Sirve de guion de película de terror sin presupuesto para exteriores: 4.000 personas encerradas en un barco con un inquietante virus que a diario suma nuevas víctimas. El crucero 'Diamond Princess' permanece atracado en el puerto de Yokohama desde el 3 de enero, después de que un hongkonés octogenario diera positivo por coronavirus, y el éxodo empezaba este miércoles tras la preceptiva cuarentena. Gran Bretaña, Hong Kong y Australia han organizado vuelos chárter, pero el final parece aún lejano. Londres aclaraba a sus nacionales que no está garantizado su regreso y les recomendaba que siguieran en el barco. Subyace el miedo a que en estas dos semanas se hayan producido contagios secundarios entre los viajeros asintomáticos que han dado negativo.

La masiva cuarentena del crucero ha sido escrutada como una prueba para hipotéticos casos futuros. El veredicto es un fracaso rotundo: los 621 infectados lo convierten en el mayor foco fuera de Hubei. Los expertos debaten el protocolo. Unos defienden una actuación quirúrgica con aislamiento a los viajeros con síntomas. Otros apuestan por la cuarentena radical porque es la más eficaz si se hace bien.

Todo seguía igual

Ocurre que el 'Diamond Princess' no resolverá el conflicto doctrinal porque se hizo mal. El pliego de críticas no es escaso: durante los primeros días se mantuvieron las actividades de ocio en cubierta y el personal sanitario apenas iba protegido con máscaras faciales. Un médico japonés desplazado al barco relataba en Youtube un cuadro que Paul Hunter, profesor de Medicina de la Universidad de East Anglia, describe de "espantoso". Cita a la doctora que rechazó el traje protector aludiendo a su más que probable condición de contagiada cuando su finalidad también es la de blindar a los pacientes. "Si un país educado y desarrollado como Japón no puede ejecutar una cuarentena, qué esperanza tenemos con otros países de la región", opina.

Un barco era, según los expertos, el ecosistema idóneo para la transmisión del virus. La tripulación ha seguido compartiendo habitaciones y comedor, lo que he generado dudas sobre la eficacia de la cuarentena. Solo los pasajeros han estado confinados en sus camarotes, con breves permisos para pasear en cubierta y con órdenes de mantener una distancia de dos metros con el resto. Sus testimonios en las redes sociales describen la imbatible ansiedad por vivir en una cárcel flotante. "Han sido sometidos a un estrés psicológico enorme: veían cómo aumentaban los contagios cada día, no sabían qué les iba a pasar ni cuándo les iban a dejar salir. Eso debilita el sistema inmunológico y facilita el contagio", aclara Antoni Trilla, jefe de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Clínic.

"No es una garantía"

La cuarentena no ha servido para embridar los contagios en el barco y, sin medidas adicionales, tampoco lo conseguirá en el mundo. "La prueba negativa podría ser falsa, quizá tengan una carga vírica insuficiente para dar positivo. No es una garantía y, visto el volumen de contagiados, no es improbable que lo estén. Deberían ser obligados a otra cuarentena", advierte Trilla.

Tokyo defendía esta semana la medida frente al coro acusador y apelaba a la comprensión. "Las evidencias epidemiológicas muestran que la estrategia ha funcionado. Casi 4.000 personas han permanecido en un barco, que no está diseñado para un aislamiento durante semanas, y ese era un desafío enorme", afirmaba Shigeru Omi, presidente de la Organización de Salud Nacional. Otros científicos han desdeñado la cuarentena por dramática y espoleada por el pánico. Pero el pánico es comprensible en Tokyo cuando ultima la preparación de sus Juegos Olímpicos y se suceden las cancelaciones de acontecimientos internacionales.