A Víctor, la vida se le ha hecho inmensa. Casi inalcanzable. De una existencia “normal”, -“como la de cualquiera”, aclara-, a sumar ya seis meses viviendo al raso. Debajo del puente de Sama. La primera vez que recibió a La Nueva España, el periódico del grupo Prensa Ibérica, tenía una esperanza prudente: “A ver si me sale un trabajín y salgo de esto”, decía en octubre.

Ahora está gastado. Empieza a hablar, pero la angustia le calla: “Es inaguantable”, reconoce. En un año perdió a su familia, su coche y su empleo. Ahora mendiga a la puerta de supermercados por algo de dinero para comer y asearse: "Solo necesito un trabajo para salir de esto y recuperar la vida que tenía antes", dice. No le importa de qué. Él, que vivía en una casa con bajo y primera planta, nunca pensó que lo perdería todo en un año: “Nunca imaginas que terminarás así”, afirma.

En las comarca de las Cuencas, una media del 15 por ciento de vecinos viven en riesgo de exclusión social. Son datos del último informe del Observatorio de Salud pero, avisan desde las entidades solidarias, podrían quedarse obsoletos pronto: “La pandemia del coronavirus está acelerando la pobreza, la situación de muchas familias es crítica”, apuntan los expertos consultados por este diario.