Discriminación
De don Luis a Luisito: el edadismo en el lenguaje
El lenguaje es una herramienta poderosa que construye el significado de la senectud y perpetúa la discriminación por edad. Expresiones como "nuestros mayores" o "nuestros abuelos", emplear diminutivos o un tono meloso sitúan a la persona mayor en un plano de inferioridad e impacta en su bienestar

Un grupo de personas mayores, cogiendo un tren. / Z.B.
Ágatha de Santos
La forma que tiene una persona de dirigirse a otra –tanto las palabras que emplea como el tono con que las pronuncia– dice mucho de cómo ve el mundo, pero también tiene un impacto en su receptor. En las interacciones con las personas mayores persisten actitudes paternalistas que, lejos de ser un gesto de cuidado y cariño, pueden derivar en una infantilización. Tratar a las personas mayores como si fueran incapaces solo por la edad se conoce como "edadismo condescendiente", una de las formas de edadismo, un fenómeno muy extendido que, según la evidencia científica, tiene consecuencias negativas en su bienestar físico, emocional y social, así como aumenta el riesgo de pobreza e inseguridad económica. Además, este lenguaje desempeña un papel fundamental en la perpetuación de la discriminación por edad.
Según el doctor Andrés Vázquez, miembro de la sección Seniors de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), el lenguaje discriminatorio hacia las personas mayores está tan sutilmente implantado en la sociedad que muchos de quienes lo emplean ni siquiera son conscientes de hacerlo. "La infantilización forma parte del fenómeno del edadismo y es una realidad tremendamente frecuente en nuestro lenguaje", advierte el gerontólogo vigués.
La discriminación lingüística afecta al 20,4% de la población española –porcentaje de personas mayores de 65 años que hay en España, según la 'Proyección de la población residente en España 2024-2074'–, una cifra que alcanzará el 30,5% en 2055. Ante estas previsiones, es necesario cambiar la percepción negativa del envejecimiento y poner en valor la individualidad de este colectivo etario y el respeto a su capacidad de decisión.
Sin embargo, el doctor Vázquez entiende que, mientras que se está haciendo un esfuerzo importante por implantar el lenguaje inclusivo contra la discriminación de género y hacia otros colectivos, como las personas con discapacidad, tanto en el ámbito público como en el privado, no está teniendo en cuenta el lenguaje que infantiliza a las personas mayores. "Hay un uso abusivo del posesivo: ‘nuestros mayores’, por ejemplo. ¿De quiénes son los mayores? Yo no pertenezco a nadie. Estas expresiones las vemos incluso en los discursos institucionales. Pero a un político no se le ocurría decir ‘nuestras mujeres’. Sería sencillamente intolerable", explica.
Expresiones de esta índole constatan la percepción que se tiene de la senectud, que presupone a la persona mayor una vulnerabilidad y una merma de su capacidad de decisión y de entendimiento. "Las personas mayores siguen siendo dueñas de su propia vida, de decidir qué quieren y qué no, y es fundamental darles voz y presencia en todos los ámbitos porque siguen formando parte de la sociedad en la que viven y tienen mucho que ofrecer", apunta.
Diminutivos y plurales
Otra fórmula de edadismo es el empleo de diminutivos: "pobercito", "viejecito", "Luisito"..."¿En qué momento Luis o don Luis pasó a ser Luisito, o Marta o doña Marta, Martita? Esta adjetivación indica una idea de disminución, trata a la persona como algo diminuto, sin importancia, infantilizándola de nuevo. Hay que tener cuidado con lo que se dice porque el destinatario acaba sintiéndose pequeño, puede afectar a su autonomía. A nadie se le ocurre llamar ‘jefiño’ al jefe en una reunión de gerencia», expone el especialista de la SEGG.
El diminutivo está acompañado, en excesivas ocasiones en opinión de Vázquez, de un tono meloso, que refuerza el paternalismo. "El tono excesivamente cariñoso tiene el efecto contrario al que se pretende: hace que la persona se sienta mal, se infravalore y no se sienta autónoma", alerta.
Además, añade que se tiende a generalizar cuando se habla de las personas mayores, cuando forman parte de un colectivo muy diverso. Un ejemplo claro es el empleo de fórmulas como "nuestros (de nuevo, el posesivo) abuelos". "Ni todas personas mayores son abuelos y los que tienen nietos son abuelos, pero de sus nietos", manifiesta.
La pluralización es otra manifestación edadista que, según el gerontólogo, se emplea indiscriminadamente. "Expresiones como ‘tenemos que tomar la medicina’ o ‘es la hora de que tomemos la medicina’, ‘tenemos que ir al médico’... se repiten mucho en el área de los cuidados como términos de convencimiento. ¿Por qué no dices ‘tienes que tomar la medicina’, ‘es la hora de que tomes la medicina’ o ‘tienes que ir al médico’ si no vamos a acompañarla?", comenta.
Exclusión en determinados temas
La exclusión de la persona mayor por presuponer que determinados temas son muy complejos o pesados por ella solo por su edad es otra forma de discriminación habitual. "Esto es algo intergeneracional y se ve, sobre todo, con temas tecnológicos como la inteligencia artificial. Si hay una persona mayor, se cambia de tema al presuponer que no sabe de qué se trata o no lo va a entender y se va a cansar", explica.
Emplear frases cortas en las conversaciones es otra muestra edadista muy extendida. "De nuevo, se da por supuesto que la persona mayor no entiende lo que escucha como los demás y por eso se emplea un lenguaje simple, aunque esa persona no tenga ningún problema neurológico como alzhéimer", comenta.
El empleo de la expresión "son como niños" o afirmar que "van de nuevo camino a la infancia" son otras dos manifestaciones de este lenguaje discriminatorio. "La persona mayor no es un niño; es una persona mayor y tampoco va camino de nada. Tiene una experiencia, unos conocimientos y un criterio propios. Aunque se les equipare a los niños desde el cariño, coloca a la persona en un segundo plano respecto a quien habla, se le resta importancia", argumenta.
Incluso el volumen de voz cambia cuando el receptor es una persona mayor. "La tendencia es a hablar más alto o más despacio, como si por ser mayor ya no escucharas bien o no entendieras lo que te están diciendo. Esto evidencia, de nuevo, esa tendencia a homogeneizar este colectivo, presuponiendo que todas las personas mayores han perdido oído o capacidad de entendimiento", comenta.
Hablar en su lugar sin permitir que sean ellos quienes expresen sus ideas, como si no fueran capaces de comunicarse por sí mismos es otra manifestación de infantilización y puede menoscabar la confianza en sí mismos y sus interrelaciones sociales.
Cambio de paradigma
Para erradicar el edadismo, Vázquez asegura que hay que corregir los estereotipos negativos asociados con la edad, y que políticos y medios de comunicación cambien el lenguaje que emplean al referirse a la vejez y el envejecimiento, y promocionar su presencia. "Si yo no oigo o no leo expresiones como ‘nuestros abuelos’ o ‘nuestros mayores’ dejaré de normalizarlo. Y si veo a personas mayores que se mantienen activas no creeré que la vejez es equivalente solo a fragilidad", afirma.
En su opinión, es necesario promover una imagen más positiva y diversa de la senectud a través de campañas de concienciación y educación que destaquen las contribuciones y capacidades de los mayores en la sociedad. "Hoy, la imagen general que se tiene del mayor es la de una persona dependiente y vulnerable a la que hay que asistir, cuando hay mayores de 75 años jugando al pádel y muchos están sosteniendo a muchos de sus hijos", afirma.
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