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Precariedad juvenil

Jóvenes con trabajo pero en pisos compartidos: "El bono al alquiler ayuda pero es un parche, deberían regular los precios"

Iñaki, Carmen y María José han conseguido un trabajo después de haber estudiado una carrera, máster y hasta doctorado, pero ninguno de ellos gana lo suficiente como para dejar de pagar por una habitación

ñaki Lacomba en el comedor de su piso en València, compartido porque no puede vivir solo pese a que trabaja.

Carrera, máster y doctorado no le valen a Iñaki Lacomba para darse el lujo de vivir solo en un piso. Es uno de tantos de su generación. Salvo una persona, todo su entorno comparte piso porque no puede permitirse un alquiler pese a tener un trabajo. Son trabajadores pobres. Él gana 1.200 euros con un contrato de doctorado en Fisabio, y paga 800 euros de alquiler en un piso en València. Entre cuatro son 200 euros, de otra forma no podría vivir. 

Carmen Alonso está acabando su contrato de un mes y en febrero firmará otro de solo un año, también por poco más de mil euros. Comparte piso y paga 700 euros, dice que es "muy barato para lo que hay en València". El día que lo vieron firmaron e ingresaron la fianza porque la casera aseguraba tener "14 personas detrás del piso".

María José Muñoz estuvo hasta 7 meses sin cobrar en su primer trabajo y al final solo le retribuyó 4 el Fogasa. Ahora, con su carrera y su máster, trabaja en una consultoría medioambiental, pero tampoco llega ni a los 1.300 euros. Así que paga 189 por una habitación. No se le ocurre otra opción para no seguir viviendo en casa de sus padres.

Iñaki (25), Carmen (23) y María José (26) son tres ejemplos de una generación empobrecida que, pese a tener estudios universitarios, máster y hasta doctorados, se arrastra por contratos precarios y la inestabilidad laboral (y por tanto vital) que inunda sus vidas. Los tres cuentan que las ayudas al alquiler para jóvenes anunciadas este martes por el Gobierno están muy bien, pero que son una tirita, no resuelven el problema de raíz.

"El dinero ayuda un poco", comenta Iñaki. "Pero en realidad es un parche para ponerse la medalla de que ayudan a los jóvenes a emanciparse. Lo que debería de hacerse es regular los precios de los alquileres", denuncia. "Ya hay setenta mil ayudas de ese tipo y no te puedes imaginar la cantidad de jóvenes que seguimos en esa situación", añade.

"Los precios en València están altísimos para la calidad que tienen los pisos", cuenta María José

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"Un bizum al casero"

Si contamos gastos, Iñaki paga casi un salario mínimo para mantener su alquiler, cuenta que la casa es antigua, tiene ventanas con marcos de madera, no hay calefacción, y su cocina tiene una pila de las antiguas de piedra. "En general, los precios en València están altísimos para la calidad que tienen los pisos", añade María José. Lo normal para un joven que comparte piso es, además, residir en una vivienda antigua. "Si quieres un piso decente yo creo que no lo podrías pagar ni entre dos personas ahora mismo", dice Iñaki.

Para Carmen Alonso estas ayudas al alquiler son en esencia "como hacerle un bizum al casero". "Te pueden subir el alquiler si se enteran de que vas a recibir la ayuda". Además, critica que "no puede ser que haya personas con 40 pisos alquilados en València sin ningún control, si no se regula para que los precios de los alquileres vuelvan a ser razonables no se va a conseguir nada".

Y a pesar de todo Carmen se considera afortunada. "Solo tengo 23 años y siempre he estado a gusto viviendo en compañía. Pero entiendo lo frustrante que debe ser para una persona de casi 30 que lleve tanto trabajando y no pueda vivir solo o incluso no pueda irse de casa de tus padres ¿Con 30 años te vas a independizar a un piso compartido? Mi vecino tiene 31 años y dice que a corto medio plazo no se lo puede permitir. Emocionalmente tiene que ser durísimo gestionar toda esa precariedad", cuenta.

"Cuando empiezas a compartir piso tiene su gracia, sobre todo si tienes 'feeling' con tus compañeros, pero no puedes desarrollar un proyecto personal como es tener tu propia casa. Ya no hablamos de comprar, que es ciencia ficción, por lo menos alquilarla. A nivel emocional afecta cuando llevas tiempo en una habitación", comenta Iñaki.

"No puede ser que haya personas con 40 pisos alquilados en València sin ningún control, si no se regula para que los precios vuelvan a ser razonables no se va a conseguir nada", cuenta Carmen

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Vidas inestables

Cuando uno toma la decisión de emanciparse "no hay más opciones que un piso compartido", explica Iñaki. Y con el tiempo tampoco se puede pensar en otra cosa, porque la estabilidad se ha esfumado de las vidas de la mayoría de los jóvenes. Él tiene contrato este año, pero "el que viene no sé si habrá presupuestos o proyectos de investigación para que me vuelvan a contratar". 

El compañero de piso de Carmen trabaja haciendo campañas para empresas. Su trabajo va por meses, incluso por semanas. Ella se fue de casa de sus padres a los 4 meses de empezar a cobrar su sueldo, un contrato en formación por el que se llevaba 600 euros. "De eso casi 200 lo gastaba en el alquiler, mas la comida, gastos, agua, internet, y luz con lo cara que está. Ahora estoy un poco mejor, pero no sabes qué va a pasar mañana ¿Cómo se va a planear nada a largo plazo?", denuncia.

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