Que el infortunio llegue a truncar una vida es imprevisible. Pasa de repente, en un segundo que lo cambia y lo precipita todo. Así ha sido para María y Marcos, y en este caso, que el nombre de ella vaya por delante no es casual, porque el de él ya ha protagonizado más de un titular en las crónicas de sucesos. Marcos Troitiño es el guardia civil que fue atropellado hace tres meses en Castellón en el cumplimiento del que consideraba su deber, incluso fuera de servicio. Un funesto accidente que lo dejó postrado en una cama de hospital con una severa lesión cerebral.
Marcos es la razón de ser de esta crónica, pero la protagonista es María, su mujer, porque como en todos los sucesos, aunque en un momento dado se deje de escribir sobre ellos, siguen contándose en el día a día de sus víctimas, directas e indirectas.
María, sobre todo, quiere poner en valor «la entrega de mi marido a su trabajo en todos los aspectos», porque Marcos escogió ser guardia civil para ponerse al servicio de los demás, de su bienestar. Y como ella remarca, «es guardia civil todo el tiempo, incluso cuando se quita el uniforme». Ahora no puede, le toca librar otra dura batalla, la de su regreso, que pende de un hilo porque aquel día «solo quiso ayudar, es una buena persona».
Su mujer también está librando la suya y aunque remarca que no está sola, que su familia, los sanitarios, la Guardia Civil no la han soltado de la mano en todos estos meses, el trípode que formaban ellos dos y su hija ha perdido la estabilidad.
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María no ha querido recuperar ahora su historia para dar lástima a nadie. De algún modo, dentro de su desgracia, de este destino inmerecido que les tenía reservada la vida, quiere que su experiencia sea útil para otras personas en su misma situación.
Dice con franqueza y un inevitable poso de tristeza, que hasta hace unas semanas a su marido «lo querían desahuciar». Pese a que el accidente se produjo en Castellón y él prestaba servicio en el cuartel de Burriana, estaba ingresado en un hospital de Gijón porque querían estar cerca de la familia, indispensable en estas tesituras. Allí les dijeron que «lo llevaban a un geriátrico donde le darían cuidados básicos». Descubrió a las duras, que en la Sanidad Pública «no hay una unidad específica de tratamiento cerebral».
«Aunque el protocolo establece que deben informar de todas las opciones, nadie nos dijo que hay centros especializados con medios para tratar a Marcos»
María no habla para reprochar nada a nadie, solo lamenta el tiempo perdido porque, aunque «el protocolo establece que deben informar de todas las opciones», nadie les dijo que hay centros especializados donde los medios, aunque costosos, dan alas y posibilidades a la esperanza, y que están cubiertos por el seguro del vehículo que lo atropelló. Y esa es la clave. La póliza se hace cargo de cualquier tratamiento que Marcos necesite recibir, «si no fuera así, no podríamos habernos permitido su ingreso» en una clínica Quirón para daño cerebral de Pontevedra, donde vive la familia de él.
Llegar hasta el momento actual ha sido un tortuoso camino para María. Sola, en el fondo, frente a un abismo ante el que no tenía intención de resignarse, investigó, buscó opciones, y dio con la Federación Española de Daño Cerebral Adquirido, que le abrió la puerta a la existencia de una serie de centros por toda España «que tratan a pacientes como Marcos y donde mejoran su calidad de vida en la medida de lo posible» a través de tratamientos de neuroestimulación y neurorehabilitación. Ahora sabe que uno de los pioneros es un hospital Vithas de la ciudad de València.
Saber a dónde acudir
Dice que todo habría sido distinto desde el primer momento de haber tenido esa valiosa información y por ello expone que «si alguien se ve en una situación como la nuestra, debe ponerse en contacto de inmediato con la Federación, porque el tiempo, en estos casos, es importante».
El suyo, el tiempo pasado, ya no aporta nada, por eso María y Marcos se aferran a lo que les depara el mañana, «no sabemos hasta dónde llegará, pero yo confío en que todo saldrá bien».