Lunes tarde, área de agudos de las urgencias de un gran hospital público madrileño. A la espera de ser tratadas, tres mujeres coinciden en un box, sillones 9, 10 y 11. Tres dolencias, tres vidas.

Durante unas horas, fui espectadora involuntaria de sus horas bajas y aún resuena en mí lo vivido junto a ellas. Estaban enfermas, pero todas, de un modo u otro, priorizaban 'su deber' por encima de su recuperación: el cuidado de maridos, hijos e hijas, o el trabajo. Lo ajeno sobre lo propio.

Problemas respiratorios, neurológicos y cardíacos habían llevado a esas tres mujeres al hospital. Problemas acuciantes, estaban en una zona de seguimiento médico reforzado por la gravedad de su situación. Pero sus mayores preocupaciones, al menos las más explicitadas, no tenían que ver con su salud.

¿Quiénes somos en la vulnerabilidad? ¿Cómo nos comportamos ante nuestra fragilidad? La socialización de las mujeres refuerza el rechazo a la queja, deja en segundo plano el autocuidado y enseña a anteponer, en muchas ocasiones, al otro sobre una misma. Estos aprendizajes, tan invisibles, cayeron sobre mí con la contundencia de una losa pesada el pasado lunes.

"Aguantar hasta que una cae"

Una señora de unos 60 años llega al hospital a las tres de la tarde con una saturación de oxígeno del 88 %. Un nivel normal supera el 95 %. Sus bronquios están cerrados, no responde a la medicación y la tienen que ingresar, debe pasar allí al menos una noche. Ella duda porque, cuenta, no se encuentra tan mal. Las doctoras le advierten de que, si se marcha, al día siguiente se verá obligada a volver con un peor pronóstico. Si se va, será con un alta voluntaria y bajo su única responsabilidad.

Pronto verbaliza su agobio: su marido es diabético y ya se ha tenido que tomar un bocadillo a la hora de la comida, ¿qué va a hacer para cenar? Además, ¿quién va a pasear al perro y darle la medicación que necesita?

Llama al marido para consultarle qué hacer, sigue dudando. Le angustia no haber avisado en el trabajo de su situación. El personal sanitario la calma, está más que justificado, se soluciona con un simple papeleo.

Ella permanece dubitativa, baja los ojos y se mira las manos, nerviosa. Al final, acepta ingresar. En la larga espera entre prueba y prueba -las urgencias están a rebosar: médicas, enfermeras y técnicas no dan a basto-, confiesa que ha estado muchas veces en ese box, pero acompañando a su marido. Ahora le toca a ella. "Tanto aguantar hasta que una cae", reconoce.

Llama a una vecina, que se ofrece a atender al marido. Le envía un mensaje de audio a un hijo, al que desea buenas noches y no le cuenta que pasará la noche en el hospital, mejor una mentira piadosa para que no se preocupe. La carga mental nunca es para los demás.

Los cuidados tienen nombre de mujer en España. El 95% de las jornadas parciales por cuidado de hijos u otros familiares son para las mujeres, según datos del Ministerio de Trabajo, y el 87% de las excedencias por cuidado de hijos, también, según el INE.

El impacto de la maternidad en la carrera profesional de las mujeres es evidente: el INE recoge que mientras que la tasa de empleo de los varones es mayor cuando tienen hijos que cuando no los tienen (89,7% frente al 83,6%), la situación es la contraria para ellas (cuando son madres, la tasa de empleo es del 69,7 %, casi cinco puntos por debajo de la que se registra para las que no tienen descendencia, un 74,6%).

"Quiero estar en casa cuando mi hijo despierte"

En el sillón 11 del box, una mujer de mediana edad intenta mantener la calma. Llegó al hospital después de 72 horas de fuertes cefaleas. Por su historial neurológico, los dolores de cabeza suponen un riesgo potencial que debe atajar rápidamente. Aun así, ha esperado tres días antes de acudir a urgencias.

