Miles de niños, 10.000 según cifra Unicef, se han quedado huérfanos a causa del terremoto que hace 11 días devastó el norte de Pakistán, sin más esperanza ni futuro que un hospicio del Gobierno.

Hadir tiene cinco años y una mirada de profunda tristeza inscrita en sus ojos negros y sus párpados dañados por las cicatrices. Fue hallado con vida cuando lloraba sobre los cascotes de una casa derruida en una de las laderas norte del valle, tres días después de la tragedia, nos explica Saima, una enfermera paquistaní que se encarga de asistir a los niños que de momento no tienen familia.

"Creemos que sus padres han muerto. Nadie ha venido a reclamarlo y tampoco sabemos quienes eran sus padres. Lo más seguro es que perecieran bajo los escombros de la casa donde fue hallado, aterido de frío y muy asustado. Apenas habla aún. Si no tiene a nadie, me gustaría adoptarlo", confiesa.

Distinto es el caso de Amin, un niño de tres años atendido por médicos españoles en el campamento instalado en el valle de Arya, una zona remota en la que se cree que hay más de 19.000 víctimas entre muertos y heridos. Amin entró en el campamento en brazos de su padre, cuajado en lágrimas, con un pie, el derecho, totalmente destrozado.

Como Amin, más de 50.000 personas, muchos de ellos niños, van a quedar impedidas en Pakistán, con alguna extremidad atrofiada o lesiones lumbares de por vida.