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Crisis del coronavirus

Elsa Lomas, la historia de la asturiana que batalló 315 días frente al covid y que ya había superado un cáncer y un trasplante

La ingeniera informática afincada en Madrid habla mucho mejor, da paseos cortos y puede hacer sumas y restas: “Estoy viva, que ya es bastante”

Arriba, Fran Menéndez y Elsa Lomas, de excursión este verano. Abajo, Lomas saliendo del hospital y haciendo ejercicios de rehabilitación.

Elsa Lomas cumplió ayer 54 años y le parecen muchos, porque sigue haciéndose a la idea de que sus 52 se los pasó mayormente en una cama de hospital y apenas los recuerda. La asturiana cogió el covid-19 en un ya lejano abril de 2020 y estuvo 315 días hospitalizada en Madrid, donde reside. Es una de las estancias por coronavirus con final feliz más largas de las que hay constancia. Le dieron el alta hace ahora un año, dos días antes de su cumpleaños, y desde entonces Lomas ya habla mucho mejor, da paseos cortos y puede hacer sumas y restas. Afincada en Madrid y formada en ingeniería informática, Lomas empieza a ordenar todas las cosas que el virus le puso patas arriba.

Lomas llegó al área de Urgencias del Hospital Gregorio Marañón de Madrid casi recién iniciado el confinamiento, el 7 de abril de 2020. Hasta hacía unos días, y porque su marido, el también gijonés Fran Menéndez, se había aislado en el dormitorio de ambos por unos síntomas que parecían corresponderse con aquel virus nuevo, ella dormía con la hija de ambos y se había convertido en la encargada de salir a hacer los recados de la familia. Era delicado, porque la gijonesa estaba superando un cáncer y seguía recuperándose de un reciente trasplante de médula, así que las dos opciones, que Menéndez no se confinase o que Lomas tuviese que salir a la calle para comprar y bajar la basura, suponían un riesgo. Se optó por lo segundo, en parte porque al ser paciente oncológica Lomas era de las pocas que podían presumir de tener mascarillas en casa. Solía ser la única que llevaba el rostro tapado en las colas de la panadería y el supermercado. De aquella, sus vecinos iban sin mascarilla y con guantes, como se suponía que debía ser. Lomas salía a aplaudir a las ocho a los sanitarios, como el resto, y aprovechaba para saludar a su marido desde la ventana. Pero un día fue ella la que amaneció con fiebre.

Las alarmas saltaron en el domicilio familiar, y de nuevo surgió la dicotomía. “Me habían dicho que por el linfoma en cuanto me encontrase mal tenía que ir a Urgencias, pero lo dilatamos todo lo posible porque en aquel momento los hospitales daban miedo, parecía peligroso”, reconoce la gijonesa. Pero no mejoró, y tras una semana de fiebre, Menéndez se dio cuenta de que el ingreso hospitalario era ya inevitable. “Yo cocinaba para ella, pero dejó de comer y de beber y vi que ya no podía hacer más por ella en casa”, recuerda el marido. Y recuerda haberla dejado en aquel hospital, y que los primeros días el ambiente era un tanto caótico y Lomas estuvo en salas y pasillos de Urgencias antes de conseguir una cama en planta.

La UCI, como un sueño

A las dos semanas, el 22 de abril, a Lomas la mandaron a la UCI. Estuvo en cuidados intensivos durante cinco meses, hasta el 15 de septiembre, y por el camino sufrió un infarto cerebral, varias infecciones, una trombosis. Fueron semanas que a la ingeniera se le pasaron como un sueño, y aún a día de hoy hay detalles que recuerda que no sabe si se los imaginó o si sucedieron realmente.

Estuvo convencida, por ejemplo, de que había dado a luz a mellizos. El detalle con el que lo recuerda es casi espeluznante. Ella estaba convencida de que había dado a luz en el Hospital de La Paz y no en el Gregorio Marañón: “Que no sé por qué, porque yo aquellos paritorios no los conozco, pero así era. Estaba mi prima también”. Daba a luz en un espacio redondo a dos niños que se llamaban Olga y Lucas. Olga era uno de los nombres que habían barajado para su hija. Lucas, el nombre de un peluche de la pequeña. “Aparecía un hombre muy apuesto y muy bien vestido que nos decía que si no queríamos a los niños podía hacerse cargo de ellos. Mi prima le quería denunciar”, cuenta, riéndose. Así que durante semanas una Lomas muy frustrada, hablando con muchísima dificultad por su traqueotomía, le pregunta a las enfermeras por sus mellizos. Y le preguntaba a su marido, que no sabía dónde meterse. Se dio la casualidad de que un primo de la familia esperaba mellizos, así que Menéndez le decía que había que esperar, que no habían nacido aún, y Lomas se enfadaba. También recuerda los botes de pelota de un supuesto compañero de UCI que se había puesto a jugar al baloncesto, y unos días después le preguntó a su marido dónde estaban las canastas. “Me imaginé muchas cosas de este estilo, con mucho detalle, pero ningún sueño fue malo”, aclara ella.

