Migraciones

Ofrecen 2.000 euros a un migrante por 'olvidarse' del accidente laboral que le rebanó un dedo en un taller

El afectado no tenía seguro ni contrato cuando un coche se le cayó encima y le obligaron a decir que "estaba en un descampado" | Pese a completar todo el sistema de acogida y conseguir papeles, no logra escapar de la explotación

Cissokho en el local de la Unión Africana de España.

Cissokho en el local de la Unión Africana de España. / GONZALO SÁNCHEZ

Gonzalo Sánchez | @GonzaloGSz

A las 08:30 de la mañana, como cada día en el taller, Cissokho tenía que revisar varios coches. El primero un Renault, y luego un BMW. El gato era pequeño como para levantar bien el vehículo, y para poder meter la mano había que usar una pequeña cuña. Pero esa mañana la madera resbaló, y el coche cayó encima de este inmigrante senegalés atrapándole el dedo. Al llevarle al hospital, su jefe, que lo tenía sin contrato ni seguro, le obligó a mentir y decir que "estaba en un descampado".

El dedo lo ha perdido, y su empleador, también un inmigrante búlgaro, le pagó 2.000 euros porque se olvidara del tema. Pero Cissokho, después de años soportando maltrato en distintos trabajos, decidió poner una denuncia por primera vez. Ahora no sabe si podrá trabajar de mecánico, su oficio en Senegal. Dice que tendrá que probar sin el dedo.

Su caso es un ejemplo de fracaso del sistema de acogida español, porque, a diferencia de la gran mayoría de inmigrantes, él sí que tiene papeles y permiso de trabajo. Fue acogido por los servicios sociales del ayuntamiento de València y después en un centro de Aldaia, hizo cursos, prácticas, se formó, aprendió el idioma y todo lo que le pidieron para seguir el camino que se supone que debía seguir. Pero ni con esas ha logrado escapar de la explotación.

"Da lo mismo que tenga los papeles, me siguen tratando igual de mal que cuando estaba indocumentado", denuncia Cissokho en una entrevista desde el local de la Federación Unión Africana en València. Su historia es frustrante, porque ha pasado todos los obstáculos burocráticos que muy pocos tienen la suerte de pasar, pero su vida no ha mejorado.

Es mecánico de oficio, y salió de Senegal en 2018. Cogió un avión a Nador (Marruecos) y allí se vio obligado a cruzar en patera a España ya que no pudo conseguir un visado para volar a Europa. Llegó a Málaga, donde fue acogido por Cruz Roja, y después fue a Cádiz. A los pocos días, cuando le dijeron que no le podían acoger más y sin tener sitio a dónde ir, la propia oenegé le aconsejó venir a València.

Los primeros días no fueron fáciles. Durmió en la puerta del Centro de Atención a la Inmigración (CAI) del Ayuntamiento de València durante 4 semanas. Después de casi un mes en la calle consiguió que servicios sociales le atendiera, y le pasaron durante 6 meses a un albergue de Rocafort, donde pudo estudiar el idioma y hacer algunas prácticas en talleres mecánicos.

Entró en el sistema de acogida y consiguió que le tramitaran el asilo. Después de más de un año se lo concedieron y ahora mismo es receptor de protección internacional, con permiso de trabajo y residencia que tiene que renovar cada 6 meses. Pero documentación al fin y al cabo.

Cissokho enseña su dedo amputado en el local de la Federación Unión Africana.

Cissokho enseña su dedo amputado en el local de la Federación Unión Africana. / GONZALO SÁNCHEZ

Buscar la vida

Salió del sistema de acogida y se pegó un golpe de realidad. Aunque tenía papeles, cursos, idioma, recomendaciones, y todo lo que da el sistema de acogida, no encontraba trabajo. Así que pasó por la economía sumergida, y como la mayoría, por el campo. Sus compañeros no tenían documentos ni permiso de trabajo, y él sí. Aunque poco parecía importar, porque todos iban sentados en el maletero de la misma furgoneta.

Sólo tuvo un contrato, en el que figuraba un sueldo de 1.100 euros pero le pagaban poco más de 900. En el contrato también figuraban 6 horas, pero hacía casi 11 diarias. Otra cosa que salía en el contrato pero era mentira: de lunes a viernes. Curraba todos los sábados, pero nunca le pagaron por ello. Lo echaron por pedir una semana de vacaciones después de más de un año en ese trabajo.

Trabajó en la naranja y en la mandarina. Su jefe -también un inmigrante rumano- les cobraba 16 euros a cada uno por el trayecto en furgoneta desde la parada de Jesús (València) hasta el campo. Las jornadas era de sol a sol, y le pagaban 1.10 euros por capazo. Cissokho explica que, dependiendo del campo y de las condiciones, si uno era muy rápido, podía cortar 30 capazos al día. Es decir, trabajaba jornadas de 12 horas por 15 euros diarios.

Añade que, por si fuera poco, las cuentas nunca salían a final de mes. De los 300 y pico euros, siempre faltaba algo. "Sumaba todo y siempre tenía que reclamar porque me quitaban 20 o 30 euros", recuerda. Un día descubrieron que unos jornaleros cobraban por igual y sin calcular el precio por capazo, y consiguió convencer a sus compañeros de esa reivindicación. Al final su jefe rechazó y ellos tuvieron que volver caminando y en metro hasta valencia. Con y sin papeles, misma situación.

Ahora Cissokho se recupera de las operaciones para amputarle el dedo, no tiene demasiados ahorros y dice que no puede dejar pasar mucho tiempo hasta ponerse a trabajar de nuevo. Han tenido que pasar años, maltrato en el campo y en distintos trabajos, y un sistema de acogida fallido para que este senegalés reivindique. Ha tenido que perder un dedo para denunciar su derecho a tener derechos.