Al agente Percy Tayasico le encomendaron una misión especial: vigilar los colchones que se secan al aire libre, fuera del penal de Tambo de Mora. Se le ordenó ser implacable a la hora de resguardar los bienes carcelarios. "Todavía hay muchos robos", dice, con su vista de lince puesta en las literas.

El presidio está en la calle Santo Domingo, a unos 200 metros de la costa. Tayasico estaba de guardia aquel miércoles, cuando la tierra se columpió. Y después, dice, llegó el mar enloquecido. Los oídos de Tayasico aún guardan las reverberaciones de aquella noche, cuando se fue la luz, y comenzaron los gritos infernales. Luego supo que el seísmo derribó paredes internas y los muros del perímetro de la cárcel. Por allí se fugaron 600 presos.

Había de todo en sus pabellones: narcotraficantes de la banda de los colombianos, homicidas, violadores, ladrones de gallinas. "Es mentira que el director del penal los dejase salir", corrige.

Algunos de los penados se evadieron para comprobar cómo se encontraban sus familias. Manuel, uno de ellos, dice que comprende algunos casos de desesperación. Hubo gente, dice, que no se escapó. Solo quiso saber qué había pasado con su familia en Pisco, y por eso se fue hasta la ciudad más golpeada por la catástrofe eludiendo persecuciones, disparos, camuflándose entre los demás, cabizbajos a veces, para ver con sus ojos a sus seres queridos, o a enterrarlos.

La ministra de Justicia, María Zavala, aseguró que 106 de los fugados fueron capturados, y otro tanto regresó voluntariamente al penal para no ser considerados prófugos de la justicia. Algunos de ellos estaban próximos a cumplir su condena. "Mi esposo estaba preso por robo, y vino el lunes", recuerda Elizabeth, que ayer aguardaba su turno de visita. "Pero otros de los que se fugaron andan por acá, a la luz del día, a grupitos; siguen merodeando; por eso, de noche hacemos rondas y nos protegemos con palos", relata Emilio Díez, dirigente de pescadores de este distrito de 4.000 habitantes, al acabar la guardia.