Exactamente 22 meses después del asesinato de Marta Calvo, perpetrado el 7 de noviembre de 2019, la recuperación de su cuerpo, a estas alturas casi más importante para dar (cierto) descanso a su madre que para aumentar la carga probatoria contra su presunto verdugo, Jorge Ignacio P. J., parece más cerca que nunca. Todos los esfuerzos se centran en este momento en un gran barranco cercano a la Font Amarga de Castelló, de alrededor de 60 metros de profundidad y anchura, que viene siendo usado como escombrera y vertedero ilegal desde hace décadas. ¿Por qué? Porque el presunto asesino en serie se paseó por esa zona durante tres horas la mañana siguiente al asesinato, pero lo ocultó a la Guardia Civil, que lo ha averiguado ahora, tras un complejo análisis de los posicionamientos de sus teléfonos móviles. Tres horas que ahora pueden ser cruciales para resolver la gran asignatura pendiente: recuperar el cuerpo de Marta

Así, la nueva búsqueda, esta vez en un área mucho más próxima a la casa de Manuel —a solo tres kilómetros, de hecho— donde supuestamente mató Jorge Ignacio P. J. a la joven de Estivella, podría ser la definitiva para hallar los restos del cadáver y desmontar, definitivamente, la sarta de falsedades que el acusado soltó durante cinco horas a la Guardia Civil, en una declaración plagada de mentiras y con alguna media verdad, armada y pensada a lo largo de los 21 días que permaneció huido de la Justicia hasta que se entregó, en la madrugada del 4 de diciembre de 2019 en el cuartel de Carcaixent.

El equipo conjunto formado por el grupo de Homicidios de la Guardia Civil de València y el de la Unidad Central Operativa (UCO) ha repetido una y otra vez en sus informes al juzgado que no creían la versión del sospechoso. En aquel momento, defendió (y sigue haciéndolo) que Marta consumió cocaína voluntariamente y que se indispuso. Que la dejó dormir y que, cuando se despertó, al mediodía del jueves, 7 de noviembre, la encontró muerta y ya fría a su lado. Se asustó y su única ocurrencia fue descuartizarla.

En ese momento, nadie sabía todavía que tenía a sus espaldas dos muertes más: la de Arliene Ramos, en abril de ese año en una casa de citas de la plaza de Cánovas, en València, y la de Lady Marcela Vargas, dos meses después, en junio, en otro piso frecuentado por puteros en la avenida de la Plata, también en València.

Marta, la punta del iceberg criminal

De hecho, la investigación policial y judicial sobre sus andanzas ha reunido, además de los tres casos mortales, ocho más en los que otras tantas mujeres con las que concertó encuentros sexuales han contado el que parece ser su modus operandi: la administración de cocaína en grandes cantidades sin que ellas se diesen cuenta con la finalidad, presunta, de verlas convulsionar hasta la muerte. Así lo describe la Guardia Civil en sus informes y las acusaciones en sus escritos al juzgado a partir de las evidencias reunidas hasta ahora contra el inculpado.

Pero, aquel 4 de diciembre, toda esa información aún estaba por desvelar, así que Jorge Ignacio P. J. pudo escupir su versión dulcificada. Y la detalló, en los puntos que le convenían para que la Guardia Civil los comprobase fácilmente, con una precisión milimétrica. Hizo hincapié en dónde y cuándo se deshizo de los efectos personales de la chica —el bolso, el móvil y su ropa—; en dónde y cuándo compró las bolsas de basura, los serruchos y el desatascador; en cómo, cuándo y dónde fue desmembrando el cuerpo; en cómo distribuyó los fragmentos y en qué bolsas —nueve, dijo—, en qué orden las sacó de su casa y dónde y cuándo las distribuyó en contenedores de Silla y Alzira, que incluso señaló al milímetro sobre un mapa.

Así, desde el mediodía del jueves, 7 de noviembre, hasta las 18.00 horas del jueves. Sin embargo, no fue capaz de señalar esas casas abandonadas y esas calles en las que dijo haber estado malviviendo los 21 días y tampoco aclaró por qué esa noche llegó al cuartel impoluto y con ropa limpia —salvo los bajos del pantalón, oportunamente manchados de barro—. Ahí había lagunas de memoria.

