La ciencia está revuelta desde que la crisis planetaria amenaza la vida en el planeta: ha demostrado el origen antropológico del cambio climático y salido pacíficamente a la calle para detener la carrera hacia al abismo al que nos conduce la gestión de la crisis global. Puede que lo esté consiguiendo.

Algo parece indicar que la ciencia podría cambiar la deriva del mundo. Se trata de pequeños y sólidos indicios de que algo está ocurriendo entre los bastidores de la sociedad contemporánea, aunque todavía no se sabe si estas reacciones serán suficientes para disipar el abismo al que nos conduce la actual gestión de la crisis global.

La comunidad científica no solo ha tomado conciencia de la crisis planetaria, como anticipó prematuramente Svante Arrhenius, Premio Nobel de Química en 1903, que en algunos de sus trabajos dejó constancia de la influencia de la actividad humana en el cambio climático.

En la actualidad, la comunidad científica ha documentado hasta la saciedad, con miles de billones de datos, que la Tierra está amenazada de muerte debido a la actividad humana, tal como había sugerido Arrhenius. También se ha movilizado para trascender el marco académico y sensibilizar a la sociedad de los peligros que acechan a la especie humana.

Los síntomas de esta evolución de la comunidad científica son claros: el mes pasado, más de 1.000 científicos de 25 países, entre ellos España, convocados por el movimiento Scientist Rebellion, desarrollaron una serie de manifestaciones y protestas a lo largo y ancho del mundo que terminaron en arrestos temporales.

Momento de la detención, el mes pasado ante el Congreso de los Diputados en Madrid, del científico histórico de la FAO, José Esquinas. Rodri Mínguez

También en España

Fue lo que ocurrió el 6 de abril, también, a las puertas del Congreso de España, con dos científicos notables, Fernando Valladares (CSIC) o José Esquinas (un histórico de la FAO), quien explicó a los policías que le detenían: “yo estoy aquí luchando por usted, su familia, sus hijos y nietos.”

Scientific American, una revista de divulgación científica fundada en 1845 en la que incluso ha escrito Albert Einstein, cita a Peter Kalmus, científico climático de la NASA, para explicar el origen de esta rebelión científica: “no tiene sentido que los científicos permanezcan en silencio cuando su ciencia les informa sobre el riesgo existencial de un peligro claro y presente que está aumentando muy, muy rápidamente”.

“Los científicos del mundo han sido ignorados y esto tiene que parar… es hora de que todos nos levantemos y tomemos riesgos y hagamos sacrificios por este hermoso planeta que nos da vida, que nos da aire saludable”, añade Kalmus.

Su decepción y desesperación ante lo que está pasando podría ser suscrita por cualquier científico de nuestros días: “me siento realmente desesperado y aterrorizado… puedo ver muy claramente hacia dónde nos dirigimos en términos de cambio climático, y no percibo ningún impulso o intención por parte de los líderes mundiales de realmente cuidar este planeta y de resolver este problema, que realmente necesita acabar con la industria de los combustibles fósiles lo más rápido posible”, dice Kalmus.

Científicos españoles sujetando pancartas en una acción de desobediencia civil frente al Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico el pasado 21 de octubre. En el centro Elena González Egea. Extinction Rebellion.

Impacto generacional

Esta desesperación ha alcanzado de lleno a las nuevas generaciones de científicos. Elena González Egea, Investigadora postdoctoral en Astrofísica, Universidad Hertfordshire (UK), ha abandonado su carrera científica para dedicarse al activismo climático y a la desobediencia civil como “única opción coherente con los tiempos actuales”, asegura en respuesta a una encuesta de T21 a un grupo de científicos.

Elena es una de las muchas científicas que han tomado esa decisión ante lo que Agnès Delage, profesora de la Universidad de Marsella, llama holocausto climático. Delage, que también forma parte de esta rebelión científica desde su posición académica, señala que la comunidad científica sabe lo que está pasando desde hace 50 años, cuando en 1972 señaló los límites del crecimiento.

González Egea añade que “nos hemos dado cuenta de que décadas de estudios e informes sobre la crisis climática y ecológica no han servido de nada, porque nuestros gobiernos no nos han escuchado. También de que el problema ha dejado de ser un problema científico para pasar a ser un problema político, de que tenemos que actuar de acuerdo con la emergencia en la que nos encontramos y unirnos a los movimientos de resistencia civil por todo el mundo”, sentencia.

