José Antonio había bajado de su domicilio --en el número 35 de la misma calle-- y empezó a oír chillidos. De repente, vio salir a una mujer de un portal y a un varón, que la perseguía, martillo en mano. «Ella lloraba y gritaba y él iba detrás con el arma. Cuando me di cuenta, intenté pararlo y le dije que soltara el martillo. Se lo repetí dos veces, le pedí que lo dejara en el suelo», explicó ayer en declaraciones a este diario el vecino que se dio de bruces con la víctima y el agresor.

«Me interpuse entre ellos, pero tomé cierta distancia del hombre porque me podría haber atacado a mí también con la herramienta. Él dejó el martillo y se quedó junto a la fachada, sin moverse, hasta que llegaron los agentes. No intentó huir en ningún momento», recordó el testigo, todavía con el susto en el cuerpo por lo ocurrido.

«Yo creo que iba a matarla, iba a por ella, porque la mujer ya tenía unas heridas en la zona de la nariz, en la cabeza y también llevaba sangre por los hombros y él seguía persiguiéndola», lamentó este valiente vecino. «Hice lo que tocaba, lo que tiene que hacer cualquiera», declaró el testigo, ante los elogios de otros residentes en la zona, que alabaron su «arrojo» y «decisión» ante una situación de alto riesgo.