"Sé que estuvo una hora con ella, porque es la peor hora de mi vida; no la voy a olvida nunca. Cuando vi que el cliente se había ido sin avisar y sin cerrar la puerta de la calle, fui hacia la habitación donde había estado con Elena (el nombre de trabajo que usaba Arliene Ramos). Según iba avanzando por ese pasillo hacia la habitación ya sabía que algo malo había pasado. Cuando entré, ella estaba sobre la cama, convulsionando y lo primero que pensé es: le ha cortado el cuello".

La descripción la realizó este jueves, en la cuarta sesión del juicio contra el presunto asesino en serie Jorge Ignacio P. J., la encargada de la casa de citas del número 78 de la Gran Vía Marqués del Turia, esquina con Cánovas, en el que el acusado cometió el 25 de marzo de 2019 el que se considera su primer asesinato, el de Arliene Ramos, una mujer brasileña de 31 años que fue dada oficialmente por muerta el 3 de abril, tras nueve días de agonía en la UCI del Hospital Clínico de Valencia.

Aquella madrugada, recordó la testigo, había cuatro mujeres en el piso, ubicado en la cuarta planta del edificio. En la vivienda, "muy grande, con seis habitaciones", estaban esa noche Arliene, que llevaba 15 días en ese piso, una amiga suya también brasileña a la que conocía desde la infancia, otra chica colombiana y la testigo, de origen cubano.

"Había preparado espaguetis y estábamos a punto de cenar cuando sonó el timbre", explicó la mujer, acompañada en todo momento por la psicóloga de la oficina de atención a la víctima, que tuvo que intervenir en varias ocasiones para aliviar la tensión y el nerviosismo de la testigo. "Yo le abrí la puerta. Lo pasé a una habitación y él nunca me miró. Allí se sentó y me dijo: ‘Quiero conocer chicas a las que les guste la fiesta blanca’. Se lo dije a Elena (Arliene) y a su amiga, que entraron juntas, y eligió a Arliene. "La fiesta blanca", aclaró también esta testigo, como todas las que han desfilado ya por la sala "es consumir cocaína por la nariz, no introducirla por la vagina, ni nada. Nadie consume cocaína por la vagina", sentenció.

"Supe que le había hecho algo malo"

"Fueron a la habitación del fondo, la última. Era la más coqueta, con una cama redonda, muy grande, muy íntima. Está al final de un pasillo largo, como desde aquí hasta la puerta", describió, señalando una distancia de unos diez metros. Eran las 2.51 horas, según registró la cámara de seguridad instalada en la entrada del prostíbulo y cuya existencia desconocía el presunto asesino en serie.

La encargada, que era quien avisaba con toques en la puerta una vez vencido el tiempo contratado, en este caso, una hora, se sentó "en el sofá de la salita de la entrada. Yo no veía lo de fuera pero sí escuchaba". Cuando faltaban "unos cinco minutos para que se acabara la hora, escuché pasos en el pasillo y el sonido de la puerta de la calle al abrirse, pero no al cerrarse. Me pareció muy raro y fui a ver". No se equivocaba, la puerta estaba entreabierta. La misma cámara registró la salida, tranquila y pausada, de Jorge Ignacio P. J. a las 4.02 horas de esa madrugada.

La testigo fue inmediatamente hacia la habitación. "Empecé a avanzar por el pasillo. Sabía que algo pasaba. No era normal que no me contestase. La puerta estaba entreabierta y todo oscuro". La testigo se para, angustiada; llora en silencio. Tarda unos instantes en reponerse. La magistrada la anima a que respire y se tome su tiempo. La mujer se repone y continúa el relato: "Entré un poco. Ella estaba tirada sobre la cama, pensé que le había cortado el cuello. No tuve el valor de entrar. Empecé a gritar y llamé a su amiga. Estaba convulsionando".

