El Periódico Mediterráneo

El Periódico Mediterráneo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Salud mental

Las señales de alarma del suicidio adolescente

La irritabilidad es uno de los principales síntomas en las depresiones en menores y adolescentes, indica Nicole Haber, que destaca la importancia de no minimizar su sufrimiento ni sus problemas

Detalle de una obra del Cepca sobre el suicidio adolescente. JUAN A. RIERA

"No te levantas un día y piensas en quitarte la vida. Va poco a poco. Es un proceso de dolor. Empiezas a tener la idea, que se te mete en la cabeza un día sí y otro no. Y te asustas. Te preguntas si estás pensando eso en serio y no quieres darle más vueltas, pero piensas en ello más. Estás asustado, pero no quieres contarlo porque no quieres preocupar a tus padres o a tu pareja, no quieres escuchar eso de ‘no digas tonterías’, así que intentas ocultarlo. Los problemas van creciendo, vas empeorando. Y si, por lo que sea, lo dices y no te hacen caso, no te creen o incluso se enfadan, ya está, no abres la boca nunca más". Es el monólogo con el que Nicole Haber, responsable del Observatorio del Suicidio de Baleares intenta explicar cómo piensa una persona que puede llegar a suicidarse. Especialmente los menores.

"Gracias a dios no todo el que lo dice lo hace, pero prácticamente todos los que lo hacen lo había dicho antes", apunta la experta echando por tierra uno de los grandes mitos que envuelven el suicidio: quien lo dice no lo hace. Error. "El suicidio espanta", afirma. Y esos mitos sirven a la sociedad como la excusa perfecta para mirar hacia otro lado. De hecho, no prestar importancia a esas peticiones de ayuda, minimizarlas, pensar que son cosas de adolescentes, pueden acelerarlo todo. "Muchas veces te lo dicen claramente: ‘me quiero morir’, ‘quiero desaparecer’, ‘no puedo más’, ‘si no estuviera, la gente dejaría de sufrir’... Lo escriben en una redacción del colegio o lo plasman en un dibujo", continúa Haber, que destaca que para poder ver lo que está pasando hay que concebirlo.

Y ahí llega el gran problema. Porque nadie quiere pensar que alguien a quien quiere pueda estar planteándose quitarse la vida. Ningún padre, ninguna madre, quiere creer siquiera que exista esa posibilidad. "Si tu cerebro no concibe algo tus ojos no lo ven", repite siempre la psicóloga en todas las charlas que da. "Los padres somos expertísimos en detectar si beben, si fuman porros o si las amistades que frecuentan no son buenas porque sabemos que todo eso puede ser un peligro, pero no contemplamos esto otro", continúa.

No son hormonas es depresión

La adolescencia, el baile de hormonas y la rebeldía típica de esa edad tampoco facilitan detectar las señales de alarma en un menor, reconoce la coordinadora del Observatorio. La principal, la que más se diferencia de las luces rojas de los adultos, la irritabilidad. Es el primer síntoma de la depresión infantojuvenil. Portazos, salidas de tono... Puede ser la edad del pavo, sí, pero también una depresión. "Asociamos depresión con tristeza, pero en los niños esa tristeza puede ser un niño apenado, pero también uno frío y despegado, o uno al que han dejado de interesarle las cosas, algo que pensamos que es pasotismo", indica Haber, que recalca que, en cualquier caso, nada de eso pasa de un día para otro. Por eso hay que tener las puertas abiertas, defiende. "Si ya tienes de antes una comunicación con él, a ratos puede estar más alterado, pero encontrarás momentos para hablar, mirarle a los ojos y preguntarle qué le esta pasando. Pero si nunca has hablado con él y de repente le dicen ‘qué te pasa’, el adolescente te envía a pastar", comenta.

Ser adolescente ahora mismo no es fácil. Son esponjas y absorben todo lo que está pasando. «Les estamos contagiando nuestras frustraciones. Tenemos miedo y desesperanza. Hemos vivido la pandemia, las guerras... No creo que haya ningún adulto hablando con esperanza del futuro y esto tenemos que replanteárnoslo porque son los mensajes que les estamos dando», apunta Haber, que continúa: "Ellos son el futuro y si no se empoderan, no lo habrá». La experta pone como ejemplo un dato relacionado con la pandemia. El malestar y las tentativas de suicidio entre la juventud se detectaron «nueve meses antes que entre los adultos". Estos no estaban bien y su situación estaba ya salpicando a los menores. "Es algo que me gustaría analizar con calma, pero creo que no lo estamos haciendo muy bien con la juventud", confiesa.

La irritabilidad no es la única señal de alarma. "También están los síntomas fisiológicos, los más habituales, los que son más fáciles de ver", apunta. Dejan de dormir o de repente duermen muchísimo. Dejan de comer o de repente lo devoran todo. Dejan de hacer actividades que eran habituales o de repente son incapaces de parar. "Pero sobre todo el sueño. El sueño es importantísimo en un adolescente y si deja de dormir eso ya no es sólo un síntoma sino que se convierte, además, en un factor de riesgo porque están en plena construcción y su cerebro necesita entre diez y doce horas de sueño", recalca. Así, si a esa edad ya les resulta difícil lidiar con todo, aún más si apenas duermen y casi imposible si sufren una depresión.

Acumular sufrimiento

"Es más importante que duerman que que coman", sentencia Nicole Haber, que destaca dos detalles importantes a tener en cuenta: a esa edad todo es más trágico y ellos son mucho más impulsivos. Y ésta no es una buena combinación cuando están sufriendo emocionalmente. Porque cualquier detalle al que un adulto no le daría importancia puede ser la gota que colme el vaso y les haga tomar una decisión irreversible. "No es que se levanten de un día para otro y lo hagan, es que llevan mucho tiempo acumulando y ya no quieren sufrir más", insiste.

Y cuando esto, por desgracia, ocurre, también hay que actuar. Tan importante como la prevención es la postvención. Atender a la familia, a los amigos y a los compañeros. Desde Salud, desde Educación, desde la Asociación de familiares y amigos supervivientes por suicidio de Balears (Afasib). Hay que actuar en el centro en el que estaba escolarizado el menor para evitar el posible efecto contagio en otros niños o adolescentes del entorno del fallecido que sean vulnerables. "No puedes ocultarlo porque no controlas lo que cuentan. Ahora todo se acaba sabiendo y no puedes estar segura de los sentimientos y las ideas erróneas que están pasando por sus cabezas en ese momento", explica. "No puedes mirar hacia otro lado. Tienes que sentarte con ellos y que vomiten todo lo que sientan. No se puede no hacer nada", concluye.

Compartir el artículo

stats