Cuando tenía 30 años, Carlos Fuentes tuvo la visión de su mejor personaje, Artemio Cruz, un poderoso industrial y político que agonizante ve pasar por su imaginación la historia entera de México mientras su cuerpo deja de responderle. La muerte, ayer en Ciudad de México a los 83 años, ha sido mucho más compasiva con el que ha sido considerado el escritor más influyente de su país y también el más ambicioso.

Una súbita hemorragia masiva se llevó ayer al autor de las monumentales, por extensión y por intenciones, La región más transparente y Terra Nostra. Hace poco menos de diez días el autor había visitado la Feria del Libro de Buenos Aires derrochando vitalidad y señorío y el pasado mes de septiembre pasó por Barcelona para presentar los que serán ya irremisiblemente sus dos últimos libros publicados en vida, Carolina Grau y La gran novela latinoamericana.

Las actividades diplomáticas del padre de Carlos Fuentes provocaron que el futuro escritor naciera en Panamá en 1928. A los 16 años se instaló en Ciudad de México y logró situarse en el Olimpo de las letras mexicanas.

Pese a su incesante trabajo que le ha llevado a recibir algunos de los premios más importantes de las letras hispanas, como el Cervantes y el Príncipe de Asturias incluidos, a Fuentes se le resistió el Nobel que sí consiguieron sus compañeros de filas García Márquez y Vargas Llosa. “Tampoco Borges, Proust o Joyce lo lograron”, decía para lamerse las heridas. Y es que a Fuentes le gustaba estar en esa liga. H