Al Festival de Cannes la fiesta de cumpleaños le está saliendo rana. Primero le estalló la polémica en torno a Netflix; nada más empezar el festival les llovieron las críticas por las aparatosas -aunque no efectivas- medidas de seguridad; días después empezaron a acumulárseles retrasos y problemas técnicos. Y hoy Michael Haneke, el autor más laureado de su programación -uno de los pocos cineastas que han ganado la Palma de Oro dos veces-, ha traído al certamen algo de lo que a estas alturas parecía incapaz: una película fallida.

En 'Happy end' el austriaco ataca la podredumbre moral de la clase burguesa, y para ello se va colando en las grietas que resquebrajan la fachada de una familia de ricos industriales del norte de Francia. El título es, obviamente, irónico: Haneke y los finales felices casan tanto como los cuadros y las rayas.

La película pasa la mayor parte de su metraje cociéndose a fuego lento y presentando a los diferentes miembros de la prole, y la sucesión de diferentes puntos de vista apenas deja espacio a las historias individuales. Como de costumbre, Haneke está más interesado en ir creando una atmósfera que invita a pensar en los estallidos de violencia como algo inminente.

También de forma previsible, el rigor formal del que el director hace gala para establecer ese clima resulta imponente; lo que sorprende es que, en esta ocasión, no haya rastro de ese foco y esa precisión a nivel temático y de estructura narrativa. 'Happy end' quizá nos quiera hablar de la indiferencia de Europa ante los refugiados, y de cómo esa actitud contamina a las nuevas generaciones. O quizá no. Haneke acumula líneas argumentales que no avanzan ni conectan de forma particular, y el resultado es una película que apuesta por laambigüedad pero más bien se percibe incompleta.

De hecho 'Happy end' no es tanto una película como unrecopilatorio de Grandes Éxitos del cine previo del austriaco. Contiene la psicopatía infantil de 'La cinta blanca', la eutanasia de 'Amor', las alusiones a clases altas amenazadas de 'Caché', el miedo racial de 'Código desconocido' y las reflexiones sobre el peligro de la imagen filmada de 'El vídeo de Benny' -aquí matizadas con advertencias sobre cómo internet y las redes sociales pervierten las relaciones amorosas-. Es una obra indudablemente hanekiana, pero no parece obra de Haneke sino más bien de un imitador.

LANTHIMOS, EL RIVAL A BATIR

Con 'Canino', la película que lo puso en el mapa internacional, el griego Yorgos Lanthimos creó un método cinematográfico personal e increíblemente perturbador basado la creación de un mundo alternativo sometido a normas tan absurdas como opresivas. Tras repetirlo en 'Alps' primero y en' Langosta' después, no solo pareció quedar claro que el director había convertido aquel método en fórmula, sino que surgieron dudas sobre si era realmente capaz de hacer otra cosa. Hoy Lanthimos nos ha borrado esas dudas con un puñetazo en la cara: 'The killing of a sacred deer', su quinta película y favorita desde ya a la Palma de Oro.

Un carismático cirujano (Colin Farrell) se ve obligado a hacer un sacrificio impensable a medida que su vida empieza a desmoronarse, una vez el comportamiento de un adolescente al que toma bajo su tutela se vuelve siniestro. Esa es la sinopsis que proporcionan las notas de producción, y desvelar siquiera un detalle más del argumento sería estropear el demoledor impacto que descubrirlo frente a la pantalla produce. Digamos tan solo que es la historia de un hombre que comete un error y como consecuencia es víctima de un castigo bíblico. Ya sabemos cuanta crueldad y cuanto sadismocontienen las sagradas escrituras.

Si en las películas previas de Lanthimos la respuesta del espectador estaba supeditada a su capacidad para resolver intrincadas lógicas internas, aquí no se nos da otra opción que la sumisión. Imposible permanecer ajeno a la máquina precisa, sistemática e implacable degenerar tensión que Lanthimos probablemente aprendiera a manejar viendo las películas de Stanley Kubrick. Agresivos ángulos y opresivas composiciones espaciales que aplastan al cirujano y su familia, sonidos estridentes y ominosos desde la banda sonora que marcan el ritmo de nuestros latidos, movimientos de cámara lentos y persistentes que acosan a los personajes y vehiculan el destino que se va cerniendo sobre ellos.

A la atmósfera asfixiante sin duda contribuye el calculado hieratismo de las interpretaciones. Colin Farrell, Nicole Kidman y el resto de actores recurren a la misma expresión, o en realidad a la falta de ella, ya sea para decirse cosas bonitas o para hablar de las transaminasas. Más que seres humanos, parecen robots o alienígenas que reproducen actitudes humanas cuyo significado no entienden. Y la impasibilidad de la que ello dota sus revelaciones más sorprendentes y sus actos más brutales los hace aún más demoledores. Los personajes de Lanthimos, es cierto, siempre se han comportado así, aunque los objetivos esta vez son distintos. Si sus películas previas eran ante todo intelectualmente deslumbrantes, 'The killing of a sacred deer' es también emocionalmente demoledora; en lugar de conformarse con hacernos explotar la cabeza, aquí además nos estruja el corazón.

El hiperactivo Hong Sangsoo

Decir que debería haber un festival solo para las películas de Hong Sangsoo es exagerar, pero no mucho. En lo que va de año -estamos en mayo-, el coreano ya ha estrenado tres películas. La segunda de ellas, Claire’s Camera -un delicioso cuento de hadas que rodó con Isabelle Huppert en las calles de Cannes hace justo un año-, fue presentada en este festival ayer mismo fuera de competición. Y la tercera, 'The day after', es la última de las candidatas a la Palma de Oro presentada hoy.

En ella Hong vuelve a manejar los elementos que maneja siempre. Habla de infidelidades e infidelidades confusas y de lo cobardes y miserables que en general son los hombres; se estructura a partir de repeticiones y recurre a largos planos secuencia para capturar conversaciones regadas de alcohol. Posiblemente eso signifique que será adorada por los fans más acérrimos del director, a pesar de que se cuenta entre sus trabajos más difusos y desgarbados. La próxima sin duda le saldrá mejor, y no tendremos que esperar más que unos meses para verla.