Mauricio Misquero, doctor en Física y Matemáticas e investigador aeroespacial (Marie Slodowska-Curie Early Stage Researcher) en un proyecto enmarcado en el programa europeo Horizonte 2020, es otro de los científicos que ha abandonado la investigación científica porque “nos encontramos en un momento crítico”.

Añade que abandonó la investigación porque “sentía que estaba colaborando con el espejismo con el que tienen hipnotizada a una buena parte de la gente: la fantasía espacial”.

Considera también que “la comunidad científica tiene una responsabilidad extra porque cuenta con el privilegio de entender de una manera muy precisa lo que está pasando y cuenta con credibilidad social, por lo que tenemos que abandonar nuestras posiciones de privilegio, arriesgarnos a cuestionar abiertamente el sistema y asumir las consecuencias”.

Movilización científica

La revista Scientific American constata asimismo que, históricamente, la comunidad científica ha expresado opiniones encontradas sobre hasta qué punto los científicos también deberían convertirse en activistas en temas relacionados con su propio trabajo.

Sin embargo, todo cambió en el año 2000, cuando la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos planteó abiertamente la necesidad de que los científicos trascendieran el marco académico para implicarse en compromisos personales y alertar de la crisis planetaria, explica Eduardo Costas, catedrático de genética en la Universidad Complutense de Madrid.

Añade que aquel posicionamiento cambió las líneas de investigación de muchos grupos de científicos, y que la movilización científica subsiguiente ha provocado un impacto significativo en el mundo económico tradicional.

Cita el último informe del Grupo Pictet, importante gestor de inversión con sede en Ginebra, que ha asumido muchos de los pronunciamientos científicos sobre la crisis planetaria.

¿Está cambiando la percepción económica de la crisis planetaria? Gerd Altmann en Pixabay.

Informe radical

El informe afirma que “el sistema económico capitalista ha generado externalidades negativas: cambio climático, obstáculos para una atención sanitaria de primera clase, eficacia decreciente de los sistemas de educación públicos y desigualdades en el reparto de renta y riqueza”.

Se trata de un pronunciamiento empresarial que es mucho más radical y directo que el del último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), perteneciente al sistema de Naciones Unidas, que fue censurado por los políticos para suavizar las advertencias de los científicos, según denunció Scientist Rebellion.

“Sabiendo ahora lo que sabemos sobre el impacto de los combustibles fósiles, de la extracción minera, de la deforestación y la degradación de los ecosistemas, los responsables tienen nombres y apellidos. Pero en el momento actual, no se designan todavía como los grandes criminales que son para la especie a la que pertenecen y para la vida en el planeta que habitan”, explica Agnès Delage.

Eduardo Costas respalda con datos lo que dice Delage sobre el origen desigual de la crisis planetaria: “el 1% de las personas más ricas del mundo son responsables de más del doble del impacto ambiental que genera el 50% de las personas más pobres.” Y añade: “a la sociedad le resulta más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del sistema capitalista”.

Declive científico

Costas destaca también que la crisis planetaria coincide en el tiempo con el declive de la cultura científica en la sociedad, intoxicada con teorías e informaciones no solo contrarias a la verdad, sino también ajenas a la ciencia y a lo que sabemos con certeza del mundo y su evolución.

Y constata con amargura: “trabajar en ciencia es hoy una mala alternativa de vida, precisamente cuando más necesitamos que los científicos trabajen para conocer y comprender el cambio global, considerado el mayor peligro al que jamás se haya enfrentado la humanidad, según la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Ese trabajo científico es la única forma de buscar soluciones”, concluye Costas.

Lo que puede concluirse de esta indagación sobre el estado de la ciencia es que Tierra está en estado terminal y que un número creciente de científicos no están dispuestos a permitir un desenlace fatal para la vida en la Tierra.

Están tomando las calles, inspirándose en los históricos movimientos de la no violencia, para detener la locura colectiva que nos conduce al abismo. Y cuestionan abiertamente el sistema global que hasta ahora ha contemplado indiferente la deriva del mundo.