Historias inmobiliarias

Lluïsa, la inquilina de renta antigua que se quedó sola en un edificio de Barcelona

El Ayuntamiento compró en octubre un inmueble en la calle de Villarroel en el que ya únicamente vivía una inquilina de renta antigua

Fachada del edificio situado en el níumero 102 de la calle de Villarroel.

Fachada del edificio situado en el níumero 102 de la calle de Villarroel. / Ricard Cugat

Toni Sust

Lluïsa tiene 67 años y vive en Villarroel, 102 desde hace 65. Allí se instalaron sus abuelos y allí llegó ella con sus padres a los dos años, después de residir en la Vall d’Aran, donde nació. El edificio es de 1933, y como en tantos casos en aquellos tiempos, tres generaciones convivieron en la vivienda. En este caso, en el segundo segunda, de 144 metros cuadrados.

Lluïsa, auxiliar de geriatría jubilada en 2019, ha pasado su vida allí. Primero con sus abuelos y padres, pero después con su propia familia nuclear. Sus dos hijos crecieron y se fueron y ahora vive sola. Pero no sola en el piso. En el edificio. Que es el que albergó durante años los Cines Méliès.

Renta antigua, renta moderna

La suya es una de tantas historias similares en las últimas décadas en Barcelona. El propietario del inmueble murió sin hijos y los sobrinos decidieron vender. La empresa compradora, Cahispa, se encontró con inquilinos de renta antigua y moderna.

Es decir, algunos tenían contratos limitados en el tiempo y otros indefinidos. Los primeros vieron cómo al acabar el periodo previsto no se les renovaba el arrendamiento. Y los pisos, ocho, precisa Lluïsa, fueron quedando vacíos.

El reposo de cinco generaciones

Ella permaneció: recibió legalmente de su abuela la renta antigua (su padre ya había fallecido entonces) y paga un alquiler de otros tiempos: 231,02 euros mensuales. “Cuando pueden, mis cuatro nietos vienen a dormir con la abuela”. Los nietos suponen la quinta generación de la misma familia que pernocta, aunque no reside, en la vivienda.

En 2007, la nueva propiedad instaló ascensor y arregló algunos pisos. El inmueble empezó a sufrir de una desatención general. En 2011 ya se habían parado todas las reformas. La propiedad pareció ausentarse de la gestión y en 2015 varias viviendas fueron ocupadas: “Todas menos dos”. La mujer trabajaba de noche, y de día escuchaba el ir y venir: “La mayoría eran delincuentes relacionados con la droga”.

Sin ascensor

El ascensor quedó inutilizado. Los okupas se fueron, dice la vecina que la mayoría detenidos, y aquello se llenó de puertas de seguridad. La entrada parecía la de un edificio sin vecinos, por lo que el cartero ya no dejaba el correo destinado a Lluïsa.

El edificio cambió de dueño y en 2021 los inquilinos que quedaban, que ya solo eran dos, fueron requeridos para aportar información sobre sus contratos. A mediados de ese año, a la vista de que el ascensor no funcionaba y de que lo necesitaba porque había tenido un accidente, el otro inquilino se marchó.

El desenlace

Y ahí quedó ella sola, con unos cuantos años de sufrimiento inmobiliario a sus espaldas. Para entonces, dice, Servihabitat era el propietario de la finca. Intentaron que se instalara temporalmente en un piso del Carmel mientras arreglaban el edificio, pero se negó. Y recibió una oferta inicial para irse del piso, que consideró ridícula, porque no le garantizaba una vivienda.

Finalmente, llegó a un pacto, y cuando llevaba tiempo viviendo con las cajas hechas, el Ayuntamiento de Barcelona compró el inmueble en octubre a Coral Homes por 4 millones, si bien ha tenido que invertir 1,6 más en rehabilitarlo. Es uno de los siete edificios que el consistorio ha comprado desde 2015 en la zona en la que aplica el proyecto de los ejes verdes, que suman 111 pisos y han costado 33 millones. En estos ocho años, el ayutamiento ha adquirido 10 en todo el Eixample y 47 en toda la ciudad. La alcaldesa, Ada Colau, ha esgrimido estas cifras en el acto 'L'alcaldessa respon', organizado por el Col·legi de Periodistes.

“Me quisieron agotar, me pedían papeles. Nos quedamos sin luz en la escalera”, cuenta. También sufrió plagas. Y cuando ya se iba, llegó el desenlace. Ejerciendo el derecho a tanteo y retracto, el consistorio se convirtió en dueño del inmueble.

Suscríbete para seguir leyendo