Miriam estaba tomando una copa en un bar del centro de Madrid cuando se empezó a encontrar indispuesta: su mente se desconectó súbitamente y lo siguiente que recuerda es despertar en un hospital. La joven fue víctima de una sumisión química: alguien vertió una sustancia en su bebida para drogarla, una práctica en auge que se utiliza para someter la voluntad de las mujeres y agredirlas sexualmente y que ya condiciona la libertad y el disfrute de las chicas más jóvenes.

"Me sentía muy mal, me sentía culpable. No dejaba de preguntarme qué había hecho mal, en qué momento me había descuidado. Doy gracias por que mi amiga estuviera en todo momento conmigo, que no me dejara sola y de que así no me pasara nada más. No recuerdo nada desde que empecé a sentirme mal hasta que me levanté en el hospital. Una persona decidió jugar a la suerte y me ha tocado a mí, pero le puede pasar a cualquiera y te joden la noche y te joden la vida", cuenta Miriam a El Periódico de España.

Esta joven de 28 años siente frustración, rabia y pena por lo que le pasó y lo que más le frustra es "tener todo en negro", la amnesia. "He pensado en mil hipótesis, si fue el camarero o gente que había apoyada en la barra detrás de nosotras, pero estoy juzgando sin saber", reconoce Miriam, y por eso no denunció.

Cuando la chica empezó a encontrarse mal, salió a la calle junto a su amiga y después se desplomó. La Policía y el Samur acudieron en su auxilio y la trasladaron a un centro hospitalario, donde despertó rodeada de cables y sin recuerdos de lo vivido.

Desde entonces han pasado casi cuatro meses y Miriam no ha vuelto a salir de fiesta por miedo. Un miedo que se extiende entre las chicas jóvenes, que temen que las droguen para abusar sexualmente de ellas y las obliga a estar alerta y a desarrollar mecanismos de defensa para evitarlo. La libertad sexual de las mujeres, limitada de nuevo por una amenaza invisible, pero muy presente, de ser agredidas.

Este jueves, la ministra de Igualdad, Irene Montero, se reúne con una mujer septuagenaria que sufrió abuso sexual después de ser drogada y que ha recabado más de 124.000 firmas para la puesta en marcha de un protocolo específico que permita a sanitarios, policías y jueces actuar de forma certera ante estos casos y acabar con la impunidad de los agresores.

"La sumisión química es una de las fórmulas que utilizan los agresores sexuales para poder agredir con impunidad y sin el consentimiento y la voluntad de las víctimas", destacan desde el Ministerio de Igualdad, que reconoce los "efectos devastadores" que este delito tiene sobre las mujeres.

La futura ley de garantía integral de la libertad sexual, conocida como ley del sólo sí es sí, incluirá como agravante de los delitos sexuales esta anulación de la voluntad de la víctima mediante la administración de fármacos, drogas o "cualquier otra sustancia natural o química idónea a tal efecto".

Una libertad condicionada

"He tenido varios casos cerca, a varias amigas de mi prima les sirvieron una copa en una discoteca y no se acuerdan de nada más. También conozco otro caso de una chica que se olvidó un momento de su copa y luego abusaron sexualmente de ella. El miedo está y crece porque los casos cada vez están más cerca. No ha llegado a frenarme a la hora de ir a una fiesta, pero sí me hace tener cuidado", confiesa Sofía, una adolescente de 14 años.

Generación tras generación, la violencia sexual contra las mujeres encuentra la forma de coartar la libertad y el disfrute, de dificultar el goce pleno con el mensaje disciplinante de que cualquier mujer puede sufrir una agresión.

Desde pequeñas, la amenaza del riesgo se interioriza. La joven Sofía, que empieza a salir con sus amigas de fiesta, ya tiene una serie de mecanismos de protección frente a la sumisión química y la violencia sexual: siempre van en grupo, tapan el vaso, se acompañan al volver a casa, utilizan la geolocalización para saber dónde están en todo momento...

