa tesis durante un acto de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), presidida por José María Aznar, que siguió atentamente la conferencia que presentó la exministra de Exteriores, Ana Palacio.

Este economista, miembro del consejo de bioética del presidente George Bush, señaló cuatro principales desafíos del siglo XXI: el déficit democrático en los países islámicos, la unión del extremismo y las tecnologías que permiten el desarrollo de armas de destrucción masiva, el alejamiento de EEUU y Europa y la debilidad de los estados.

En su último libro, el pensador norteamericano defiende la construcción del estado como uno de los asuntos de mayor importancia para la comunidad internacional, al entender que los estados débiles causan parte de los problemas más graves a los que se enfrenta el mundo, como la pobreza o el terrorismo.

Según Fukuyama, no hay duda de que la parte del mundo con mayor déficit de democracia es la regida por el islam, aunque no tiene fundamento cuestionar la compatibilidad de la religión islámica con la democracia, dado que "las doctrinas religiosas siempre están sujetas a una interpretación política".

BIN LADEN De hecho, considera que Osama bin Laden hace suyas ideas que emanan del fascismo y el comunismo y no necesariamente de las enseñanzas del islam. Tampoco auguró conversiones masivas al islamismo, a la vista de que para muchos musulmanes la experiencia "no ha sido exitosa" en lugares como Afganistán o Irak. Auguró grandes cambios políticos en Irán, y situó en Arabia Saudí el "meollo" del problema. "Es un país desastroso", dijo, y citó la bajada de su renta per cápita, la corrupción política y la "pésima ideología" de un país que "flota en un lago de petróleo".

La unión de extremismo y armas de destrucción masiva es el origen, señaló, del 11-S, y foco de discrepancia entre Europa y EEUU, que ve en estos atentados una nueva forma de terrorismo mientras para los europeos es simplemente otra manifestación del terrorismo ya conocido.