Si el festival de Cannes es el Olimpo cinematográfico, entonces Michael Haneke es, desde anoche, su nuevo Zeus. El triunfo obtenido en el certamen francés por su nueva película, Amour, lo incorpora a ese selecto grupo de cineastas --solo siete miembros, entre ellos Coppola, Kusturica y los Dardenne-- que cuentan en su haber con dos Palmas de Oro. Pero no solo eso. Haneke es solo el segundo director en toda la historia que obtiene tan mayúsculo premio con dos películas consecutivas. Bille August lo logró antes que él, pero hoy August es un fantasma del pasado. Así pues, la cinefilia tiene desde ahora un nuevo Dios a quien adorar.

Era de esperar que así acabara sucediendo, porque Amour fue favorita para alzarse con el triunfo desde que se proyectó, y con motivo: se trata de una meditación terrorífica y devastadora sobre la vejez, la enfermedad y la muerte, y sobre el significado del amor incondicional. Es, además, la película más completa de un director que hasta ahora había diseccionado con precisión quirúrgica los pliegues más oscuros de la condición humana, pero nunca antes lo había hecho con tanta compasión y tanto humanismo. Nanni Moretti y el resto de jueces mostraron gran valentía al ignorar el hecho de han pasado solo tres años desde que Haneke obtuvo su primera Palma de Oro gracias a La cinta blanca.

Sin embargo, mucho más discutibles son el resto de sus decisiones, sobre todo la de otorgar a Reality el Gran Premio Especial del Jurado, segundo galardón en importancia. Primero, porque la película de Matteo Garrone comete el peor pecado que una sátira sobre la obsesión moderna por la fama puede cometer: es inofensiva. Segundo, porque significó privar del galardón a la película que más lo merecía: Holy Motors, de Leos Carax, la obra más revolucionaria de cuantas han pasado por Cannes, salvaje, demente y tan cautivadora que no solo rompe las reglas narrativas básicas sino que las reinventa.

Los jueces ni siquiera incluyeron en el palmarés al actor Dennis Lavant, a pesar de que en Holy Motors se muestra simplemente portentoso dando vida a nada menos que a 11 personajes. El premio al mejor actor fue en cambio a parar al danés Mads Mikkelsen, que en The hunt da vida a un hombre injustamente acusado de abusar de una niña. Su interpretación es impecable, pero un palmarés no debería dar cabida a las malas películas, y la nueva de Thomas Vinterberg es una de las peores.

ERRÁTICO PALMARÉS // Nada que objetar, en cambio, al galardón concedido ex aequo a las actrices Cosmina Stratan y Cristina Flutur, protagonistas de la nueva película de Cristian Mungiu, Beyond the hills. Su excelente trabajo, eso sí, no estaba a la altura del de Emmanuelle Riva en Amour, en la piel de una anciana arrojada al ocaso físico y mental. El jurado quiso redondear su recompensa a Mungiu otorgándole el premio al mejor guión, aunque el riguroso dominio formal y narrativo del rumano lo hacían más idóneo para el título de mejor director. Que en esa categoría el elegido en cambio fuera el mexicano Carlos Reygadas, autor de gran talento que, sin embargo, este año ha firmado su peor película (Post tenebras lux), solo confirma el despiste general de los jueces.

El errático palmarés parece, en todo caso, la culminación lógica de una 65ª edición que será recordada más por las insistentes lluvias; o, cómo no, por la aberrante imagen que dejó sin habla a todo el festival: Nicole Kidman regalándole una lluvia dorada a Zac Efron en The paperboy. H