El presidente peruano, Alan García, amenazó ayer con imponer el toque de queda en Pisco, Chincha e Ica, las zonas devastadas por el terremoto del miércoles, que causó al menos 615 muertos, y sometidas en las últimas horas a una ola de saqueos, pillaje y vandalismo. "Cuando se pone orden, se pone orden disuasivo, y si eso no es suficiente se pone orden enérgico y físico, cueste lo que cueste", dijo. El toque de queda es una medida extrema para la zona, donde hay más de 16.000 casas destruidas y otras tantas familias afectadas. Según García, se aplicará "si así fuera necesario".

Al millar de militares y policías enviados ya, ayer se decidió añadir otro millar. "Que no se entienda esto como una amenaza a la gente", remarcó García. Al mismo tiempo el Gobierno decidió imponer algunas restricciones en la carretera Panamericana Sur, donde fueron saqueados numerosos medios de transporte que llevaban alimentos para las víctimas del seísmo.

DORMIR A LA INTEMPERIE La noche en Pisco, la ciudad más afectada por la destrucción, tiene sobre sus abatidos pobladores los efectos de una ruleta rusa. Muchas familias decidieron dormir en las calles, a la intemperie, por miedo a que las casas se terminen de caer con ellos adentro.

Y las calles de Pisco no son un paseo. Los asaltos y escenas de violencia se han vuelto moneda corriente en la oscuridad. Soldados de guardia se vieron obligados a disparar al aire para disuadir a los saqueadores. En Chincha trataron de robar equipos quirúrgicos de un hospital de campaña. Y en Ica intentaron robarle a la oenegé Caritas.

La fuga de 600 presos del penal Tambo de Mora, en Chincha, después que los muros de la cárcel se derrumbaran por el seísmo, ha agregado aquí otra cuota de zozobra. "Imagínese, entre ellos hay violadores, asesinos. ¿Cómo nos vamos a defender?", se preguntaba un socorrista. A él le tocó remover los escombros con las manos. Otros pudieron rescatar de la iglesia de San Clemente a un bebé de ocho meses.

Pero con esas manos no basta y la técnica que se utiliza en Pisco es escasa. Ayer, García le pidió a las empresas constructoras "que se benefician del auge de la construcción" que presten sus máquinas para ayudar a retirar los desechos.

Un nuevo peligro asomaba en Pisco, una ciudad sin morgue y donde la descomposición de los cuerpos puede abrir las puertas a enfermedades infecciosas. Soyla Palomino trabajaba en el hospital de Pisco. El edificio quedó reducido a la insignificancia, como su casa. "Yo sé lo que es la bioseguridad. Ya vendrán las epidemias", declaró a este enviado. "El problema no es solo los muertos, sino la falta de agua y los residuos fecales", reconoció el ministro de Salud, Carlos Vallejos. Pisco huele también a orín y heces. La ayuda sanitaria internacional es vital para contener esos peligros. Ayer llegó un avión español con equipos de campaña, mantas, sacos de dormir y otros elementos.

García rechazó que el Estado haya respondido con lentitud a la situación. "Podemos decir con satisfacción que, de no haber transferido a Lima a los heridos, podrían haber muerto muchos más. Ahora están ya en los mejores hospitales. Hemos cumplido con traer ataúdes y facilitar los entierros, algo que da mucha tranquilidad a la familia después de la pérdida irreparable, y creo que tenemos una forma ordenada de entregar alimentos", aseguró el presidente.

Pero la gente se queja de que los víveres y el agua no llegan en tiempo y forma. Aumentan las escenas de ira y lucha por la escasa y mal distribuida ayuda entre la población desabastecida. Hay temor a que se desencadenen protestas. El presidente peruano pidió al país más y "generosas" donaciones.

"Esto es para Perú lo que el Katrina representó en EEUU", aseguró el presidente del Congreso, Luis González Posadas. García echó mano de la clásica película sobre la guerra civil española para describir el estado de las cosas: "Esto es como Morir en Madrid", señaló a la prensa en la plaza de Armas de Pisco.