Esperaban abrazos fraternales y encontraron vallas. Las inéditas escenas en el puente, una grapa sobre el río Yantzé que une las provincias de Hubei y Jiangxi, revelan que a los habitantes de la primera no se les han acabado los problemas con el levantamiento de la cuarentena. Son libres ya para moverse por el país pero ahora tendrán que bregar con el estigma.

No son raros los enfrentamientos en China entre población y fuerzas de seguridad. La policía tiene claro quién es el enemigo común y no acostumbra a zurrarse entre sí. Ocurrió ayer cuando los habitantes de Hubei se toparon con un control que, según la normativa, ya no debería estar ahí. Ciudadanos de una provincia y otra se enzarzaron en trifulcas mientras los policías debatían cuál era competente para chequear la salud sobre el puente.

Lazos territoriales

La solidaridad gremial saltó pronto por los aires en favor de los lazos territoriales. Los de la provincia más devastada por la epidemia avanzaron a gritos de «Vamos, Hubei», volcaron vehículos policiales y exigieron las disculpas a las autoridades vecinas. Ma Yangzhou, jefe del partido de un condado de Hubei, apelaba a la armonía social y a los riesgos del contagio para exigir la disolución de las masas. Pasaron tres horas hasta que el puente recobró la paz.

Esas imágenes han circulado por las redes sociales y el Diario del Pueblo puso orden ayer. Aclara su editorial que las vallas y la exigencia de documentación especial están ya derogadas, que el estigma «hiere los sentimientos» de los habitantes de Hubei y que urge mostrarles más solidaridad porque, al fin y al cabo, ellos también son compatriotas.

China ha ensalzado su estoicismo y sacrificio. Hubei ha pagado el grueso de la factura de la victoria nacional contra el coronavirus, amontonando muertos para que la epidemia no avanzara por el país y ralentizando su salto al extranjero.

También la OMS ha aclarado que «el mundo estará siempre en deuda con la gente de Hubei». Escuece, pues, que sean héroes en el discurso oficial y apestados en la calle cuando la provincia acumula una semana sin nuevos contagios y su nivel de alarma ha bajado de alto a medio. La prensa ha relatado episodios discriminatorios en su regreso a sus puestos de trabajo, con fábricas y hoteles negándoles la acogida.

Giro revelador

El miedo al contagio alimenta la discriminación en China como la había fomentado contra los chinos en el mundo meses atrás. Es un giro revelador de la evolución de la pandemia que la comunidad extranjera en China sea vista ahora como sospechosa. En las diferentes redes sociales abundan los lamentos de quienes no han sido admitidos en restaurantes, hoteles, supermercados y peluquerías, han visto rescindidos sus contratos de alquiler o han sido informados por los vecinos de que preferirían tenerlos más lejos.

China cerró sus fronteras a los extranjeros esta semana sin aclarar la vigencia de la medida. Detrás estaba el derecho a blindarse de los contagios importados tras una travesía que ha extenuado al país.

Ocurre que esta medida tendrá una eficacia limitada porque el 90 % de los llegados en las últimas semanas al gigante asiático son chinos que buscan el refugio patrio en un mundo que entra en colapso. Según los últimos datos ofrecidos por las autoridades sanitarias chinas, se han confirmado un total de 54 casos importados. De manera que el número total de casos importados de coronavirus ha ascendido a 649.