"Yo lo que tengo aquí es al amor de mi vida". Acaba de limpiar el nicho y poner flores nuevas. Lo hace cada 10 o 12 días. O cada semana. "A veces me voy peor que vengo, porque me doy cuenta de que no hay nada. Es una herida que no se cierra. En 14 meses perdí a mi madre, mi padre y mi marido" cuenta mientras sus ojos se emocionan. "Cuando alguien me dice que me quedé viuda muy joven y que podía rehacer mi vida, me molesta. Yo respeto que cada cual haga lo que quiera, pero a ver si se enteran ya de que yo sigo enamorada de él". Trinidad Gómez Rodríguez tenía entonces 54 años, ahora 68. Desde entonces sus visitas al cementerio viejo de Cáceres son habituales. "No me gusta venir cuando lo hace todo el mundo porque no quiero que me vean, lo paso mal".

Junto a ella, una amiga de su misma edad, Pastori Galán Mañanas, también viuda, asiente con la cabeza. "Es que nos duele mucho", expresa. "Si no vienes una semana, parece que no te sientes bien. Aunque yo tengo en el comedor una foto de él y siempre le estoy hablando: de mi nieta, de lo que se está perdiendo...", dice. "Dirán que estamos tontas", apunta Trinidad.

Pastori Galán Mañanas y Trinidad Gómez Rodríguez. JOSÉ PEDRO JIMÉNEZ

Es jueves a media mañana, víspera de la festividad de Todos los Santos, y hay una larga cola para comprar flores en la puerta del cementerio de Cáceres. "La gente está aprovechando porque han dado lluvia. Y otros también se querrán ir de puente", manifiesta Ignacio Iglesias Pavón, 79 años. "Yo solo acudo una vez al año, por estas fechas, porque esto es muy triste, te trae recuerdos... Y además, las cosas, en vida". Le acompaña su mujer, Victoria Garzo Martínez, 75 años. "Antes yo sentía mucha nostalgia, pero después, no sé... Tuvieron que abrir el nicho de mi padre para meter a mi madre y lo que había allí dentro no era lo que yo había conocido... Yo tenía 13 añitos cuando él murió. Fue un infarto, lo que ahora llaman un ictus", relata. "Pero bueno, al final vienes, ves la lápida, y te tranquiliza que siga ahí".

Junto a ellos está María Concepción González Cebrián, de 87. También enviudó muy pronto. "Al principio vienes mucho por el dolor que tienes. Estar aquí parecía que te animaba. Ahora es muy triste porque yo ya pronto...", dice señalando los nichos.

Los tres coinciden en que siguen acudiendo cada año por estas fechas por pura costumbre: «Porque viene todo el mundo, para que al menos la lápida esté limpia y tenga flores, aunque ya las traemos de plástico para que duren más", resume Victoria.

Justo antes de la visita al cementerio han ido a ponerse la tercera dosis contra el Covid. "Nos han llamado del centro de salud", cuentan. Solo han recibido el pinchazo de Pfizer, la vacuna de la gripe no la quieren. "Nunca nos la hemos puesto". 

Ignacio Iglesias Pavón y Victoria Garzo Martínez. JOSÉ PEDRO JIMÉNEZ

Desde el origen

La festividad de Todos los Santos conserva la tradición de visitar a seres queridos en los cementerios; los camposantos de todas las localidades se llenan estos días. En Extremadura son fechas también de volver al pueblo para quienes viven lejos. 

Pero, ¿por qué honramos a los difuntos? Domingo Barbolla, sociólogo y antropólogo de la Universidad de Extremadura (UEx), da algunas claves: "No hablamos ni siquiera de muertos, sino de difuntos. El muerto es una categoría que finaliza, pero los difuntos es una construcción mental para entender que están en algún lugar".

"Las 60.000 culturas que han existido en todo el planeta --prosigue--, de una manera u otra, han entendido que la muerte no era el final. La muerte siempre ha sido el gran misterio del hombre y ese misterio lo ha resuelto de muchas formas. Y las religiones se han encargado de tener una mirada más allá del espacio que se agota. Son igualmente las que organizan de forma racional estos procesos de ritualización. Puedes estar o no en el credo religioso, y hacer lo mismo de otra forma. Pero incluso desde el lado del laicismo, no hay ninguna sociedad que haya contemplado la finitud total, ni siquiera desde el ateísmo más atroz. No hay forma de escapar de este misterio".

Pone un ejemplo: "A quienes nos ha faltado un padre o una madre de joven, siempre pensamos que está en algún lado ayudándonos. Puedes ir al cementerio, tirar las cenizas al mar o plantar un árbol, pero necesitas hacer algo porque es la genética cultural".

Una lucha contra el olvido

Desde el punto de vista filosófico, Víctor Bermúdez, profesor de esta materia en el IES Santa Eulalia de Mérida, expone: "Este ritual es el triunfo simbólico frente al olvido, la extinción y la insignificancia en la que nos pone el paso del tiempo".

Continúa Bermúdez: "Psicológicamente es muy duro y filosóficamente es inexplicable que algo que era pase a ser nada. Que algo desaparezca o deje de existir es enormemente inexplicable, no entra en cabeza humana. Por eso la religión está ligada a la muerte desde la raíz, porque ahonda en el más allá".

Habla también de un punto de superstición, "eso de andarse con ojo con los muertos", y de la necesidad de participar del rito para que no quedarse "fuera del grupo".

Visitantes esta semana en el cementerio de Cáceres. JOSÉ PEDRO JIMÉNEZ

¿Por qué la tradición cala menos en la gente joven? "No tienen una conciencia tan clara de la muerte. Además ahora se habla de la muerte de una forma mucho más banal, rodeada de ciencia; pero lo que implica, desaparecer, no se trata de forma pública".

Así, cumplir con la tradición se convierte en una forma de luchar contra el olvido. Para unos la cita es una vez al año, para otros, como Trinidad Gómez, la visita es casi semanal. "Yo no sé explicarlo, pero a mí me atrae venir aquí. Mi hija, por ejemplo, no es capaz", explica. Cuando pasen estos días de fiesta, volverá de nuevo al cementerio. Y así cada 10 o 12 días.