Saca el ordenador y se pone a trabajar, a pesar del dolor y de que nadie le va a exigir rendimiento laboral en semejante situación. Es una forma de fingir normalidad y control ante una situación que la asusta. También está la autoexigencia, otro mal de nuestro tiempo.

Varias doctoras la visitan, le prescriben distintas medicaciones intravenosas para ponerle coto al dolor. Un tac. Hasta que la intensidad de las molestias no baje, le adelantan, no la dejarán marchar.

La última medicación, la más fuerte de todas, la va a dejar fuera de juego. Le dan un pijama y la llevan a una camilla. Lleva diez horas en el hospital, es un día complicado en urgencias. Le pide a la doctora, y después a la enfermera, que la dejen marchar en cuanto sea posible: le ha prometido a su hijo que estará en casa cuando él despierte.

Lo mejor, le contestan, es que descanse y se vaya después de amanecer. "Por favor, es importante. Mi objetivo es estar con mi chico, lo demás es secundario. Despiértenme cuando pueda irme", insiste ella. Pasadas las 4:30 de la madrugada, la madre trabajadora se marchará del hospital para llegar a tiempo al nuevo día de su vástago.

¿Qué sistema es este que nos hace primar a los demás antes que a una misma? ¿Cuáles son nuestras prioridades, por qué construimos esa escala vital tan ingrata con el autocuidado? "Yo aguanto", "yo puedo", "no es para tanto" como mantras.

Mujeres y hombres mueren por distintas causas. Las enfermedades cerebrovasculares, la demencia, la insuficiencia cardíaca, el alzhéimer y la hipertensión causan muchas más muertes entre ellas que entre ellos, cuya principal causa de muerte es el cáncer y que presentan una mortalidad mayor por enfermedades infecciosas, del sistema respiratorio y del aparato digestivo.

La endocrinóloga y autora del libro 'Mujeres invisibles para la medicina', Carme Valls, contaba a este periódico que existen distintos factores de riesgo que predisponen a una enfermedad en función del sexo, si bien la ausencia de diagnóstico es más frecuente entre mujeres que entre hombres.

"Las mujeres estamos infradiagnosticadas, nos diagnostican con retraso. El cáncer y la diabetes se diagnostican 2,5 años más tarde. Un trabajo de 2019 indicaba que 700 enfermedades se diagnostican más tarde si eres mujer", señalaba la experta. Además, "los síntomas de las mujeres se han mantenido encubiertos como demandas psicosomáticas o como problemas psicológicos, es decir, invisibles para la medicina".

"Que mi familia no se preocupe"

A media tarde, una señora septuagenaria llega a la sala de los sillones. Estaba en rehabilitación y el rehabilitador la ha subido a urgencias. La operaron del corazón en julio y a los pocos días sufrió un ictus. Desde hace tres días siente fuertes dolores en el pecho.

"Es un error, no debería estar aquí. Si sólo he venido a rehabilitación", es lo primero que dice, nada más sentarse. Apenas se puede levantar por el dolor, pero comunica a la enfermera que se va a marchar a casa, que no puede esperar: "Será muscular, me voy".

La enfermera intenta amortiguar su impaciencia ante la espera, le hace un electro, le toma la tensión, la convence con serenidad de que debe esperar a que le hagan una radiografía, a que la doctora vea qué sucede. También las compañeras de sillones tratan de transmitirle que lo mejor es contar con la opinión médica antes de volver a casa, no con demasiado éxito.

"Es que mi hijo se va a asustar, no puede saber que estoy aquí. Con todo lo que ha sufrido por lo que he pasado estos meses, la operación del corazón, el ictus. No, me tengo que ir", insiste.

Intentan convencerla de que se ponga en contacto con su familia para avisar de que está en urgencias y que eso calme su ansiedad, pero se niega. Una vecina, de 90 años, la espera fuera para volver a casa. Ella no quiere seguir allí y la amiga le deja claro que no se irá hasta que no le den el alta. Cuidar al otro, hasta el final, pase lo que pase.

*Muchas gracias al incombustible personal del Hospital Clínico San Carlos de Madrid -eminentemente femenino- por su profesionalidad, su dedicación y su cuidado.