El mercurio de los termómetros ha experimentado este año una subida sin precedentes. Bien lo saben los moscovitas. La capital de Rusia suele asociarse con estampas gélidas, pero eso no es lo que ocurrió el pasado mayo. En una ola de calor que se extendió por las partes central y occidental del país eslavo, los habitantes de Moscú padecieron el 28 de ese mes temperaturas que rondaron los 33 grados, las más altas desde 1891. En Ucrania también la canícula pegó con fuerza.

Poco después, entre junio y julio, dos olas de calor golpearon el sureste de Europa. Decenas de personas fallecieron y los bomberos tuvieron que trabajar sin pausa para extinguir incendios que devastaron miles y miles de hectáreas. Las fuegos de Gran Canaria y Tenerife son los casos más recientes. Fueron intencionados, pero sus efectos se intensificaron debido a las elevadas temperaturas. Poco antes de que las llamas destrozaran parte del archipiélago, el 23 de julio, los termómetros alcanzaron los 45 grados en Bulgaria. Otro nuevo récord en un año plagado de plusmarcas meteorológicas.

Las cifras de decesos ocurridos en el 2007 a causa de la ola de calor, sin embargo, están lejos de la registrada en Francia en agosto del 2003. Ese mes murieron en el país vecino alrededor de 15.000 personas como consecuencia de las altas temperaturas, 3.500 en París.

Pero los grados celsius también se dirigieron hacia abajo de forma inusual. En Argentina, el 9 de julio, los bonaerenses contemplaron la primera nevada sobre la ciudad desde 1918. El 27 de junio, en Suráfrica nevó copiosamente.