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Animales

El asturcón vuelve del olvido al trote: así ha sido el rescate de la especie equina de la montaña asturiana

La raza autóctona se recupera desde el borde de la desaparición hasta los 2.855 ejemplares | Aún está lejos de esquivar el riesgo de extinción, pero resiste gracias a una estirpe de criadores que combate la lógica comercial invitando a ver el animal como "un patrimonio" que debe ser preservado: "Alguien tiene que hacerlo, se lo debemos"

Una manada de asturcones, en Vallobal (Piloña). Miki López

"Roncón" ha entendido la llamada. Se ha acercado al oír el sonido que hacen los tacos de pienso prensado al chocar contra el plástico del cubo. Esto es Noval, en Llanera, y el balde de la comida lo sacude Germán Concheso, presidente de la Asociación de Criadores de Ponis de Raza Asturcón. "Roncón" viene con su manada de ocho yeguas y cuatro potros de caballo autóctono asturiano mientras Concheso agita el caldero y la conciencia colectiva. Aquí la cuestión, dice, es que "alguien tiene que hacerlo". Esta tarea suya de alimentar, cruzar y salvar la pureza de una raza que se perdía sin remedio consiste en mirar al animal y saber ver ver "un patrimonio", en consultar los libros de registro y encontrar 2.855 donde apenas había un puñado y recordar que hoy sigue en riesgo de extinción, pero que hace poco más de cuarenta años casi había desaparecido por la incursión de otras especies de "más aptitud" cárnica, de más peso productivo, más rentables. "La gente se tiró a la cría de ese tipo de animales, pero lo que tienen que ver es que las razas autóctonas nos dieron de comer durante muchos siglos. Que sin ellos no estaríamos aquí. Que se lo debemos".

Esa filosofía, calando gota a gota y muy poco a poco, ha sido su combustible para recorrer a contracorriente el camino que va de las ocho yeguas y un semental con los que todo volvió a empezar a finales de los años setenta a los 2.855 animales "activos" que se reparten las 318 explotaciones del último recuento actualizado. Contando los vivos y los muertos, la cifra de 2022 se detiene en 7.885 cabezas. No está mal, y la mejora salta a la vista, "pero todavía estamos muy lejos de evitar el peligro de extinción". El criador sabe que "aquí siempre gustó lo grande", y que de las siete razas autóctonas del Principado la única que ha esquivado el riesgo de perderse para siempre es la Asturiana de los Valles, con su "mucho volumen" y su potencia productiva. El resto, la cabra bermeya y la oveya xalda, el gochu asturcelta, la pita pinta y la Asturiana de la Montaña, sigue bajo amenaza por motivos que en algún caso reproducen los del poni. "¿Qué te pesa cuando subes a una montaña? Los cuartos traseros". Por eso ninguna de las razas propias, adaptadas a este paisaje escarpado, "es muy voluminosa en esa zona", y eso merma su capacidad productiva. Su atractivo. Se diría que lo más común es que la gente, un poco como "Roncón", acuda siempre al sonido de la comida.

Manuel Roza, cebando asturcones. Miki López

Aquí hablamos de otra cosa. Tal y como lo pinta Concheso, el asturcón es "un atleta", un caballo "muy musculado" y sin apenas cuartos traseros, un montañero fibroso muy bien adaptado a las tareas domésticas en el terreno ondulado del paisaje asturiano. Vigoroso y resistente, pero poco apto para la carne, o mucho menos que otros de su especie, porque éste "se utilizaba para las tareas domésticas. Se buscaba un animal que no gastara demasiado porque no había mucho con qué alimentarlo, así que se usaba para trabajar y se soltaba después en el monte para que se mantuviese el resto del año solo..." No se vivía de los caballos, ni hubo nunca una cultura de comérselos... Por eso, de regreso al presente, hay veces que a este lado del siglo XXI la utilidad de la cría de estas razas se percibe mal a simple vista. La maldita rentabilidad tiene la culpa, pero aquí, llámalos románticos, en contra de la lógica comercial "tira la tierra, lo de uno", y con el tiempo aquellos que al principio –el suyo fue en 1998– le decían "estás loco" "ahora ya ven de otra manera" la dedicación de Germán Concheso a esta versión resistente de la ganadería a contrapelo. "Todos tenemos que darnos cuenta de que es un patrimonio, de que tenemos que conservarlo", repite.

