Asesinos natos

Royo, el antisocial que mató a un amigo de la cárcel en defensa de una mujer

José Antonio Royo apuñaló en el pulmón a un vecino de Zaragoza que conoció en prisión | Empleó un machete de 21 centímetros de hoja que llevaba encima

José Antonio Royo Ballarín, el día del juicio, junto al lugar en el que se produjo el crimen.

José Antonio Royo Ballarín, el día del juicio, junto al lugar en el que se produjo el crimen. / Losada / Vornicu

Luis M. Gabás

José Antonio Royo y Fernando Borja se conocieron en la cárcel, donde estuvieron cumpliendo condenas por robos y tráfico de drogas desde 1992 a 1998. Pero la libertad les duró poco a ambos, pues Royo acabó asesinando a Fernando en 1999 en la calle del Caballo de Zaragoza. Coincidieron en esta zona en la que ya entonces había prostitución callejera y una discusión en defensa de una mujer fue el detonante de este crimen.

El encuentro mortal se produjo, de madrugada, un 24 de julio. A esta calle del zaragozano barrio de El Gancho acudió el asesino, quien estableció contacto con una prostituta que era explotada sexualmente por la víctima, pero, de repente, vio jaleo y decidió acercarse para ver qué pasaba. Descubrió que un hombre estaba golpeando a una mujer y la cara de él le sonaba, era un excompañero de la cárcel de Torrero. No dudó en acercarse más para separarlos.

Royo se llevó al agresor a un mesón que había en la calle Pignatelli, donde el criminal compró un paquete de tabaco y salieron hacia un descampado que había entonces y en el que se aparcaban vehículos. Allí ambos entablaron una discusión inicialmente pacífica que acabó en muerte. El criminal le recordó que todavía le debía dinero como consecuencia de unos dibujos que en la prisión le habría confeccionado para sus tres hijos. Los pequeños tenían 11, 8 y 5 años cuando su padre fue asesinado.

La discusión se zanjó rápido cuando José Antonio Royo, que entonces tenía 30 años, desenvainó un arma blanca de 21 centímetros de hoja –en la sentencia se habla indistintamente de daga y machete– que llevaba encima y con intención de causarle la muerte se la clavó en el pulmón. Murió de forma inmediata, quedando solo ahí mientras se desangraba.

Quien descubrió el cadáver fue la mujer que trabajaba para el fallecido, que trató de evitar que perdiera más sangre, pero su muerte era inevitable. Cuando salió corriendo de allí para pedir ayuda se dejó el bolso y la navaja tipo mariposa que llevaba encima para defenderse.

El asesino abandonó el lugar tranquilamente, yéndose a la cercana calle del Temple. En la puerta de un bar fue sorprendido por la Policía Nacional mientras se estaba liando un porro de hachís. Sus manos todavía tenían restos de sangre y el machete, también manchado, lo llevaba sujeto al cinturón. Estaba tranquilo y cuando los agentes le explicaron por qué le detenían este les espetó: "Me alegro de haberle matado, así he quitado trabajo a la Policía". De esta zona de ocio nocturno situada en el Casco viejo fue trasladado a dependencias policiales, donde los agentes le descubrieron en el pertinente cacheo otra arma blanca tipo cúter.

El juicio se celebró al año siguiente por un tribunal de jurado constituido en la Audiencia Provincial de Zaragoza. En la vista, Royo afirmó que se "enzarzaron" y que vio cómo su oponente tenía intención de sacar algo del bolsillo, por lo que decidió hacer lo propio con el machete y le asestó un golpe en el tórax que le dejó malherido.

Los médicos forenses señalaron que el autor de los hechos era una persona "diestra en el manejo de las armas blancas". También afirmaron que Royo presentaba un "trastorno antisocial de la personalidad", más conocido como "personalidad psicopática", lo que no le hacía inimputable. Una valoración que no gustó nada al joven que ocupaba el banquillo de los acusados, pues cambió su actitud tranquila y silenciosa por llegar incluso a aplaudir de forma irónica.

El incidente se produjo poco después de que el fiscal comenzara su informe. Royo, que llevaba puestas las esposas, se levantó del banquillo, rompió de una patada el mueble que servía de apoyo al proyector de diapositivas y, al amagar con un ataque al magistrado, hacia el que fue directamente, fue interceptado por los agentes y sacado de la sala de vistas.

Posteriormente, al final de los informes de las partes, regresó para transmitir a la familia, a través del abogado Roberto Gállego, sus "disculpas, respeto y condolencias".

La Fiscalía y el letrado de la familia del fallecido coincidieron en solicitar 18 años de prisión, tras intentar convencer al jurado popular de que el acusado "tenía intención de matar y, posteriormente, se mostró satisfecho de haberlo hecho". Además, destacaron que "no existían datos objetivos para que el acusado se sintiera amenazado por la víctima".

Unas explicaciones que el tribunal popular valoró en un veredicto de culpabilidad en el que consideraron que Royo actuó con alevosía porque Fernando se encontraba en una actitud "relajada" y que "tenía ánimo de matar". Nada que ver con la defensa, quien alegó en un primer momento un delito de lesiones en concurrencia con un homicidio no intencionado o, alternativamente, un homicidio simple al estimar que no hubo intención de matar en ningún momento.

Finalmente, el juez que presidió el juicio decidió imponer 15 años de prisión por un delito de asesinato a José Antonio Royo, además de pagar 20 millones de las antiguas pesetas a la esposa del fallecido y siete millones más para cada uno de los tres hijos, aunque se había declarado insolvente.

El juez justificó la condena por la pena mínima al entender que "no cabe duda de que su conducta no se rige por parámetros sociales ordinarios, y su personalidad, con una pena más alta, se podría desestructurar todavía más". En la sentencia también se dejó claro que no cabían ni las atenuantes ni las agravantes y que actuó "llevado de su odio y rencor" hacia la víctima y que le clavó el machete de 21 centímetros de hoja con la intención de "causarle la muerte sin que pudiera defenderse".