Los primeros pasos de la investigación sirvieron para corroborar los puntos fijados en el mapa a partir de la geolocalización de sus móviles y de las cámaras de las tres tiendas donde compró (un supermercado, una ferretería y una multinacional del bricolaje). Una ‘pillada’ bastante sorprendente en un delincuente profesional con dos condenas por narcotráfico y una larga estancia en una cárcel italiana.

Descubriendo mentiras

Pero las cosas empezaron pronto a no casar. Él no lo sabía, pero los deshechos que se recogen en Alzira van a parar a la planta de tratamiento de Guadassuar, una de las más modernas y avanzadas de Europa. El triaje para reciclar está totalmente automatizado, por lo que no cabe el error humano. Y las cintas no aceptan ningún objeto de menos de 10 centímetros. Jorge Ignacio se explayó tanto en su intento por convencer que llegó a detallar que una de las tres bolsas depositadas en el contenedor de Alzira contenía parte del tórax, así que los agentes supieron desde ese instante que había mentido, ya que ese resto jamás podría haber pasado los filtros de la planta de Guadassuar.

El 16 de diciembre de 2019, con el sospechoso ya detenido llegó la inspección de la casa de Manuel. El acusado afirmó haber descuartizado a Marta sobre el plato de ducha del baño de la planta baja. Los especialistas de Criminalística desmontaron el suelo entero del aseo. Y del resto de la casa hasta la arqueta principal de desagüe. No hallaron ni un solo vestigio biológico, algo materialmente imposible en un acto como el desmembramiento de un cuerpo humano.

Pese al convencimiento de los investigadores de que el sospechoso estaba mintiendo, comenzaron la titánica búsqueda de los restos de la joven desmontando y rastrillando centímetro a centímetro el equivalente a casi una veintena de piscinas olímpicas de basura y tierra prensadas en el vertedero de Dos Aguas, adonde se supone que habrían ido a parar las seis bolsas restantes que dijo haber tirado en tres contenedores de Silla.

Ese rastreo, realizado entre diciembre de 2019 y julio de 2020, pese a la pandemia, el uso de los EPI bajo temperaturas asfixiantes y la lluvia o los festivos, cuyo coste —que nadie ha pagado aún— se cifra en cerca de medio millón de euros, fue infructuoso. Tal como habían aventurado desde el principio buena parte de los investigadores. Pero había que intentarlo.

La nueva triangulación

Ya antes de dar por finalizada la búsqueda, los agentes apostaron por otra vía partiendo de una hipótesis muy lógica: que se hubiera deshecho del cuerpo de otro modo mucho más ‘clásico’. En otras palabras, que hubiera sacado el cadáver de casa y lo hubiera arrojado a algún paraje próximo a la vivienda, que conociese de sus momentos ‘runner’ y que ya tuviese avistado con esa intención. Porque, para entonces, los especialistas de Homicidios ya sabían que Marta no había sido la primera. Ni en morir, ni en llevarla a su casa y administrarle cocaína hasta llevarla al umbral de la muerte. Así que, lo más probable es que ya tuviera pensado cómo y dónde deshacerse del cuerpo antes de que pasara. Con Marta o con otra.

Esa otra vía era volver a analizar las geolocalizaciones de los móviles del sospechoso, pero con una triangulación mucho más precisa. Más de un año de trabajo de los expertos en telecomunicaciones del instituto armado han revelado que durante tres horas de la mañana del jueves, 7 de noviembre, justo después de que la joven muriera y antes de la serie de compras ‘generosamente’ confesadas por Jorge Ignacio P. J. estuvo en el área de la escombrera, un lugar perfecto para deshacerse del cuerpo. Y eso, lo calló. De ahí que las investigadores tengan «bastantes esperanzas» depositadas en este rastreo, que se prevé largo y complejo. Y, ojalá, definitivo.