El alcalde de Nules, David García, confirmó ayer que no tienen noticias todavía sobre la resolución de las diligencias judiciales abiertas como consecuencia de la muerte de un joven del municipio mordido por su perra, un ejemplar de la raza pitbull de cinco años. Confirmó, además, que la normativa establece que el consistorio no solo es el responsable de la tutela del can hasta que se resuelva su destino, sino que debe hacerse cargo del sacrificio, que es el desenlace más habitual y «probable».

Sobre los aspectos relevantes que se derivan de este caso, Mediterráneo ha podido saber que el animal tenía todos los papeles en regla, dado que estaba censado en el Ayuntamiento, lo que requiere de una serie de permisos y autorizaciones previas al considerarlo un Perro Potencialmente Peligroso (PPP). La víctima contaba con el permiso obligatorio, al superar un test psicotécnico que estaba en vigor. Pero llama la atención que, según información ratificada por el consistorio, no estaba censado a su nombre si no al de otra persona, al parecer, alguien conocido.

Quedaría por definir qué tipo de responsabilidades se desprenden de esta circunstancia pero, según consultas realizadas por este periódico en el entorno cercano del joven fallecido, este cuidaba de la pitbull «prácticamente desde que la destetaron». Sobre por qué, sin embargo, no estaba a su nombre, señalan el hecho de que el fallecido tuviera diagnosticados ataques de epilepsia, una enfermedad que le provocaría crisis.

Al consultar con expertos sobre la materia, señalan que la normativa no establece ninguna dolencia concreta que sea incompatible con la tenencia de un PPP, simplemente precisa que debe «acreditarse la capacidad física y la aptitud psicológica». Aunque a su vez inciden en que sí que hay determinados tratamientos o problemas físicos que incapacitarían.

Personas próximas apuntan a que el hecho de sufrir de epilepsia fuera la razón por la que no censó la perra a su nombre, pero, además, en su círculo más cercano señalan a una de esas crisis como posible desencadenante de la reacción de la pitbull, aunque solo la autopsia será la que confirme a desmienta ese extremo. 

«No era una perra conflictiva, pero cambió el entorno»

Personas próximas a la víctima no dudan en defender que el fallecido siempre había cuidado a su perra, que nunca había provocado problemas ni había dado señales de agresividad, más bien al contrario, había estado con niños y otras personas de una manera dócil. Pero de un tiempo a esta parte, el joven había cambiado de círculo de amistades y, por motivos laborales, a veces dejaba al animal con otras personas. Un cambio de rutinas que podría haberla afectado. Aun así, no se explican el desenlace.