En la Barnahus (en español, casa de los niños) de Linköping, Suecia, hay dibujos colgando de muchas de sus paredes. Así, cuando vienen otros niños «se dan cuenta de que no están solos», explica Anna Petersson, trabajadora social del centro, plagado de juguetes. En esta casa son atendidos los menores de edad víctimas de maltrato y/o abusos sexuales, evitándoles así, entre otras cosas, tener que declarar en una comisaría: lo hacen dentro de la Barnahus, en un entorno amigable y respetuoso con sus necesidades.

La particularidad de este modelo, que nació en 1980 en Alabama (EEUU) y llegó en 1998 a Islandia (barnahus es, de hecho, islandés), es que actúa como una unidad centralizada en la que trabajadores sociales, psicólogos, médicos, policías y jueces trabajan juntos bajo un mismo techo. Suecia es el país europeo que más casas de los niños reúne: la primera, la de Linköping, se inauguró en el 2005 y actualmente en el país hay más de 30. La de Estocolmo, la más grande del país, atiende unos mil casos por año.

UN MODELO A IMITAR // Para la oenegé Save the Children, la creación de estos espacios en España sería una solución para hacer frente al «largo y doloroso» proceso judicial que viven las víctimas de abusos sexuales.

«Este modelo reduce el tiempo del proceso legal y el niño sufre menos. Pero lo realmente interesante es que los diferentes departamentos trabajan juntos. En España, en estas casas de los niños empezaríamos tratando los abusos sexuales, pero poco a poco iríamos atendiendo a todos los tipos de violencia», destaca Emilie Rivas, responsable de Políticas de Infancia de Save the Children, con la mirada puesta en la ley de violencia contra la infancia, que llegará al Congreso de los Diputados en el primer semestre del 2019. Actualmente, en los procesos judiciales duran una media de tres años desde que el caso se denuncia hasta que hay una sentencia. En el modelo Barnahus, el proceso judicial dura tres meses.

«En Suecia no tuvimos un gran caso que nos llevara a crear estas estructuras. Simplemente llevábamos desde los años 80 muy concernidos sobre la violencia infantil», relata Anna Petersson. En la Barnahus de Linköping atienden unos 300 casos por año. La mayor parte suceden dentro de la familia. Cuando un profesor sospecha que un niño está viviendo una situación de violencia o abusos en casa, lo lleva, acompañado de un trabajador social, a la Barnahus, sin que los padres lo sepan. «Los progenitores son interrogados en la comisaría, no en este espacio», precisa Petersson.

Algunos de los casos que se han tratado recientemente en Linköping son, por ejemplo, el de una niña de 6 años a la que se sospecha le practicaron una mutilación genital. O el de dos hermanos cuya madre los quemaba con cuchillos que calentaba en el horno. En Suecia, la mayoría de casos atendidos en estas casas de los niños son por violencia física.

Christia Sangrud, formada en desarrollo infantil y en medicina forense, es la policía que interroga a los menores dentro de la Barnahus de Linköping. Lo hace desde una sala con dos butacas y algunos juguetes, un aspecto muy alejado al de una comisaría.