El pasado enero Paula Bonet (Vila-real, 1980) colgaba un tuit con un selfi con este texto: “Autorretrato en ascensor con embrión con corazón parado". Lo acompañaba de una pintura alegórica de Louise Bourgeois y de un ‘post’ que pretendía romper tabús sobre los abortos espontáneos. Era la segunda vez que, estando embarazada, el feto había muerto. “Fue intuitivo e impulsivo. Decidí contar en las redes lo que me había pasado. Sabía que traspasaba una línea muy personal, pero lo que no se nombra no existe y quise mostrar las tinieblas y esa zona oscura donde los hombres no entran y sobre las que incluso a las mujeres nos cuesta hablar”, confiesa, meses después, la popular artista castellonense. Presenta su obra más íntima, ‘Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión’ (Literatura Random House), un libro objeto que, por un lado, es un animalario en formato acordeón, donde pintó un castor, una ardilla, una nutria... y que debía ser para la hija que no nació; por otro, un diario de las gestaciones frustradas.

Se explica con temple pero se queda casi sin voz al recordar que en año y medio murieron dos abuelos, nacieron dos sobrinos y perdió dos hijos. “Cuando ves la muerte tan cerca y a la vez estás trayendo vida y esta se te muere...”. A la autora de libros como ‘La sed’ y ‘813’ le resulta difícil hablar de esta nueva obra, admite. “Sería más fácil ocultarlo”. Pero lo hace, “por más doloroso que sea”, por “compromiso con lo sucedido y con las de mi género”. De ahí que, con textos breves, pulidos, crudos y duros”, haya “ahorrado las palabras, evitado los ornamentos, mostrado los espacios en blanco y los silencios propios, que explican más que las palabras”, para “abrir un debate y proponer preguntas, huyendo del melodrama y el victimismo”.

Bonet conoce los peligros de las redes. “Soy muy activa pero también muy prudente con ellas porque pueden engullirte si no las gestionas bien”. Era consciente de que tras el ‘post’ habría gente apoyándola pero también detractores. “Pero no hubo ningún comentario negativo y sí muchísima gente que compartió sus experiencias. No pensé que tuviera tal repercusión”. Lo privado se convirtió en un tema universal. “Son cosas de las que no se habla. Vivimos de espaldas al dolor, se nos bombardea con mensajes optimistas, se te insta a que lo olvides, pero tenemos que aprender entender el dolor y vivir con él. No te dejan tener un duelo porque se supones que ese ser no existe, pero para ti sí ha existido”.

La culpabilidad

La autora castellonense, que el pasado marzo publicaba ‘Por el olvido’, con Aitor Saraiba, habla de la culpa. “Lo primero que piensas cuando te dicen que la gestación no evolucionará porque ya no está vivo es que tienes una tara, te sientes culpable. La noticia te aplasta y no puedes evitar pensar que has hecho algo mal, que eres la responsable: que has viajado demasiado, trabajado demasiado, salido demasiado con amigos... La segunda vez dejé de pintar, me cuidé muchísimo. Y sucedió lo mismo. Y los médicos te dicen que hasta que no te pasa tres veces los protocolos dicen que no se investiga el porqué”.

Hay mujeres, apunta, que son conscientes de que están sufriendo un aborto espontáneo y que han tenido que afrontarlo “desde la inexperiencia propia y ajena”. En su caso, las dos veces lo supo durante una revisión. Luego vendría el legrado. “Los perdí sin escándalos, se habían ido sin hacer ruido. Hay gente que los llama garbancitos, criatura... yo le llamaba ratón y luego ratona”. De ahí los ‘Roedores’ del título.

Presión de la sociedad patriarcal

La “sociedad patriarcal”, denuncia, también espera que las mujeres no hagan ruido. “Nos enseñan a ser complacientes, a no levantar mucho la voz. Nos avergonzamos de hablar de emociones y de emociones femeninas, que suelen etiquetarse como algo cursi, frágil, débil, dócil, sensible... Pero tenemos que poder hablar de lo femenino porque si no hablamos de lo que nos pasa no formará parte del discurso público”. Recuerda también la presión social que existe sobre la maternidad. “Te obsesionas con ser madre. Sabes que a partir de los 35 pierdes fertilidad y es más difícil quedar embarazada. Sientes que estás luchando contra el tiempo”.

No hay, lamenta Bonet, literatura sobre la experiencia del aborto. Tiene entre manos la biografía de Mary Shelley, que le ha hecho entender porqué escribió ‘Frankenstein’. “Tuvo cuatro abortos hasta que tuvo un niño, que se le murió muy joven”. Ahora le interesan, añade, “historias de pérdida y creación de vida”.

Este domingo, en Cuadernos, con Mediterráneo, una reseña sobre el nuevo libro de la autora