No es fácil, no es rápido. Solo es atractivo si se desea con mucha fuerza. Manuel Pravia, criador de Carreño, tiene una experiencia "asturcona" equiparable, de más de dos décadas, acumulada en su caso con la de la presidencia de la asociación de criadores de la oveya xalda, y asiente a la certeza de que este legado que ellos se esfuerzan por preservar no se parece a los demás. Este patrimonio está vivo, y eso a veces lo complica todo. Esta conservación no es la de levantar o rehabilitar un hórreo, corrobora Concheso, ni la de guardar y legar una partitura o construir una gaita. Hay veces que para eso basta la voluntad, pero "nosotros trabajamos con vasos de sangre", y la réplica genealógica de un ser vivo, con toda su carga genética, tiene evidentes peculiaridades diferenciales. Empezando por la constancia de que aquí todo "avanza muy lentamente", al ritmo de ciclos pausados que marca la reproducción de la especie, porque una yegua no empieza a parir hasta que tiene entre tres y cuatro años y mientras tanto hay que mantener al animal, y después cruzar los dedos para que el parto salga bien, para que salgan hembras, y sobre todo crías de la morfología y la genética más apropiadas para la prolongación de la raza. Al presidente de la Asociación de Criadores, encargada de la gestión del Libro Genealógico del asturcón, le gusta menos hablar de cantidad que de calidad, más que de número de ejemplares "de mejora genética", de asturcones que cumplan los estándares raciales cada vez con más proximidad a los parámetros descritos desde los años ochenta. Centrada la valoración en esos términos, dejará dicho que los niveles de calidad alcanzados hasta la fecha le agradan, pero que al lento camino hacia la pureza de una raza que a fuerza de cruzarse con otras estuvo casi perdida le va a seguir quedando todavía mucho recorrido. Hacen falta muchas más madres reproductoras pariendo en pureza, pero también "tenemos que ser más estrictos", dicen dándole la base de la tarea pendiente a una selección adecuada y cada vez más exigente de los sementales.

El asturcón se recupera en Asturias. Miki López

Lo importante es que ahora hay caballos, sin llegar a la abundancia, y que también tienen quien los guíe. En Vallobal (Piloña), darían fe las yeguas de asturcón que siguen pastando a la sombra. Son de los socios de ACAS, la Asociación para la Conservación del Asturcón del Sueve que dio en los últimos años setenta la salida a todo esto. Manuel Roza tiene genealogía comprobada, raza pura de conservador de asturcones. Preside el colectivo, es el hijo del único miembro fundador que todavía vive y si vuelve un rato hasta los últimos años setenta hablará de aquellas "ocho yeguas y un semental" de 1978 y de la clarividencia de los ganaderos que vieron que la raza se terminaba en la sierra del Sueve y se reunieron un día de agosto en la majada de Espineres. De la competencia inasumible de otros caballos "de más fuerza cárnica" que había debilitado al asturcón y de aquel empeño insólito por salvar del olvido a una especie que se moría.

De regreso al siglo XXI, le van a dar la razón con su sola presencia, 44 años después, "Kitty", "Andrea", "Revoltosa", "Oiku" y "Violeta IV", las yeguas que ahora se afanan en comerse las cinco hectáreas de la finca que gestiona la asociación de criadores en Piloña. Entre éstos y los que están en el Sueve suman 36 ejemplares de los doce ganaderos que siguen adscritos al colectivo y esta parcela de suave pendiente es su hogar a tiempo parcial, el de los inviernos y las primaveras. Como norma general, el asturcón vive siempre al aire libre, pero alterna residencia. Estos pasan el invierno y la primavera aquí abajo y veranean en el monte, aunque un puñado de no más de cuatro viven permanentemente arriba. Se cuenta entre ellos "Indomable", la leyenda de la Fiesta del Asturcón de todos los agostos en Espineres, el asturcón que lleva en el nombre la vitola de invicto en nueve intentos consecutivos de monta. En 2019, el último año que la pandemia permitió organizar la romería, "cazarlo costó dos días y éramos diez", recuerda Javier Escobio, secretario de ACAS.

El festejo, ahora declarado "de interés turístico nacional" y en su origen una reunión de misa y romería a la que cada uno llevaba su comida, vuelve el próximo 20 de agosto después de dos veranos de sequía por la pandemia. Regresa al calendario del verano asturiano en su doble misión de fiesta popular y escaparate de un esfuerzo de conservación que sí, confirman a dúo Roza y Escobio, se parece un poco al amor incondicional. Si 44 años después siguen aquí, repite el presidente con otras palabras lo ya dicho, es "por amor a la raza" y "para luchar por que no se extinga", porque por lo demás, en el concepto canónico de rentabilidad esto tiene todavía poco recorrido. Sus caballos de pura raza autóctona encuentran alguna salida en dirección a la "cría deportiva" y puede que no sean mucho más que un "hobby", pero esto es sobre todo apego a la tierra, empeño romántico en evitar que lo propio desaparezca. El camino está desbrozado y la tendencia es positiva, dice también él, pero el peligro, ojo, no ha desaparecido...

