Caso Abierto - El Periódico Mediterráneo

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Juicio

“Cargué y pum, pum... No me lo pensé dos veces, vinieron a buscar la muerte a mi casa”

El acusado de asesinar a tiros a su hermana y a su sobrina en Vigo alega que le amenazaron con “un sacho y un machete” | Las acusaciones piden hasta 52 años de cárcel: “Fue una ejecución”

Empieza el juicio contra el acusado del doble crimen de Soutomaior (Vigo). Marta G. Brea

De forma cruda y estremecedora, sin mostrar ni un ápice de arrepentimiento. Miguel Gil Rodríguez, el vecino de Soutomaior (Vigo) de 54 años acusado de asesinar a tiros a su hermana Genoveva y a su sobrina Noelia en agosto de 2020 en la chabola en la que residía en un lugar aislado de una zona de bosque del municipio, confesó el lunes que mató a las víctimas. Lo hizo en el arranque del juicio con jurado popular que se celebrará toda esta semana en la Audiencia de Vigo. Su alegato exculpatorio es que lo hizo para defenderse. “Levantaron el sacho y el machete y les dije, ‘¿cómo?’ Cargué y pumpum. No me lo pensé dos veces, estaba harto de ellas, harto”, declaró. “Pensaban que tenían más cojones que yo, pero se equivocaron. Vinieron a buscar la muerte a mi casa. Era yo o ellas”, ahondó. Frente a su versión, la Fiscalía y las tres acusaciones particulares personadas rechazaron que las mujeres llegasen a la vivienda armadas con dichos aperos de labranza y que el procesado actuase en legítima defensa. Acusado de dos delitos de asesinato y de tenencia ilícita de armas, el presunto agresor afronta penas que oscilan entre los 44 años de cárcel que pide la fiscal y los 52 que solicitan los letrados que representan a familiares de las fallecidas.

Un tribunal ciudadano formado por siete mujeres y dos hombres juzgará al acusado. El doble crimen ocurrió al filo de las tres de la tarde del 21 de agosto de 2020 en la infravivienda rodeada de un muro de piedra donde Miguel Gil residía en Monte Coello, en la parroquia de Lourido. Allí fueron aquella tarde Genoveva, que tenía 62 años, y su hija Noelia, de 26, a recoger unas escaleras suyas que el hombre tenía en la casa. De fondo existía un contexto de desencuentros familiares y malas relaciones.

Fiscalía y acusaciones afirman que, sin mediar provocación alguna por parte de las víctimas, el acusado les disparó tres veces a una distancia de centímetros con una pistola semiautomática. “Lo hizo a matar, apuntando al esternón y al corazón; fue prácticamente una ejecución, era imposible salir de la dirección de las balas”, describieron los abogados. “Ninguna prueba hay”, añadieron, de que las mujeres llegasen allí con aperos de labranza. Al contrario, las acusaciones consideran que, dado que la hoz y la azada aparecieron bajo las víctimas, “pudo” ser el agresor quien los puso allí tras matarlas y tras “mover los cuerpos” y cubrirlos con una especie de lona blanca: “Las balas percutidas aparecieron en un sitio y los cadáveres en otra”.

Frente a la contundente posición de las acusaciones, la abogada defensora pidió al jurado que exculpe a su representado de los asesinatos –solo plantea un año de cárcel por la tenencia ilícita de armas– porque actuó, dijo, en “legítima defensa” y bajo un “miedo insuperable” ya que las víctimas, alegó, entraron en la chabola “derribando” la puerta de entrada y “armadas” con los aperos. “¿Qué alternativas tenía Miguel? Si no tuviera esa pistola en casa, el que habría fallecido sería él”, expuso la letrada, presentando a su cliente como un hombre enfermo que tiene reconocida una “incapacidad absoluta” por sus problemas de corazón, su “déficit visual”, una lumbalgia crónica y una disfasia consecuencia de un ictus: “Vivía en un lugar aislado; con todo eso no podía salir corriendo y escapar”.

