Las emociones son el conjunto de sensaciones y sentimientos con los que cada persona nace y desarrolla a lo largo de toda su vida. Son inherentes a nosotros, no las podemos negar y las llegamos a experimentar decenas de veces a lo largo del día, incluso sin darnos cuenta. Los niños cuentan con las mismas emociones que los adultos, aunque algunas de ellas tardan en aparecer. Como nosotros, no cuentan con un manual de instrucciones y no saben etiquetarlas, entenderlas o gestionarlas, especialmente aquellas que son negativas.

El uso de las emociones positivas en niños ayuda a crear un estado de bienestar psicológico, amortigua los eventos estresantes y fomenta las relaciones con los demás, tanto dentro como fuera de la familia. No siempre es fácil que les ayudemos a ver este conjunto, ya que nos es más fácil diferenciar las que son de carácter negativo. Por eso, incluso desde nuestra dificultad, tenemos que trabajar con ellos a medida que nosotros también aprendemos. Es el mejor recurso para que su futuro emocional se base en alcanzar un mayor bienestar.

MÁS FELICES

La felicidad es un estado que logramos alcanzar cuando hemos desarrollado una serie de acciones que nos han hecho llegar a una meta, como haber resuelto un conflicto, haber aprobado un examen o haber mantenido la rutina en el gimnasio. Es la plenitud resultante y el estado que genera en nosotros tiempo después al recordarlo. Para poder experimentarla, debemos usar tanto emociones negativas como positivas. Estas últimas no siempre las trabajamos de forma activa, sino que nos enfocamos en gestionar directamente las negativas, las que no queremos sentir. Dejar de lado las positivas o darlas por supuesto, es un error frecuente que repetimos los adultos y acabamos por enseñar a nuestros hijos.

Las siguientes emociones son las que con más frecuencia debemos reforzar en los niños, aprendiendo primero a identificarlas y después orientándonos a ellas:

1. Gratitud

Tendemos a expresar las gracias cuando alguien hace algo de forma directa por nosotros. Sin embargo, esta emoción, especialmente su parte más positiva, va más allá. Consiste en saber valorar todo aquello que tenemos y que tendemos a dar por supuesto. Agradecer poder estudiar, gozar de buena salud o vivir con nuestra familia, nos ayuda a verlo y sentirlo. Es, además, un potente antídoto contra la ansiedad y los pensamientos depresivos, ya que nos amplía de forma constructiva nuestro foco.

2. Esperanza

La esperanza y el optimismo se basan en la visión de que en estos momentos tenemos el poder de hacer que las cosas en el futuro puedan estar mejor. No niega los problemas, sino que crea responsabilidad, el decirnos a nosotros mismos que tenemos que reaccionar y crecer.

3. Admiración

Esta emoción implica valorar lo que los demás hacen y también lo que hacemos nosotros mismos, sin inclinar la balanza. Los extremos van a generar celos, envidia y baja autoestima. Es colocarnos en el centro de nuestra propia vida.

4. Amor

Esta emoción es una de las más necesarias. Estamos diseñados para sentirla y, con el paso de los años, podemos distorsionarla. El amor no es ciego y parte del respeto, la confianza y el apoyo. Hay que saber buscarla, pedirla y expresarla.

5. Curiosidad

La capacidad de asombro nos empuja a seguir creciendo y avanzando, desde el descubrimiento de todo lo que nos rodea. Debemos potenciarla, pero no en cualquier área, sino en aquellas que más despierten la curiosidad del niño.

Las emociones están diseñadas en todos los casos para ayudarnos a estar mejor, independientemente de lo que sintamos. Cuando educamos en emociones a nuestros hijos, tenemos que tener claro que somos nosotros el primer ejemplo de cómo expresar o reconocer esa emoción. Enseñarles a ellos implica aprender y crecer juntos.

* Ángel Rull, psicólogo.