Vuelta a la realidad

Con todo esto encima, Lomas tardó un tiempo en ser realmente consciente de lo que le había pasado. “Me fueron explicando cuando empecé a estar mejor, pero estuve mucho tiempo en una nube. Para mí todo aquello había sido como si me hubiese dormido y despertado un año más tarde. Me sentía desconectada de todo”, cuenta.

Lo que hizo que fuese aterrizando en su nueva realidad fueron detalles más bien pequeños. Ella entendía lo de la trombosis y el infarto cerebral, lo de que habían pasado 315 días, que había periodistas contactando con el hospital y con su familia para contar la historia. Lo entendía, pero no lo comprendía. Le ayudó más a salir del bucle cosas como ir en el coche con su marido y su hija y verles cantar canciones que se habían vuelto conocidas en la radio y que ella estaba todavía escuchando por primera vez. Cosas como darse cuenta de que la empleada del hogar le cocinaba recetas distintas y a nadie más le parecía extraño, cosas como ver a su marido con un jersey que no reconocía y que resultaba ser un regalo de una Navidad que ella se había perdido. En un año cambian muchas cosas cotidianas, y Lomas ya no sabía dónde se guardaban las cosas de la cocina ni reconocía el interior de los armarios.

Pero el detalle que le hizo darse cuenta de que la cosa iba en serio fue un sudoku. Estaba en una de las varias sesiones de rehabilitación que aún a día de hoy recibe semanalmente:

–Yo sabía que tenía limitaciones físicas, era obvio, pero creía que las cognitivas estaban bien. Recordaba cosas, no había perdido el gusto ni el tacto. Me dijeron de hacer un sudoku para agilizar la memoria y me alegré mucho, porque me gustaban y ya los hacía de antes. De los difíciles, eh. Se me daban bien. Pues me puse a hacerlo y nada, no me concentraba. Tenía que repasar cada número varias veces. Se me olvidaba todo según lo iba pensando. Ahora me tomo muy en serio esas terapias cognitivas y hago sopas de letras y memoria listas de palabras inventándome reglas mnemotécnicas. Esas cosas. Voy a terapia de lunes a viernes, y también al psiquiatra y a la neuropsicóloga. Me han dicho que he mejorado mucho en velocidad visual, que parece una tontería, pero es importante. Ahora también hablo más, igual hasta me enrollo demasiado, y me trabo menos. Hablo mejor por las mañanas, después me canso. Y voy por rachas. Algo me pasó en enero que de repente era como que me resbalaban las palabras, ahora volví a mejorar. Cada día es distinto y a veces retrocedo, pero en general voy pasito a pasito hacia delante.

A Lomas –viendo el párrafo anterior parece obvio– le encanta hablar. Todavía le cuesta, pero mucho menos que hace un año y en parte porque se empeña en decir bien las cosas y en pronunciar con todas las sílabas términos médicos complejos. Cuenta que el avance más palpable de este último año fuera del hospital ha sido volver a caminar. Ahora da paseos breves en un patio próximo a su vivienda, con bastón y no durante mucho rato, pero se apaña:

–Hice deporte desde el principio, incluso en la silla. Me daban un globo gigante y una raqueta. Tengo un problema tremendo para mover los brazos, sobre todo uno de ellos, así que la fisio me machaca un poco. ¡Pero es divertido! Algunos juegos los hago con la Wii, la videoconsola, y otros delante de un ordenador que te detecta los movimientos. Yo estoy notando muchas mejorías. Ahora me mantengo de pie, aunque con bastón y no puedo salir a la calle así como así, pero en mi casa hay una zona vallada y no me tengo que cruzar con gente. Es verdad que más allá de ahí no salgo más, pero desde que ya no tengo el tubo del estómago y me puedo levantar todo es más fácil. Ahora la fisio me puede atender boca abajo, desde hace ya mucho tiempo puedo ir al baño, que antes no podía y me daba mucha vergüenza, y estoy haciendo muchos ejercicios de suelo pélvico. Del linfoma, tengo cita con el hematólogo en mayo, pero me han dicho que el cáncer está en remisión. Tengo tantos frentes abiertos que ese lo doy por cerrado. Para mí, es suficiente recuperarme del covid. Y lo importante es que estoy mucho mejor y, bueno, que estoy viva. Eso ya es bastante.

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