“Pensaron que tenían más cojones que yo y se equivocaron; estaba harto de ellas”

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Sin arrepentimiento

La declaración del acusado –solo respondió a su abogada– fue cruda. Su versión es que aquel día estaba viendo la tele en el galpón y que su hermana y su sobrina irrumpieron allí tirando “la puerta abajo” y armadas “con un machete y un sacho” para recuperar una escalera. Miguel Gil, con antecedentes por diferentes delitos por uno de los cuales ya estuvo en A Lama, afirmó que ambas pudieron irse con la escalera cuando se escuchó la furgoneta de un vecino, pero, en un interrogatorio dirigido por su letrada, ahondó que en vez de marcharse volvieron a por él porque “venían a matarme las sinvergüenzas”.

“Me tuve que defender de ellas, era su vida o la mía; les di en el corazón por mala suerte”

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“No quería matarlas, no tenía intención, pero tuve que defenderme, era su vida o la mía; por mis problemas físicos no podía escapar, no podía hacer nada”, dijo en una primera ocasión. Acto seguido fue todavía más concreto sobre estos hechos y no mostró ningún arrepentimiento. “Cuando vinieron de segunda vuelta les dije: ‘Mira bien lo que tengo [en referencia a la pistola], si das un paso más te pego un tiro en el corazón’. Estaban a un metro y medio. Entonces levantaron el sacho y el machete y dije, ‘¿cómo?’. Cargué y pum, pum. No me lo pensé dos veces, estaba harto de ellas, harto”, manifestó con rabia. “Pensaban que tenían más cojones que yo, pero se equivocaron. Vinieron a buscar la muerte a mi casa. Era yo o ellas”, ahondó. A lo largo de su testimonio afirmó que la “mala relación” con ellas, que “toda esta historia”, partió de que en su día le dieron “un piso” en herencia. Y, de forma confusa, negó tener “relación” con la muerte de un hijo y hermano de las víctimas.

Miguel Gil, que confesó los asesinatos a dos vecinos, escondió la pistola aquella tarde de agosto, pero poco después era hallada cerca de su casa, en un depósito ubicado en una zona de vegetación. El jurado le hizo ayer dos preguntas, una de ellas la de por qué, de ser verdad que se sentía amenazado, no disparó simplemente al aire. El acusado respondió que dio en el corazón a las víctimas “por mala suerte”

Un familiar relata amenazas previas

La primera sesión del juicio fue maratoniana. Por la mañana se llevó a cabo la selección del jurado. Ya por la tarde, tras la lectura de los escritos de la Fiscalía y de los abogados y tras la exposición de sus informes iniciales ante el tribunal popular, declaró el acusado. Fue un interrogatorio intenso por su contenido pero que apenas duró unos minutos, ya que solo contestó a su letrada. Y a continuación empezaron a comparecer los testigos: tres familiares de las víctimas y uno de los primeros policías locales de Soutomaior que el día del doble crimen llegó a la chabola del acusado. “Hice lo que tenía que hacer”, relató el agente que le manifestó el presunto asesino aquella tarde. “Nos dijo que había discutido con ellas y que las mató”, ahondó.

Los familiares que comparecieron fueron el hijo y hermano de las víctimas, así como el exmarido y el que en aquellas fechas era la pareja de Genoveva. El primero contó que aunque había una mala relación de fondo, su madre siempre acababa ayudando al acusado dándole cobijo o comida: “Decía que era su hermano, que era de su misma sangre”. Ya había habido amenazas previas por parte del procesado: “Decía por el pueblo que le habían robado la herencia, que tenía una pistola y que iba a matar a la familia”. E insistió en que su madre, que sufría osteoporosis, que llevaba una prótesis de rodilla y que tenía problemas de movilidad, no estaba en condiciones de intentar atacar a nadie como alegó el procesado. 

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