El papa Benedicto XVI se puso ayer el tricornio de la Guardia Civil en un gesto espontáneo que no había sido previsto por el protocolo vaticano. El insólito hecho se produjo al final de la tradicional audiencia de los miércoles en la plaza de San Pedro, a la que asistieron unas 20.000 personas. Entre ellas, se encontraban, a título personal, el sacerdote y una decena de agentes de la academia de oficiales de la Guardia Civil de Aranjuez (Madrid), que le obsequiaron con el sombrero.

Cuando el Papa ya había dado por terminado el encuentro con los peregrinos y a bordo del Papamóvil se disponía a regresar a sus aposentos, un grupo de militares italianos de la Escuela de Equitación le organizaron una divertida encerrona.

Mezclados entre el público y sin haber sido previstos en los saludos oficiales, uno de los militares leyó unas frases y luego le entregó un colbacco, birrete militar antiguo. Benedicto XVI lo miró con cierta sorpresa y acto seguido, con las dos manos, se lo puso en la cabeza. Después se lo quitó y se lo pasó a un secretario. A pocos metros de los italianos, el grupo de guardias civiles se animó y el capellán de la academia del instituto armado, Ignacio María Doñoro de los Ríos, le entregó el tricornio de charol negro, tan característico del cuerpo de seguridad.

ENCIMA DEL SOLIDEO En un principio, el Papa no acertaba en adivinar la dirección con la que la pieza debía ser colocada, por lo que se lo miró a todos los lados en busca de la solución. En su ayuda se adelantó en aquel momento el sacerdote español, que le indicó la dirección correcta. Entonces, el Papa se lo colocó encima del solideo.

La anécdota confirmó los esfuerzos de Joseph Ratzinger para superar su tradicional reserva y presentarse en público de una manera más espontánea y parecida a su predecesor. Karol Wojtyla sorprendía repetidamente a sus seguidores, colocándose toda suerte de piezas que le ofrecían las gentes que encontraba en sus viajes. Existe incluso un calendario de años pasados que recoge las fotos de aquel papa con todos los sombreros que se puso en la cabeza durante su vida, desde el típico mexicano hasta el más estrafalario de una tribu de una isla de Oceanía, donde fue recibido en una especie de parlamento local, en el que lucía visiblemente un cartel con la advertencia: Dejar las lanzas fuera.