En un valle rodeado de pinos y encinas, a unos 50 kilómetros al oeste de Madrid, sobresalen seis antenas gigantes que miran hacia el cielo. Forman parte del Deep Space Network (red del espacio profundo), el sistema de comunicaciones más grande y sensible del mundo, desarrollado por la NASA para recibir información de las sondas con las que explora el sistema solar.

La agencia espacial eligió la ubicación de los receptores madrileños, en el término municipal de Robledo de Chavela, por su situación estratégica. Están interconectados con las estaciones de Canberra, en Australia, y Goldstone, en el estado de California, de forma que, a medida que gira la Tierra, siempre haya un centro que pueda comunicarse con ingenios espaciales.

La capacidad tecnológica de la instalación española (Madrid Deep Space Communications Complex), la única que la NASA mantiene en el país, le ha permitido intervenir en los hitos más importantes de la conquista del espacio. Por ejemplo, en 1966, el Lunar Orbiter 1 trasmitió a la estación la primera fotografía de la Tierra tomada desde la Luna. Además, un receptor ubicado inicialmente en Fresnedillas de la Oliva (también en Madrid) y que ahora está en el complejo fue clave para que el hombre pisara el satélite. "Sin las vitales comunicaciones mantenidas entre el Apollo 11 y la estación madrileña de Robledo de Chavela, nuestro aterrizaje en la Luna no habría sido posible", afirmó el astronauta Neil Armstrong. Más recientemente, lograron conectar con el robot Spirit cuando vagaba incomunicado por Marte.

Ahora solo cuatro de las antenas están operativas. Las antiguas se conservan como piezas de museo. De los receptores operativos, el mayor tiene 70 metros de diámetro. Solo tres en el mundo le igualan. Según explicó el representante de la NASA en España, Anthony Carro, si hubiese otra misión tripulada a la Luna, cualquiera de las antenas podría comunicarse con los astronautas, dado que los datos enviados desde el satélite solo tardan un segundo en llegar a la Tierra.

Sin embargo, la señal de las sondas Voyager 1 y Voyager 2, que después de visitar Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno buscan medir el confín del viento solar, tarda 24 horas en llegar. El director de estaciones espaciales del INSA, empresa pública española que opera las antenas, Isaac Domínguez, puso como ejemplo que, a esa velocidad, se tardaría un año en recibir una canción y siete siglos en descargar una película.

El pequeño museo del complejo alberga algunas joyas, como el aero-gel, sustancia sólida pero con propiedades parecidas al humo.