Ala historia del circo de Mónaco ya solo le faltaba este último episodio titulado Novia a la fuga. Es tradición de la familia Grimaldi salpicar el árbol genealógico de emociones inquietantes. La hermosamente torturada Grace Kelly fue novia a la fuerza. Carolina, ay, Carolina, novia fugaz que sentó la coronilla al segundo intento. Estefanía, novia sin domesticar. De Alberto siempre se intuyó que quería vestir el traje de las bodas de sus hermanas, aunque luego admitió que tenía dos hijos de madres y continentes distintos. Ahora se ha decidido por el chaqué para llevar a una nadadora africana (blanca) al altar. Pobre Charlene. ¿Qué habrá descubierto en el pasado de su ¿futuro? esposo como para poner pies en polvorosa? Caben todo tipo de especulaciones.

Lejos de la ecuación facilona (la novia ha descubierto que Alberto es un apóstol de la bisexualidad) hay que fijar el objetivo en ese principado de pastel, tan fallero, tan de vodevil. Donde Carolina recuerda al difunto Casiraghi y aguanta las coces del hígado de Ernesto de Hannover. Donde Estefanía juega a los trapecistas y los domadores. Donde papá Rainiero lucía la mueca del payaso triste desde mucho antes de que Moncho Alpuente lo perpetuase en estrofa para gloria de la bella Carolina. En Montecarlo dan miedo hasta los crupieres de los casinos.