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Interrupción del embarazo

Una española que se fue al extranjero a abortar: "Me sentí como una delincuente"

El hospital universitario de Bruselas atiende cada año a un centenar de españolas que acuden a interrumpir su embarazo pasada la semana 22

Laura y Pablo, una pareja, abortaron en marzo en un hospital de Bruselas. Ferran Nadeu

"No imaginaba que, sin haberlo tenido, llegaría a echarlo tanto de menos". Laura (nombre de ficticio) es una catalana de treinta y pocos años que, el marzo pasado, viajó a Bruselas para abortar en el hospital público universitario. Este centro recibe, cada año, a cerca de un centenar de mujeres que no pueden hacerlo en España. Laura estuvo acompañada, en todo momento, por Pablo (nombre ficticio), su pareja. Interrumpir el embarazo fue una de las decisiones más difíciles de la vida de ambos porque, insisten, querían tener al bebé. Pero, pasada la semana 22, los médicos vieron que algo no iba bien en el feto. Y, poco después, llegó el diagnóstico: una malformación grave y de pronóstico incierto.

La ley del aborto de España permite el aborto libre hasta la semana 14. A partir de ahí y hasta la 22, la mujer, para interrumpir el embarazo, necesita un informe médico que certifique que hay un grave riesgo para la vida o salud de la embarazada o anomalías incompatibles con la vida. A partir de la semana 22, la embarazada necesita pasar por un comité clínico hospitalario, que es quien decide si puede o no abortar. Las mujeres en esta situación quedan a expensas de lo que diga este comité.

La reciente reforma de esta ley sigue dejando en el limbo a este grupo de mujeres que, como Laura, que deciden abortar más allá de las 22 semanas porque el diagnóstico es tardío pero también decisivo: el feto tiene una malformación y su pronóstico vital, de nacer, es muy dudoso. Para estas mujeres empieza, a partir de aquí, un duro periplo de viajes al extranjero (no solo a Bélgica, sino también a Francia o a Estados Unidos) para poder abortar. Son mujeres que se sienten abandonadas y desamparadas, a quienes la ley no protege. Mujeres que prefieren no mostrar su rostro ni decir, por ejemplo, en qué ciudad viven, por miedo a ser juzgadas, señaladas o rechazadas. Y que, con frecuencia, necesitan terapia psicológica para superar el trauma.

"Alguien que aborta pasada la semana 22 es alguien que quiere a ese bebé. Te vas al extranjero a hacer algo que nunca habrías querido", relata Laura, con la voz entrecortada. El diagnóstico les llegó cuando no lo esperaban y la incertidumbre les pesó como una losa. El ginecólogo que los trató en un hospital catalán les dijo que podían ir a abortar a Bruselas o Francia, pero no les dio más información.

"Cuando empiezas a buscar el teléfono del hospital, te sientes como una delincuente", relata Laura. Allí, con el mismo diagnóstico, no tuvieron "ningún problema para abortar". La ley belga, como la francesa, es bastante parecida a la española, pero con un matiz: la mujer puede abortar cuando el feto tiene una anomalía grave, sin necesidad de que esta sea incompatible con la vida.

"Desbarajuste emocional"

Laura y Pablo pudieron ser atendidos en Bruselas con la tarjeta sanitaria europea, gracias a la cual la intervención en el extranjero les costó solo 150 euros. La gestión fue rápida. Enviaron los informes médicos al hospital un sábado y el lunes siguiente les dieron cita. Laura recuerda el miedo y la angustia con la que subió al avión.

Porque, aunque al principio el "miedo" de irse al extranjero y la ansiedad de llevar a cabo todos los trámites lo ocupaba todo, luego llegó la dura realidad: asumir el "desbarajuste emocional" que le provocó todo el proceso. "Creo que, si hubiera abortado aquí, hubiera iniciado antes el duelo. Cuando estás allí pierdes el sentido de la realidad porque, en el hospital, te tratan tan bien, que evitan que pienses en el tema", dice Laura. "Si la gente se piensa que es como ir a que te quiten un lunar, pues no". Desde entonces está en terapia psicológica.

Encierro

"Hay en estas mujeres mucha angustia, incertidumbre y sufrimiento. Tienen una necesidad de acompañamiento emocional que no se ofrece desde el sistema sanitario", cuenta Raquel Gómez, psicóloga de la Associación de Derechos Sexuales y Reproductivos, entidad barcelonesa que acompaña a las mujeres a nivel emocional e informativo para que decidan libremente sobre la interrupción del embarazo, ya sea en España o en otro país. Tratan casos como el de Laura.

Gómez explica que muchas "se encierran en casa para que la gente no les pregunte cómo va el embarazo". En el caso de quienes abortan en el extranjero, el dolor se multiplica porque "todo es más complicado", deben "hacer gestiones", "irse fuera". Además, deben tener dinero para pagárselo.

Laura está agradecida al todo el equipo médico que la atendió en Bruselas. No quiere dar su nombre, pero sí quiere hacer público su caso para que más mujeres en su situación sepan que tienen salida. A todas ellas les manda un mensaje: "Que no sufran por tener que abortar fuera [en Bruselas]. Allí estarán bien cuidadas y tratadas".

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