En el 2007, la unión Africana puso en marcha un proyecto que involucra a 11 países del Sáhara y el Sahel y que busca combatir los efectos del cambio climático a través de la plantación de una muralla de árboles de 7.700 km. La FAO pretende trasladar la misma iniciativa a lo largo de urbes de África

Reforestación: Más bosques y vegetación

El grupo de expertos sobre cambio climático de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), también conocido por sus siglas en inglés IPCC, indicaba en un informe del 2018 que reforestar hasta 1.000 millones de hectáreas, la superficie equivalente a China, podría ayudar a lograr el cumplimiento de los acuerdos de París. La plantación de árboles es una de las soluciones más sencillas y eficaces para controlar los efectos del calentamiento global. La vegetación actúa cómo sumidero de carbono, es decir como depósitos naturales que, mediante la fotosíntesis, absorben el dióxido de carbono emitido a la atmósfera. Un estudio publicado en el 2019 por la revista científica Science identificaba hasta 900 millones de hectáreas de tierra que podría convertirse en cubierta vegetal y así retener hasta 205 gigatoneladas de dióxido de carbono, casi seis veces más de las que emite el ser humano anualmente. Además, la plantación de árboles puede atenuar las inundaciones, ya que estos absorben el agua de la tierra.

Praderas: Restaurar la flora marina

Además de actuar como alimento y hogar para un sinfín de especies y animales, los pastos marinos son un gran aliado para el medioambiente. Los océanos pueden llegar a absorber el 50% de las emisiones de carbono y, concretamente, las praderas marinas representan el 10% de su capacidad de almacenaje. Según el IPCC, los manglares, las marismas y las praderas de pastos marinos pueden retener hasta mil toneladas de carbono por hectárea. Sin embargo, el impacto humano, como la contaminación y la urbanización de la costa, está provocando la desaparición de estos ecosistemas. Pese a su gran impacto positivo, la conservación de las praderas marinas aún no parece estar en la lista de prioridades de los 159 países que cuentan con estos hábitats en sus costas. Según el centro GRID-Arendal, que colabora con el programa de las Naciones Unidas para el medioambiente, hasta ahora solo 10 estados se han referido a este ecosistema en sus compromisos existentes.

Conservar el suelo: Agricultura sostenible

Desde el año 2008, un promedio de 26 millones de personas al año se ha visto obligadas a abandonar su hogar por desastres climáticos y meteorológicos. Así lo afirma la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, en sus siglas en inglés). El sector agrícola es uno de los más castigados por las consecuencias del cambio climático, ya sea por periodos de sequía o inundaciones. Además, muchas de las prácticas de cultivo más frecuentes son las responsables de la degradación del suelo. Algo que lleva a agricultores a talar bosques en busca de tierras fértiles. Tal y como asegura Greenpeace, el 80% de la deforestación mundial es el resultado de la expansión agrícola. En este sentido, la agricultura ecológica se caracteriza por las prácticas de cultivo que preservan la biodiversidad del suelo, en las que no se utilizan fertilizantes de síntesis química, sino que se realiza rotación de cultivos y se aporta materia orgánica en su lugar, y se recurre a métodos naturales para hacer frente a las malas hierbas.

Biomasa: Transición energética

La descarbonización de la energía es una prioridad para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y, así, combatir el cambio climático. La transición hacia un modelo energético renovable ya empieza a ser una realidad para muchas empresas. Concretamente, la biomasa representa más del 70% del consumo total de energía renovable, según datos de la Asociación Mundial de Bioenergía (WBA, en sus siglas en inglés). Este tipo de energía consiste en el uso de materia orgánica como fuente, como residuos de la actividad agrícola y desechos de origen vegetal y animal. De hecho, según la FAO, en los países en vías de desarrollo, el 90% de la energía se obtiene de la leña y otros biocombustibles. Sin embargo, en muchas ocasiones, este uso proviene de la búsqueda desesperada de energía y puede contribuir a la deforestación. Desde la FAO insisten que el uso eficiente de esta fuente de energía podría ayudar a erradicar la pobreza y el hambre y garantizar la sostenibilidad del medioambiente.