Volquetes. Excavadoras. Grúas. El Gobierno peruano se preparaba ayer para emprender los trabajos de desescombro en Pisco, Chinca e Ica, las ciudades más afectadas por el terremoto, donde las esperanzas de encontrar más supervivientes ya eran casi nulas. Cientos de policías y soldados armados con fusiles patrullaban las calles para frenar los saqueos. Mientras, amplias zonas rurales seguían sin recibir ayuda y sumidas en una situación desesperante.

Las imágenes de la destrucción en Pisco saturan las pantallas. Allí, a 240 kilómetros de la capital, los médicos españoles esperaban ayer que llegaran sus equipos y enseres, atrapados en Lima. "Aunque nos piden asistencia, no podemos darla", lamentó la doctora Ana Caravaca, de la oenegé SAR. Pisco es el corazón de la desgracia que enluta a este país. Pero más allá del asfalto ajado por el temblor, en el campo, miles de familias, en su mayoría cultivadores de arroz y algodón, han recibido poca o ninguna ayuda humanitaria.

Las casas de adobe de pueblos como Humay y Montesierpe se redujeron a polvo. Sus habitantes ya no tienen con qué alimentarse ni qué beber. La oenegé Oxfam Internacional dio ayer una angustiosa voz de alarma y anunció que en breve atenderá a 2.000 de estas familias. "Nuestro equipo ha llegado tan lejos como ha podido por carretera, hasta que la encontró totalmente bloqueada porque un cerro se derrumbó sobre ella. Vimos a gente caminando en busca de comida, y también a personas tratando de llegar a las comunidades de las zonas altas andinas, porque no tenían noticias de sus familias", dijo Sergio Álvarez, su coordinador en Perú.

DESLIZAMIENTO La carretera Libertadores-Wari, que une a Ica con Huancavelica y Ayacucho, se inicia en San Clemente, a las puertas de Pisco, y alcanza la sierra. Un recorrido también repleto de postales de la devastación. Quedó inutilizada a la altura de Pantayco durante 70 horas por un deslizamiento. Decenas de camiones con ayuda permanecieron detenidos. El panorama del caserío de Miraflores, cerca del río Humay, era similar. Allí residían unas 45 familias. José Santiago García, presidente del Centro Poblado, dice que nadie vino a socorrerlos. Ni siquiera para enterrar a su único muerto, una chica de 17 años. "Pedimos disculpas. La población debe entender las enormes dificultades que afrontamos. Hacemos lo que podemos. Ya llegaremos con la ayuda", manifestó el primer ministro, Jorge del Castillo.

La posibilidad de seguir encontrando supervivientes en las ciudades más castigadas había sido descartada ayer por bomberos peruanos y socorristas españoles. "Hemos pasado la primera fase de localización de los vivos y también la fase de localización de los cadáveres", dijo Moisés Telloch, de la oenegé española Intervención, Ayuda y Emergencia. "No hay que perder completamente la esperanza", dijo sin embargo Fredy Reyes, de un grupo de rescate con perros procedente de Chile.

El presidente colombiano, Álvaro Uribe, visitó ayer Pisco y vaticinó su pronta recuperación. Su optimismo contrastaba con las escenas de desgarro de una ciudad en la que ya no había ataúdes para enterrar a los muertos. "El peor de los males es la desesperación", dijo ayer en su homilía el cardenal Juan Luis Cipriano. Pero la desesperación superaba cualquier consuelo espiritual o acto de contrición.