Cualquiera que se tome la molestia de echar un vistazo al trazado de la carretera Panamericana verá que el sueño de conectar por vía terrestre todo el continente está incompleto. Sigue estándolo, para ser más precisos. La carretera, cuyo primer esbozo fue hecho público en 1923 en la Conferencia de Estados Americanos, baja desde Alaska hasta Panamá, y sube desde Argentina hasta Colombia, pero hay un tramo, en la frontera entre estos dos países, que nunca ha podido ser salvado: 110 kilómetros de selva, en algunos casos virgen, que forman parte del que se conoce como tapón del Darién. Los gobernantes colombianos de los últimos 20 años habían pasado de puntillas sobre el tema, que interesa poco o nada al ciudadano, pero el presidente Álvaro Uribe, considera que es de una importancia capital y lo ha dicho en varios discursos, el último de ellos pronunciado en el marco de la Conferencia Anual de Ejecutivos de Empresa, en Panamá. Y de momento ha logrado que se vuelva a hablar de ello.

"Me da mucha tristeza que mi generación vaya a llegar a la hora postrera y que esa carretera no esté abierta", declaró Uribe ante los empresarios panameños. Plenamente enterado de la media docena de buenas razones que han impedido construir ese tramo minúsculo (110 kilómetros de un total de 27.000), el presidente sabía que iba a abrir la caja de los truenos. "El desarrollo en sí mismo, en abstracto y sin relación con su entorno, el desarrollo cifrado en megaproyectos y meras ganancias económicas, no es un objetivo que todos compartamos", criticó unos días más tarde el influyente periódico colombiano El Espectador.

El tapón del Darién ha funcionado desde siempre como una frontera natural que ha impedido la propagación de la fiebre aftosa --enfermedad epidémica y muy contagiosa que afecta al ganado-- más allá de las fronteras suramericanas, y esa fue la principal razón por la que el Gobierno de EEUU evitó que el proyecto se llevara a cabo. Además, pavimentar un terreno que es casi en su totalidad pantanoso suponía dificultades añadidas y una mayor inversión. Luego aparecieron los ecologistas, argumentando que castigar al Darién con una carretera significaba poner en jaque un ecosistema único en el planeta. Finalmente, algunas oenegés recordaron que en el lugar habitan varios grupos indígenas, y que lo único que haría la Panamericana sería echarlos de sus hogares.

GUERRILLEROS Y no son los únicos impedimentos. Con el aumento de los flujos migratorios, Washington teme que una carretera sin brechas facilite el tránsito de inmigrantes suramericanos hacia México, de la misma manera que teme, con Colombia consolidada desde hace décadas como reducto del narcotráfico, que termine por dar nuevos bríos a una ruta que ya es utilizada para el comercio ilegal de droga. Guerrilleros colombianos han luchado desde comienzos de los 90 por el control de este territorio, por donde salen las drogas y entran las armas de las que se alimenta el conflicto.

"En el tapón del Darién, en los límites con Panamá, se ha extendido el frente 5 de las FARC, al que se suman a lo largo del Chocó los frentes 30, 34 y 57 --escribió Danielle Castillo, investigadora de la Universidad Nacional de Colombia, en el 2004--. La caracterización de la región del Darién y del Urabá chocoano como zonas estratégicas para el tráfico de drogas y armamento, además de ser vía marítima directa al golfo de Urabá, son la razón para el aumento del control por parte de las FARC, que además se ve motivada por las perspectivas de la Panamericana, vía que les brinda otro punto de intercambio comercial".

Una de las razones que esgrime Uribe cuando habla de acabar la carretera es precisamente que esta carretera expulsaría a los violentos. Pero tal vez su principal motivación, según indican los expertos, es abrir una nueva vía de intercambio comercial para cuando entre en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos.