Mallorca
Los residentes de la antigua cárcel de Palma no firman la notificación de desalojo: “Es inhumano que nos den diez días”
Gustavo, Mohammed, Amou, Broly Alexander, Nourdine... Son algunos de los ocupantes del viejo presidio de la capital balear que no tienen alternativa habitacional si les desahucian. "No hay albergues, tampoco dejan vivir en caravanas, qué vamos a hacer", se preguntan desesperados

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B. Ramón
M. Elena Vallés
“A las seis de la mañana ya estaban en la cárcel. Lo sé porque yo me iba a trabajar. Han venido a entregar notificaciones a todos los que vivimos aquí. No he querido ni coger ni firmar el documento”. Habla Gustavo, una de las 250 personas que residen en la antigua cárcel de Palma y que cada día ve más cerca su salida de la que ahora mismo es su casa. La Policía Local también ha hablado y notificado el desalojo a Mohammed Salem, Amou Ouali, Broly Alexander, Nourdine Abdad… Este diario ha recogido la historia de algunos de ellos. Sus vidas discurren entre las paredes de una construcción de los años sesenta que amenaza ruina.
Amou Ouali llega a casa [una celda-habitación compartida] después de entregar los pedidos del mediodía. Se mueve en patinete por los pasillos del presidio y con la mochila de JustEat. Es repartidor de comida y ha terminado el turno. “Mi padre está muerto. Tengo que trabajar y enviar dinero a Marruecos. Mi madre está criando sola a mi hermana pequeña y a mi hermano, que está estudiando”, relata. “A mí me gustaría poder alquilar un piso, pero es imposible, piden mucho dinero y no gano tanto”, comenta. Sus compañeros le saludan. Tampoco saben dónde van a ir a vivir cuando a finales de mes tengan que abandonar las instalaciones de la carretera de Sóller.
"Somos tranquilos, nos tratamos como hermanos"
Nourdine Abdad, Haroune Erreqyq y Hamzaben Hamdoch también son marroquíes. “De hecho, estamos viviendo en este ala del edificio nosotros, que somos tranquilos y nos tratamos como hermanos. Hay gente peligrosa en otros espacios de la cárcel”, comparten. Estos tres amigos llevan cuatro meses en Mallorca. Algunos llegaron en patera. Hamzaben nadó hasta Ceuta, de allí partió hacia Valencia y en la ciudad levantina tomó un barco hacia la isla. “No tenemos nada. Hemos venido a buscar suerte y trabajo. Ahora mismo solo contamos con un poco de ayuda de la Cruz Roja, que nos trae comida, mantas y café”, dicen. “También nos apoyamos entre nosotros”. Les acompaña Broly Alexander -nombre ficticio-, que aparece con un gallo entre sus brazos. “Los colombianos que viven en el otro lado me echaron sólo porque les hablaba de Dios”. Hasta hace poco, Broly contaba con tarjeta sanitaria, “pero tuve un accidente y perdí la documentación. Y ahora no me puedo empadronar en ninguna parte y ya no puedo conseguir otra tarjeta”, lamenta.
La falta de oportunidades y la marginación son la tónica en sus vidas. “Tengo hasta prohibida la entrada en el supermercado de aquí al lado. Cada vez que voy tengo que mostrar la mano con el dinero”, denuncia Broly. “Si nos echan de aquí, va a ser muy duro. No hay cupo en los albergues ahora mismo. Nos tendremos que ir a la calle”, asegura. “Aquí estoy feliz y tranquilo. La calle es muy dura. La biblia es la calle, la calle es la biblia. ¿Lo entendéis?”
La historia de Gustavo: "He sembrado cilantro y cebollas"
Justo enfrente vive Gustavo con su esposa y su hijo de 21 años. También tienen un perrito blanco que es uno más de la familia. “Llevo 16 meses aquí. Antes vivía en la torre de la esquina, pero cuando vino mi familia nos mudamos a esta parte de la prisión”, relata este venezolano que un día fue militar en su tierra. “Vinimos a Mallorca a buscar trabajo, por la temporada turística. Ahora mismo trabajamos tanto mi mujer como yo, pero tenemos un contrato de 20 horas. No nos da para alquilar un piso. Te piden 8.000 euros entre fianza y meses de adelanto. Es imposible”, lamenta.
Él trabaja en una empresa de limpieza y su mujer en un restaurante. “Aquí vive gente de todo tipo: trabajadores, pero también muchas personas que se han perdido en el mundo de las drogas y los robos. Cuando yo vine aquí limpié todo este corredor, que estaba de basura hasta arriba, e incluso he sembrado cilantro y cebollas”, señala con el índice orgulloso de sus criaturas.
Gustavo ve un problema grande en el desalojo inminente que les aguarda. “Hemos visto que esto va en serio, la manera en que hoy nos hablaban los policías, las notificaciones… Es echar a mucha gente a la calle, ya casi no queda espacio en la cárcel, la parte de arriba estaba vacía y ahora ya está casi llena. Es inhumano que nos den diez días para dejar esto. No sé, que nos den seis meses, pero ¡diez días! Voy a preguntar a la trabajadora social, nos vamos a asesorar”, afirma. “Esto va a explotar. Tampoco dejan a la gente vivir en caravanas. ¿Qué vamos a hacer?”. Su pregunta desesperada resuena en las galerías del penintenciario.
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