No se llama Diana Quer, tampoco es Marta del Castillo, aunque tenían la misma edad (17 años) cuando fueron asesinadas. Su nombre es Leidy Vanessa, una menor de origen colombiano afincada en Valencia, cuya desaparición en 2008, y posterior hallazgo del cadáver tres meses después enterrado un paraje de Macastre, apenas tuvo repercusión en los medios de comunicación nacionales.

Su caso fue sobreseído provisionalmente en marzo de 2016 a la espera de localizar a un cuarto sospechoso para tomarle declaración. Tras seis años en un cajón, y gracias a la insistencia de una madre –que inicialmente también estuvo investigada– y su letrado, Jorge García Gasco, el Juzgado de Instrucción número tres de Requena ha reabierto la causa para que el grupo de Homicidios de la Policía Nacional se ponga de nuevo manos a la obra a raíz de nuevas informaciones aparecidas que podrían aportar luz al caso.   

A las 13.10 horas del 2 de junio de 2008 Leidy Vanessa Murillo, de 17 años, sale del Instituto de Educación Secundaria Benlliure, en el valenciano barrio de Zaidía, para ir a comer a casa de una amiga. Jamás llegó allí. Esa misma mañana sus amigas relatan que la adolescente recibió una llamada, pero se desconoce quién y para qué la llamó. 

Hallazgo del cadáver

El 20 de septiembre de 2008 los restos esqueletizados del cuerpo de una mujer, inicialmente los forenses establecieron una estimación de edad algo superior a la de la adolescente, son encontrados por dos amigos que habían salido a pasear por la rambla del Llanorel de Macastre. El cadáver estaba enterrado junto a unos olivos y apenas sobresalía una pierna, fruto de la acción de algún animal escarbando en la tierra. En la inspección técnico policial junto al cuerpo desnudo se encontró un trozo de sujetador negro, un pendiente tipo aro, un anillo y un reloj.

El dueño de los terrenos donde fue encontrado el cadáver de Leidy Vanessa señala el lugar en el que fue hallado su cuerpo en 2008. IGNACIO CABANES

La autopsia concluyó que la víctima había muerto de varios traumatismos en la cabeza pero, debido a que los intentos de identificación del cadáver fueron infructuosos, en enero de 2009 ya se sobreseyó provisionalmente las actuaciones, que en ese momento llevaba la Guardia Civil, al no poder conocer la identidad de la fallecida.

No sería hasta el año 2010, cuando fruto de la investigación que llevaba el grupo de Homicidios de la Policía Nacional, tras cotejar el ADN con el perfil genético de la madre de Leidy Vanessa, los investigadores pusieron nombre y apellidos al cadáver y relacionaron el hallazgo de los restos esqueletizados con la desaparición de la adolescente, como informó en exclusiva Levante-EMV.

Testificales cruzadas

Desde el comienzo de las investigaciones el principal sospechoso de asesinar a la joven fue su padrastro, Omar A. P., quien según pruebas testificales, sentía una supuesta atracción sexual hacia Leidy. El posible móvil sexual del crimen, que dado el estado en que fue hallado el cadáver de la chica no pudo ser ratificado con pruebas médico forenses, sí se sustenta con las declaraciones de testigos, quienes relataron a los investigadores hasta donde llegaba esta supuesta obsesión de su padrastro, controlando a todos aquellos chicos con los que iniciaba una relación y llegando incluso a colocar una cámara en su habitación para grabar a la menor.

El principal encausado, de 46 años, huyó a su país natal, Colombia, a los pocos días de la desaparición de la joven, otro indicio más que lo incrimina. Además a principios de 2008 Omar estuvo trabajando como vigilante en una obra en Macastre próxima al lugar en el que fue hallado el cadáver, por lo que también conocía la zona.  

Pero sin lugar a dudas son las declaraciones de los otros dos investigados por encubrimiento, dos vecinos de Macastre que presuntamente le habrían ayudado a deshacerse del cadáver, la prueba más evidente, por lo menos, para haberlo llevado ya a juicio.

Por un lado, Antonio O., de 57 años, atribuye al otro coacusado, Álvaro J. haberle reconocido que Omar le habría ofrecido dinero por enterrar a alguien por aquellas fechas, concretamente le dijo «que se tenía que deshacer de un marrón». Asimismo le admitió haber cavado un agujero con un pico y que cuando fue a enterrar dos bolsas una contenía «algo blando».

Por su parte, Álvaro J., de 56 años, sostiene que precisamente discutió con su amigo cuando éste le contó que le habían ofrecido unos colombianos –en este caso no dice el nombre de Omar– 1.500 euros por enterrar un cadáver. A finales de 2011, un careo entre los tres acusados –Omar mediante videoconferencia al encontrarse en prisión en Colombia por tráfico de drogas– simplemente sirvió para que se retractaran parcialmente o matizaran sus manifestaciones.

Ahora un juzgado de Requena, abre la puerta para que se realicen nuevas averiguaciones y el caso que había quedado en el ostracismo pueda retomarse donde se dejó.