"Estábamos los dos acostados y a mi marido le han pegado un tiro". La madrugada del 14 de febrero de 2011, Alfonso Triguero, un empresario de 51 años de Logrosán (Cáceres), se fue a la cama después de cenar con su hijo José Carlos en El cortijo del jamón, el restaurante que el hombre regentaba junto a su mujer, Rosa. Ana, la hija menor del matrimonio, se había marchado sobre las seis de la tarde a Badajoz, donde estudiaba. José Carlos esperó a que su padre se durmiera y subió a su habitación, donde el joven, de 28 años, le descerrajó, casi a bocajarro, un tiro en el costado.

Lo asesinó, según la sentencia de la Audiencia de Cáceres que lo condenó en 2014 a diecisiete años y medio de cárcel, con la misma escopeta con la que el día anterior había cazado un jabalí durante una montería, un arma que el novio de su hermana le había prestado porque la suya se "encasquillaba" desde hacía meses. La misma pena de prisión impuso el tribunal para la esposa del empresario, por haber participado en el asesinato junto a su hijo, pero el Tribunal Supremo revisó el caso y terminó absolviéndola por falta de pruebas dos años después.

¡Me lo han matado!

Fue la mujer, Rosa, quien llamó al 112 para avisar de la muerte del empresario, que regentaba junto a su mujer un secadero de embutidos, un autoservicio y un asador por el que, en 2010, la Junta de Extremadura le concedió un premio a la mejor empresa de ámbito rural: "¡Ay, que está todo revuelto! ¡Me lo han matado, me lo han matado!", gritó apuntando a la posibilidad de que alguien había entrado en su casa aquella noche y había asesinado a su marido.

La Guardia Civil encontró en el rifle ADN del hijo. También residuos de disparo en sus manos y su ropa

La Guardia Civil comprobó que la puerta del domicilio no había sido forzada, a pesar de ello los cajones del salón estaban revueltos. Madre e hijo aseguraron que el intruso había robado un sobre con 4.500 euros procedentes de la recaudación de los negocios familiares durante el fin de semana, pero el bolso y la cartera de Rosa estaban allí, intactos. Las únicas huellas que se encontraron en los muebles donde habría rebuscado el supuesto ladrón fueron las de Rosa, y los investigadores no encontraron evidencias de que hubieran sido manipulados con guantes.

Alfonso Triguero, junto su mujer, Rosa, recogiendo un premio. El Periódico de Extremadura

La mujer declaró que ella estaba en la cama con su marido cuando, sobre las tres de la madrugada, la despertó "un ruido muy fuerte". Salió corriendo al pasillo, llamando a su hijo, que dormía en el cuarto de enfrente. José Carlos cogió la escopeta que guardaba en su habitación, junto a varias cajas con munición, y bajó al salón, pero su madre le pidió que se detuviera. Entonces él devolvió a su cuarto el arma, volvió a bajar y vio que la puerta de la calle estaba abierta. Subió con su madre para ver por qué Alfonso no se había levantado y juntos descubrieron que estaba herido y que la escopeta utilizada por José Carlos el día anterior para cazar se encontraba a los pies de la cama

Problemas de circulación

A los investigadores les extrañó que un intruso entrara en la casa, cogiera un arma que ya estaba en el domicilio, fuera hasta donde dormía el empresario y lo asesinara a sangre fría con esa escopeta. La Guardia Civil encontró evidencias de que Rosa no estaba acostada con su marido esa noche. Había restos de pólvora en su lado de la cama, mientras que su pijama estaba limpio. Entonces ella cambió su versión y contó que, por problemas de circulación, dormía en una colchoneta en el suelo, para poner las piernas en alto, y aseguró que no lo había contado antes "por vergüenza". Pero lo cierto es que ni su hijo ni los investigadores vieron allí dicha colchoneta. Rosa tampoco supo explicar por qué su ADN estaba en el cartucho que acabó con la vida de Alfonso.

La coartada de José Carlos también fue desmontada. Para justificar que sus huellas estuvieran en el gatillo del arma, contó que había ido de montería con la escopeta y que no la había limpiado después. Según su propia versión, otras personas, entre ellas su hermana, cogieron el rifle aquel día, pero no se encontró otro ADN aparte del suyo.

Pijama bajo la ropa

José Carlos usó el mismo argumento para justificar los residuos de disparo que tenía en la ropa y en las manos. Contó que se suele poner el pijama bajo la camisa y el pantalón cuando va a cazar. Sin embargo, varias fotografías publicadas por la asociación extremeña Monteros Battue permitieron demostrar en el juicio que las prendas vestidas por el joven en ambos días no coincidían.

