Las aves pasan cerca, muy cerca de las aspas de los molinos de viento en las instalaciones de Romerales II, próximas al Parque Técnológico de Reciclado (PTR) de Zaragoza. Grullas, milanos reales, águilas o ratoneros planean entre las corrientes del cierzo y los vientos generados por las hélices. Cuando se aproximan, una cámara detecta el movimiento y el molino comienza a emitir unos sonidos estridentes, similares al parpeo de un pato y de algún modo disuasorios, que evitan el impacto. "Aseguran que la mortalidad se reduce en un 70%", cuenta José Antonio Domínguez, miembro de Amigos de la Tierra, mientras camina entre las artificiales explanadas del paisaje renovable. "Pero esto es una autopista de bichos", afirma para apuntalar que allí, contrariando al ínclito Ian Malcom en Parque Jurásico, ‘la vida no se abre paso’.

Un cormorán que colisionó en el parque Los Cierzos, en Gallur.

Para las organizaciones ecologistas es un clamor. Tanto, que aseguran que solo hace falta caminar por uno de estos macroproyectos para hallar restos de aves mutiladas. Había que comprobarlo. Nada más llegar a las inmediaciones de Torrecilla de Valmadrid, donde se ubica el parque Romerales II, que cuenta con 13 aerogeneradores, aparece un rastro. Varias plumas. Y al poco, un ala seccionada, mordida y escasamente identificable. "Podría ser un ratonero, pero ya es irrecuperable", apunta el ecologista, con dudas. "Este ha sido depredado hace ya unos días. Los zorros salen a comer por la noche y se encuentran los pájaros por el suelo", dice. Pudiera ser por esto o porque las medidas disuasorias funcionan de veras, pero el equipo de búsqueda no encuentra más aves cadáver en lo que resta de mañana.

Varios huesos de un ala de un ratonero bajo un aerogenerador en el PTR.

Los datos del Gobierno de Aragón elevan la cifra a más de 900 pájaros muertos en los últimos cinco años tras impactar con aerogeneradores. Una buena parte de ellas eran rapaces y contaban con un tamaño considerable. Y hay casos más concretos. Según la Asociación Naturalista de Aragón (Ansar), el cernícalo primilla ha perdido la mitad de sus efectivos durante la última década, al pasar de 1.209 parejas reproductoras del año 2009 a 663 parejas en el año 2016. Al total de avifauna habría que sumar cerca de 300 murciélagos, según notifican los datos oficiales del Instituto Aragón de Gestión Ambiental (Inaga).

Las promotoras de los proyectos de renovables concedidos en Aragón tienen la obligación de llevar a cabo un seguimiento quincenal de la fauna que muere en sus instalaciones. Debe desarrollar esta labor una consultora externa, que elabora cada cuatro meses un informe ambiental en el que se registra la mortalidad.

En la ribera alta del Ebro, término municipal de Gallur, se ubican los parques de La Nava y Los Cierzos. El estudio semanal de Ansar del entorno de 11 de sus aerogeneradores desde enero de 2020 arroja un total de 241 aves muertas y de 453 murciélagos por impacto. La cifra es notablemente superior a la recogida por los informes publicados por la promotora, que reflejan una cincuentena de cadáveres hallados. Los métodos de búsqueda son «poco cuidadosos», apunta José Antonio Pinzolas, miembro de Ansar y uno de los elaboradores del estudio de la oenegé.

Las organizaciones ecologistas denuncian que el volumen podría ser mayor: muchas de estas aves son depredadas en la nocturnidad o se pierden entre los matorrales, convirtiéndose en un imposible su localización por parte de los Agentes de Protección de la Naturaleza (APN). De hecho, incluso el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (Miteco) admitió el pasado 6 de diciembre en declaraciones a Europa Press que los trabajos que determinan la mortalidad de los murciélagos «han podido subestimar el número de muertes en los parques eólicos» debido a su "difícil localización" y a que «duran muy poco tiempo en campo abierto».

Para unos, la uerte la trae el viento. Para otros, estos son daños colaterales ante un progreso, el de la energía limpia, que ni mucho menos es baladí.