Ha muerto Paco Canós, un hombre bueno, sencillo, afable y servidor, amante del silencio y de la soledad, no como una ´mónada´ sin ventanas, sino abierto a la amistad y a la convivencia. Autodidacta por vocación, mecánico excelente, maquetista excepcional y, más tarde, pintor. Entre los muros de su espaciosa casa se cobijaba toda suerte de arte y artesanía, cuadros y barcos navegando juntos en la tranquilidad de su alma y para deleite de familiares y amigos.

Sobrio en el hablar, serio en el hacer, discreto, siempre asomaba una sonrisa franca que transmitía la vitalidad de un trabajador incansable y dispuesto. Le conocí mejor cuando yo era un jovencito inexperto (¿alguna vez uno llega a experto?) y recuerdo inolvidables anécdotas de servicio y atención a los demás, con los rasgos de fidelidad en el trabajo con el que compartí algún tiempo en la misma empresa con entrañable amistad.

Ayer descansó en la paz del más allá, tras años de vida sana, cortada cuatro meses antes de su muerte. Plácidamente, sin vanas alharacas, con la discreción que caracterizó su vida, entregó su alma. Sicut vita finis ita, dicho con noble sentido.

Henri Bouché