"Me genera rabia"

"Nos intentamos cuidar las unas a las otras y tener cuidado con la gente. Me genera rabia porque esto no les pasa a los chicos. Es igual que lo de no volver solas a casa, a los chicos eso no se les dice", critica.

A Julia, de 19 años y estudiante de doble grado de Pedagogía y Educación Infantil de la Complutense también le da "muchísima rabia" esta realidad: "Es un momento en el que quieres ir a pasártelo bien y tienes que estar pendiente de otras cosas, así te destrozan un poquito la noche", denuncia.

Paula tiene 18 años y estudia Farmacia en la Universidad Complutense. Aunque no conoce ningún caso de sumisión química, ella y sus amigas la tienen "muy presente" cuando salen y nunca se quedan solas, no pierden de vista sus copas -que suelen cubrir con la palma de la mano- y, "por si acaso", ni siquiera vuelven solas a casa en taxi.

El hecho de que su grupo sea mixto les da tranquilidad, reconoce, pues la presencia de chicos disuade a extraños de acercarse de forma indeseada.

Macarena (21 años, estudiante en el extranjero) sí conoce más de un caso de sumisión química en su entorno cercano, aunque precisa que "por suerte" la única consecuencia que sufrieron las chicas al ser drogadas fue no acordarse de la noche; no fueron víctimas de una agresión sexual.

"En un ambiente de fiesta se está siempre alerta. Tenemos cuidado, nunca perdemos la copa de vista, no dejamos que ninguna de nosotras esté sola y no aceptamos bebidas de nadie", indica la joven, quien sin embargo añade que ella y sus amigas no dejan que el miedo se apodere de ellas y les impida disfrutar de su tiempo con sus amigos.

El alcohol, la sustancia más usada para anular la voluntad

Son varias las sustancias utilizadas para anular la voluntad, pero la más común es el alcohol (en siete de cada diez casos), subraya el experto en toxicología y médico internista en el Hospital General de Valencia Benjamín Climent. Después, tranquilizantes -que se suelen mezclar con el alcohol-, GHB -o éxtasis líquido, una sustancia anestésica que se utiliza como "euforizante en dosis bajitas" pero que en dosis elevadas deja "en fuera de juego", inconsciente. Por último, aunque muy infrecuente, figura la conocida como burundanga. Las dos últimas no se detectan en los análisis hospitalarios.

El doctor Climent afirma que el objetivo de la sumisión química es "modificar la conciencia, la capacidad de juicio y vigilancia para reducir la capacidad de resistencia ante una agresión" y que se trata de una práctica en auge. Según un estudio prospectivo de la ciudad de Barcelona, en el 30,7% de los casos de agresión sexual estaban involucradas sustancias psicoactivas.

Los agresores buscan que la víctima vea mermado su nivel de conciencia y esté desorientada, también efectos clínicos como las alucinaciones, la amnesia, la confusión, la desinhibición y las conductas automáticas.

Estas sustancias son fáciles de obtener, inodoras e insípidas, solubles en líquidos, eficaces a dosis bajas y de acción rápida.

Según Climent, la víctima de la sumisión química suele tardar una media de 20 horas en acudir a los servicios sanitarios "bien por vergüenza bien por el efecto de la droga, lo cual imposibilita en muchas ocasiones realizar un examen toxicológico eficaz".

Reconoce el experto que el diagnóstico de una sumisión química es difícil por tres razones: el tiempo que pasa hasta que la víctima acude a un centro sanitario, la dificultad para la detección analítica de algunas sustancias empleadas y el desconocimiento por parte del personal sanitario. Por ello, incide en que es importante disponer de protocolos en los servicios de urgencias, formar a los profesionales y también poner en marcha programas educativos para adolescentes.

Precisamente el Ministerio de Justicia aborda estas cuestiones en su reciente Protocolo de actuación médico-forense ante la violencia sexual en los Institutos de Medicina Legal y Ciencias Forenses". Preocupadas por el auge de este delito, las administraciones dan pasos para combatirlo.