Entre ambas, la cogieron y la sacaron por el pasillo. "Yo le preguntaba ‘¿qué te hizo que te hizo?, pero no contestaba. Quería hablarme, pero no podía".

"Acudí a la chica colombiana, pero no tenía papeles y salió huyendo. Creo que fue ella quien llamó a la ambulancia y luego se fue corriendo. Yo solo quería salvarla. Entre su amiga y yo la cargamos, pesaba mucho, porque era muy alta. Su amiga dijo que había que vestirla y yo le dije, ‘qué más da eso ahora’. En la puerta me agarró muy fuerte, tiraba espuma y sangre por la boca. Quería contarme, quería decirme, pero no podía hablar".

La jueza para de nuevo el interrogatorio ante el estado de angustia y el llanto entrecortado de la testigo, que revivió ayer los hechos con extremo dolor. "Murió convulsionando en la puerta, en mis brazos", clama entre lágrimas. "Mi instinto era bajarla lo más rápido posible, para coger un taxi y no esperar a la ambulancia. En el patio, me di cuenta de que estaba muerta. Paramos en el patio y yo salí a la calle. Paré un taxi y le pedí ayuda. Me contestó que no, que él no quería problemas y se fue. En ese momento apareció una ambulancia y se la llevaron".

17 pulsaciones y dos paradas

El 3 de abril, el jefe de la UCI del Clínico y responsable de trasplantes del hospital firmó oficialmente su defunción. "Estaba en muerte cerebral desde varios días antes", admitió este jueves el facultativo en el juicio, "pero estuvimos esperando a que llegase su hermana de Brasil para que autorizase la donación de órganos, como así hizo». Fueron el corazón, los pulmones, el hígado y un riñón.

En la habitación del prostíbulo, "que después de eso estuvo cerrada muchos meses", vio sobre una mesilla de cristal, al lado de la cama, "la copa que ella había preparado cocaína esparcida por encima".

Arliene tuvo la primera parada cardiorrespiratoria en el portal. El equipo médico del SAMU tuvo que intubarla e invirtió minutos en resucitarla. La evacuaron al Hospital Clínico y allí la recibió la responsable de urgencias, quien, a preguntas de las partes, aclaró ayer que cuando llegó "había sufrido varias crisis epilépticas, tenía las pupilas dilatadas y no reactivas, que es un síntoma de gravedad, las pulsaciones estaban en 17 por minuto, rayando la parada, y no había pulso carotídeo".

A preguntas de dos de los acusadores particulares, Juan Carlos Navarro e Isabel Carricondo, la médica aclaró que cuando describen que hubo crisis epilépticas, "no significa que la paciente sufriera epilepsia, que en este caso no la tenía" y explicó que esa sucesión de ataques convulsivos que no responden a los tratamientos obedecen, entre otras cosas, a la ingesta de tóxicos.

Nada más entrar en urgencias, "se la llevó al box de críticos. En ese momento estaba en fase 3 de coma. La escala de niveles de conciencia, que es la de Glasgow, va de 1 a 15. Ella estaba en 3 sobre 15, cuando 15 es el máximo nivel de conciencia (el normal), así que sí, estaba más cerca de la muerte".

Pese a que llegó estabilizada, en menos de una hora, a las 5.14 horas, "sufrió otra parada cardiorrespiratoria. Hubo que administrarle dos ampollas de adrenalina y luego la enviamos a la UCI". Antes, "se le tomaron muestras de orina para ver tóxicos. El resultado fue que era positivo en cocaína y negativo en el resto, pero no podemos detectar todos", admitió.

La testigo especificó que, mientras la atendía el SAMU, antes de llegar al hospital, Arliene no había respondido ni a la atropina ni a los fármacos para revertir el efecto de los estupefacientes y que tardó un minuto en reaccionar a la adrenalina inyectada por los servicios de emergencias del SAMU. "Por lo que leo en su informe, de no haber recibido esa asistencia, habría muerto allí".