Cuando hablamos de realizar la compra, ya sea en el mercado o en el supermercado, muchas veces nos centramos en cuestiones inmediatas como los precios o tipos de productos con los que cuentan estos establecimientos en comparación con otros, pero rara vez nos paramos a pensar en uno de los elementos que está cobrando mayor importancia cada año en el mundo de la alimentación, el desperdicio alimentario que podamos realizar una vez llevemos a casa esos productos.

Podríamos pensar en un principio que el problema del desperdicio alimentario es ajeno a nosotros, ya que es un hecho que últimamente la concienciación sobre la necesidad de tener hábitos más sostenibles ha aumentado, pero lo cierto es que, según datos oficiales de la Unión Europea, un 70% del desperdicio alimentario surge en nuestros hogares, el sector doméstico, junto al de la restauración y el minorista, mientras que en los sectores de producción y procesamiento de alimentos ocurre el 30% restante.

Ante este problema, entidades como la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) o el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) han puesto en marcha planes de concienciación a nivel nacional como la estrategia ‘Más alimento, menos desperdicio’, mientras que instituciones oficiales de la Unión Europea, como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), han iniciado de igual manera iniciativas similares como la campaña de seguridad alimentaria #EUChooseSafeFood, que tiene como objetivo animar a los ciudadanos europeos a elegir sus alimentos con confianza en ámbitos como los alérgenos, el desperdicio alimentario o los aditivos, entre otros, buscando alentar a los ciudadanos a reflexionar de forma crítica sobre sus elecciones alimentarias cotidianas.

¿Cómo contribuir para evitar este desperdicio?

Siguiendo las recomendaciones y directrices oficiales de organismos como EFSA y AESAN, nos encontramos ante dos grandes herramientas, el propio envasado de los alimentos que compramos y las fechas de caducidad y de consumo preferente que aparecen en estos de acuerdo con la legislación actual. Así, encontramos que dichas agencias han contribuido en la identificación y regulación de los materiales seguros para el contacto directo con los alimentos, identificando un total de 17 materiales que, más allá del plástico, vidrio o el cartón, son desconocidos para el gran público.              

Independientemente del tipo de envase o de su material, la regulación específica llevada a cabo establece los requisitos de higiene que deben cumplir estos materiales en contacto con los alimentos, al igual que los sistemas que deben aplicarse durante su producción para asegurar su calidad y seguridad.

¿Cómo disminuir nuestro desperdicio?

Una de las claves cuando intentamos disminuir nuestro desperdicio radica en los envases y el uso que hacemos de ellos, por este motivo cada vez hay más personas que deciden llevar sus propios envases a la compra, iniciativa que ha sido respaldada por algunas de las principales instituciones como AESAN, ya que contribuye a la reducción de residuos plásticos y otros materiales. Eso sí, a pesar de que cada vez hay más comercios que nos permiten llevar nuestros propios envases, es necesario cumplir con una serie de requisitos higiénicos para evitar contaminaciones, siendo las más importantes que nuestro envase esté fabricado con uno de los 17 materiales aptos para el contacto con los alimentos y que esté limpio y seco. Será necesario llevar un envase diferente para cada tipo de alimento, pero es una manera idónea para reducir nuestro impacto en el desperdicio de envases al poder reutilizarlos de una manera continuada.

Por último, no podemos ignorar la importancia de las fechas de caducidad y de consumo preferente, información de gran importancia localizada en las etiquetas de los envases en todos los alimentos a la venta, siendo la manera más directa que tenemos de controlar el estado de nuestros alimentos.

A pesar de esto, resulta esencial si queremos evitar el desperdicio de nuestros alimentos, conocer la diferencia que existe entre ambas fechas, y es que la fecha de caducidad establece un límite de tiempo para alimentos frescos y altamente perecederos (como el pescado, la carne o los lácteos), indicando un período de seguridad que una vez superado avisa de que el consumo de estos alimentos puede ser perjudicial para la salud, pudiendo causar enfermedades. Por su parte, la fecha de consumo preferente no implica riesgo de enfermedades en caso de que se pase su fecha indicada, pudiéndose seguir consumiendo ese tipo de alimentos con los únicos cambios afectando a las propiedades organolépticas originales del alimento, es decir, su sabor o textura con el paso del tiempo. Saber la diferencia entre estos dos tipos de fechas resulta esencial si queremos mantener nuestros alimentos seguros durante el mayor tiempo posible y no vernos resignados a tirarlos a la basura sin poder consumirlos.

Son muchos los especialistas de instituciones especializadas en seguridad alimentaria, como EFSA o AESAN, quienes brindan información sobre cómo una mayor comprensión y uso de estas etiquetas pueden llevar a una mejoría en la seguridad de los alimentos, además de contribuir a una reducción del desperdicio alimentario que podría haberse producido en caso de no seguir esas recomendaciones. Estas instituciones se encargan de garantizar la seguridad alimentaria también en cuanto al etiquetado, colaborando EFSA con empresas agroalimentarias para garantizar la aplicación de criterios estandarizados al aplicar las fechas de consumo de cada tipo de alimento. Sin embargo, no debemos olvidar que está en nuestra mano mantenernos informados para protegernos en materia de seguridad alimentaria, contribuyendo así a iniciativas que luchan contra problemáticas como el desperdicio alimentario en nuestro país. Juntos podemos mejorar y ampliar la seguridad alimentaria para todos.