El miedo al tan debatido choque de civilizaciones ha llegado a la fiesta de moros y cristianos. En Bocairent (Valencia) y Beneixama (Alicante), las multitudinarias celebraciones incluían una curiosa tradición que se lleva repitiendo desde hace siglo y medio. La reconquista del castillo por el bando cristiano culmina con la destrucción con petardos de una efigie de cerca de tres metros llamada la Mahoma. Todos los años, menos este.

Tras los graves disturbios del pasado enero a raíz de la publicación de unas provocativas caricaturas del profeta del Islam en una revista danesa, los organizadores de estas fiestas comenzaron a plantearse si merecía la pena continuar con la tradición cuando una parte del mundo árabe tenía la sensibilidad a flor de piel. Tanto Beneixama como Bocairent decidieron que no convenía caldear los ánimos.

Es difícil encontrar en ambos pueblos personas que quieran opinar públicamente sobre este asunto. Todos quieren dejar claro que la demolición de la efigie no tiene ningún propósito ofensivo --"es solo un muñeco que simboliza el bando moro, no lo vemos como Mahoma", dicen--, que solo se trata de una parte, y no la más importante, dentro de las fiestas y que su decisión no está motivada por amenazas.

"Duele que una tradición que se viene repitiendo desde hace tantos años pueda desaparecer, pero también hay otros elementos de la fiesta que han evolucionado", dice María Mercedes Molina, miembro de la comisión de fiestas de Beneixama. "Si toca modernizar, toca modernizar, siempre que la fiesta no se desvirtúe. Aun así, hay gente que ha protestado", dice.

El uso y posterior destrucción de la efigie de la Mahoma era común en muchos pueblos de Alicante hasta que el Concilio Vaticano II dijo aquello de "la Iglesia mira con aprecio a los musulmanes, que adoran a un solo Dios". Algunos pueblos dejaron de usar la figura y otros ya no la destruían. "Es un tema muy, muy delicado", reconoce Agustín Belda, expresidente de la junta de fiestas de Bocairent. "La polémica con el islamismo hace que estas cosas den qué hablar, pero queremos evitarlo", opina Belda. "Tal y como están los ánimos, conviene andar con pies de plomo", dice.