Manuel Pravia, a la izquierda, y Germán Concheso, con «Roncón». Miki López

Todo esto enlazará con la demanda de más ayuda que pronto formula Javier Escobio apoyado en la experiencia de sus treinta años de colaboración con ACAS. Pensando también en que el rendimiento de la crianza no es evidente, "necesitamos más respaldo", resalta. Viene a decir que "la cabaña probablemente aumentaría" si se viera más apoyo económico, debidamente justificado, y si no fuesen tan frecuentes los gastos que muchas veces acaban pesando en "nuestros bolsillos", apunta. Habla de unas instalaciones mejores, de poder disponer de "una nave curiosa" para los animales o de los costes veterinarios muchas veces elevados y de una labor cuya motivación va en definitiva mucho más allá de la búsqueda de una ganancia que es muchas veces difícil de encontrar.

Porque para seguir aquí esto "tien que tirate", vuelve a resumir Germán Concheso, que ha criado unos 150 ejemplares, que ahora reparte unos sesenta entre esta finca de Llanera y la zona alta del concejo de Langreo... Manuel Pravia, que cría xaldas y asturcones sin dejar de ser "un asalariado por cuenta ajena", tiene una tesis que dice que cuando en torno a los años ochenta y noventa del siglo pasado se hinchó el movimiento de recuperación de las razas autóctonas "al asturcón se lo trató como una especie de tótem, como un símbolo. Hasta lo usó como logotipo la Caja de Ahorros... En aquel momento igual la gente que lo llevaba se dejó ir y aprovechó ese tirón pero perdió la mano del manejo" en otro sentido, la de la rentabilidad. Aquella campaña de promoción sirvió, es evidente, y la especie ganó una visibilidad imprescindible, pero de algún modo "se está pagando ahora", porque dar la vuelta hacia una versión más productiva tal vez sea ahora "más complicado". Más en España, donde "el consumo de carne de equino es muy residual" y "el noventa y muchos por ciento de la producción se va fuera".

Concheso ceba a varios de sus ejemplares en Noval (Llanera). Miki López

Una puerta abierta para que también sea rentable: carne de asturcón para alimentación infantil

¿Pero para qué sirve un asturcón? Germán Concheso ha dicho hasta ahora lo evidente respecto a su "aptitud cárnica" menos poderosa en cantidad que la de otras especies, pero a lo mejor hay otras posibilidades relacionadas con la calidad, o con otros mercados. Están las "lúdico-deportivas para la iniciación de niños en la equitación, porque estamos hablando de un poni", pero también una opción viable para la carne. "Hay mucha demanda de caballos de este tipo para la industria de la alimentación infantil, porque tienen una infiltración de grasa muy baja y son aptos para la fabricación de potitos", apunta el presidente de los criadores indicando, no sin cierta ilusión, hacia los estudios que están tratando de dar con "un cruce comercial" que sin perder pureza pueda aumentar el peso de los ejemplares. Se ha abierto una puerta hacia un lugar inexplorado en el que el ganadero está invitando a mirar desde otro lado el asunto del rendimiento económico de la crianza, o a no olvidar que "la rentabilidad son los ingresos menos los gastos". Y que un asturcón es más pequeño para todo. Contando solamente los posibles ingresos por producción, al margen de las ayudas por recuperar una raza en peligro de extinción, que obviamente "existen", "una yegua grande puede comer por tres de asturcón. Si su potro se vende por mil euros y los de éstas por trescientos o 350, la multiplicación por tres ya da mil, o 1.050…" Incluso sin contar el ahorro en la alimentación, "es cierto que para igualar el ingreso tienen que parir tres, pero para perderlo todo también tienen que morir tres…" El riesgo está diversificado.

Y hablando de riesgos, el lobo. Es "un problema grave en Asturias", pero peor para una especie a la que los ataques le quitan "animales que genéticamente no va a recuperar nunca" y que no recibe de la Administración una compensación a la altura de la pérdida. Se acerca una paradoja cuando Concheso pregunta "¿cuánto vale un oso?" y se responde recordando que matarlo "son 180.000 euros más pena de cárcel". El pago máximo por el daño que causa la muerte de un asturcón a manos de un lobo, sin embargo, no pasa de mil. Si son dos especies en peligro de extinción y en términos biológicos y genéticos la pérdida es equiparable, el presidente de los criadores de asturcón quiere que se le explique la razón de esa diferencia. No ha obtenido respuesta ni ha dejado de preguntar. "¿Por qué no se ponen medidas específicas de protección donde hay especies en peligro de extinción domésticas?".

Partiendo de que "la fauna silvestre es de todos" y de que el ganadero solo es responsable de los perjuicios que ocasionen sus animales, "no me pueden exigir que los medios para evitar los ataques del lobo los ponga yo". El argumento se recrudece cuando se habla de ponis, de animales vulnerables a cualquier incursión de un depredador que sabe que "son más fáciles de capturar que otros". Y en esta situación en la que además la Administración es "juez y parte", en la que "quien tiene que pagar es también quien decide si paga o no", la línea de llegada tiene unos cuantos obstáculos añadidos a la crianza de una raza autóctona en riesgo de desaparición. Al final, también por esto, "mucha gente abandona".

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