El parricida intentó otra excusa: "Igual me llené de pólvora al tocar a mi padre para taponarle la herida mientras llegaba la ambulancia", pero los peritos descartaron esta posibilidad rápidamente porque ni el joven ni su madre se mancharon de sangre, a pesar de que era abundante.

Triguero y su madre, durante el juicio. El Periódico de Extremadura

"Pudo ser mi madre"

En su intento por explicar las causas del asesinato de su padre, José Carlos apuntó a un supuesto robo en la casa y hasta a un presunto sicario. Un asesino a sueldo que no solo habría matado al empresario con una escopeta que se encontró por casualidad en el domicilio de la víctima, sino que habría entrado a la habitación de su hijo a cargar el arma, sin que él se despertara y la habría dejado junto al fallecido tras cometer el crimen.

El asesino acusó a su madre: "Era celosa y creo que mi padre iba a puticlubes. Allí estábamos dos, no me voy a comer este marrón"

Para respaldar esta hipótesis, José Carlos declaró que tal vez su madre y él no se habían percatado de la irrupción del asesino porque habían sido narcotizados. Él y la mujer declararon que notaron "un sabor amargo en el ColaCao" que ella preparó a su marido y a su hijo. Además, el parricida contó que quien entró a la casa utilizó "una loncha de chóped" para hacer callar al perro y encerrarlo en el baño. La Guardia Civil encontró una barra de embutido en la encimera de la cocina que, según aseguraron José Carlos y Rosa, no estaba allí antes de que se fueran a la cama.

El parricida siempre ha defendido su inocencia. Solo hubo un momento en que se vino abajo. Cuando supo que debía ingresar en prisión preventiva, trató de sembrar dudas sobre su madre: "Allí estábamos dos personas y yo no he sido, no me voy a comer este marrón. Yo dije que había sido un robo porque ella me dijo que había entrado alguien en casa, pero visto lo visto pudo hacerlo mi madre". En su declaración, el joven contradijo además a su madre, que describió la relación con su marido como la de un "matrimonio ejemplar".

Celos y puticlubes

El joven homicida sugirió incluso un móvil por el que Rosa habría asesinado a Alfonso: "Mi madre era celosa y creo que mi padre iba a puticlubes. En una ocasión mi hermana y yo vimos una foto de una mujer desnuda en su móvil". José Carlos añadió que había escuchado discutir a sus padres varias veces.

De igual modo especuló sobre la posibilidad de que Rosa hubiera disparado el arma, a pesar de que no sabía manejarla, afirmando que "cualquiera puede tirar con esa escopeta" y añadió que su madre le había comentado, solo unos días antes del homicidio, que quería aprender a manejar un arma. Pero posteriormente, durante el juicio, se desdijo.

El parricida, custodiado por la policía. El Periódico de Extremadura

Se fugó

Sus excusas no lo libraron de la cárcel, pero el parricida trató de evitarla hasta el final: cuando la Audiencia de Cáceres los declaró culpables a él a su madre, ambos recurrieron la sentencia ante el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura. La jueza concluyó que no había riesgo de fuga y los dejó en libertad a la espera de que dictaran su decisión. José Carlos aprovechó para esfumarse.

Tres meses después, la Guardia Civil lo detuvo a 220 kilómetros de Logrosán, en Béjar (Salamanca), durante un control rutinario cuando el asesino viajaba en autobús. Llevaba encima 7.600 euros.

Un seguro de vida

José Carlos cumple condena en el centro penitenciario de Cáceres. En todos estos años, no ha confesado qué le llevó a acabar con la vida de su padre. Las pesquisas permitieron averiguar que el empresario había contratado un seguro de vida de 30.000 euros a favor de su mujer y sus hijos. También que Rosa pidió un préstamo de 60.000 euros a un amigo de su marido a espaldas de este. Le pidió que guardara el secreto y aseguró que se trataba de "una cuestión de vida o muerte". 

Razones que a la familia del empresario no le han convencido nunca, sobre todo teniendo en cuenta que recientemente Alfonso había ayudado con un aval a su hijo para que montara su negocio, una empresa de maquinaria destinada a trabajar en las obras del AVE.

El hombre vivía para su familia y para sus negocios, pero sobre todo "estaba volcado con sus hijos", según declararon sus familiares y amigos. Antes de morir, Alfonso contó ilusionado a su hermano que había decidido invertir en un nuevo proyecto, iba a construir unos apartamentos rurales detrás de su restaurante, una nueva inversión con la que pretendía asegurar el futuro de su hijo, "por si lo de las máquinas no le iba bien".