Los chilenos no se ponen de acuerdo sobre el origen de la palabra Coquimbo, con la que se denomina la región más afectada por el terremoto de la noche del miércoles. Unos dicen que proviene del pueblo diaguita. Otras creen que es de acepción quechua. Pero nadie duda de su acepción: coquimbo quiere decir “lugar de aguas tranquilas”.

Los habitantes de esa ciudad puerto y los del adyacente balneario La Serena debieron percibir una perturbadora y desesperante incongruencia entre el nombre de la región y lo que sucedía en sus costas: las olas llegaron a ser de 4,5 metros de altura como consecuencia del tsunami. El terremoto, de 8,4 grados en la escala de Ritcher, volvió a enfrentar a Chile con la violencia telúrica.

Como consecuencia del sexto seísmo en intensidad en una historia de estremecimientos, murieron 10 personas. El seísmo tuvo una inusual duración de tres minutos. Y después, vinieron 97 réplicas, una de ellas de 7 grados. Un millón de personas fueron evacuadas. Unos 243.000 hogares se quedaron sin luz.

Todo comenzó a las 19.54 horas en una noche que parecía normal. Pero del mar llegaron esas olas gigantes mientras la tierra se revolvía, los edificios inteligentes se curvaban y las casas pobres de adobe se agrietaban o caían.

El terremoto devuelve a la sociedad a la cultura de la fatalidad. La tierra es otra manera de fijar una frontera en Chile, la que establece la violencia tectónica. La historia del país se escribe también con la fecha de los desastres. H