El informe elaborado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts para el Club de Roma, publicado en 1972, alertaba de las consecuencias de un crecimiento económico indefinido. Según el informe, de continuar las tendencias de aquel momento se produciría una catástrofe planetaria a lo largo del siglo XXI. A pesar de las fuertes críticas recibidas, la idea de la insostenibilidad del crecimiento indefinido ha sido reforzada por estudios posteriores que coinciden en la necesidad de cambios radicales en nuestros sistemas económicos.

Ramón Muñoz-Chápuli (*)

En marzo de 1972, hace cincuenta años, se publicó un informe elaborado por un equipo interdisciplinar del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) dirigido por dos científicos, Donella y Dennis Meadows. Este informe se había elaborado por encargo del Club de Roma, una organización fundada en 1968 por un grupo de empresarios, científicos y políticos visionarios, conscientes de las amenazas que algunos ya percibían sobre el futuro de la Humanidad. El Club de Roma solicitó al Grupo de Dinámica de Sistemas del MIT que elaborara un modelo informático predictivo que debía considerar cinco variables: población, recursos naturales, capital y producción, alimentos y contaminación. Se trataba de estudiar cómo estas variables interaccionaban entre sí y cuál era el resultado de sus proyecciones hacia el futuro.

Las conclusiones se recogieron en un libro titulado “Los límites del crecimiento”, y fueron tan polémicas como inquietantes. Si se mantenían las tendencias de aquel momento, a lo largo del siglo XXI se produciría un colapso en la producción y en la población, en otras palabras, una catástrofe planetaria. Los investigadores realizaron ajustes en las variables, pero en la mayor parte de los casos, el modelo solo predecía un retraso de algunas décadas en el desastre. La única intervención que permitía alcanzar una situación de equilibrio consistía en una estabilización de la población y del crecimiento económico.

Contexto eufórico

Es necesario situarse en el contexto. En 1972 se vivía una época de crecimiento de la economía y fe en el progreso tecnológico sin precedentes. Los americanos habían llegado a la Luna, los países desarrollados crecían sin interrupciones desde el final de la segunda guerra mundial y faltaba un año para que estallara la primera crisis del petróleo.

No puede sorprendernos que el informe del Club de Roma, cuestionando la viabilidad de un crecimiento ilimitado en un mundo de recursos finitos, fuera recibido con mucho escepticismo. Se criticó que el modelo fuera global, sin considerar la diversidad de situaciones en diferentes partes del mundo. Esto ya había sido asumido por sus autores, que señalaban la necesidad de elaborar modelos más finos del comportamiento de las variables a nivel regional. Se criticó también la falta de confianza en la tecnología, que debería ir solucionando los problemas a medida que fueran apareciendo.

Los responsables del informe sostuvieron que el colapso no podría ser evitado sólo con ajustes técnicos. El modelo había revelado la necesidad de un cambio en los objetivos y comportamientos de la sociedad. No obstante, señalaban los autores del informe, era todavía posible alcanzar un equilibro global satisfaciendo las necesidades materiales básicas, disminuyendo las desigualdades y proporcionando las mismas oportunidades a toda la Humanidad, siempre que se aplicara una estrategia global de transición del crecimiento a la estabilidad. El informe afirmaba también, de forma algo ingenua, que esta tarea correspondía a la generación de aquel momento y no debería ser legada a la siguiente.

“En estos momentos todas las medidas urgentes parecen ser las que garanticen el consumo de energía necesario para mantener el crecimiento, sea cual sea el precio ambiental que haya que pagar por ello”

Ideas reforzadas

Es evidente que esto no sucedió. De hecho, las sucesivas revisiones del informe original del Club de Roma realizadas por las siguientes generaciones no han hecho más que reforzar la idea general. Más allá de los límites del crecimiento (1992), Los límites del crecimiento 30 años después (2004) y 2052: pronóstico global para los próximos cuarenta años (2012), insisten en las mismas conclusiones: no es sostenible a largo plazo un crecimiento continuo en un planeta de recursos limitados y ambientalmente vulnerable. Para los interesados en un enfoque más actual, tienen a su disposición Los límites del crecimiento retomados (2014) de Ugo Bardi, con prólogo de Federico Mayor Zaragoza y epílogo de Jorge Riechmann.

Ha pasado medio siglo desde estas predicciones que fueron descalificadas como catastrofistas y neomalthusianas. Y han pasado muchas cosas en estos cincuenta años. De un lado, los movimientos ecologistas, partidos verdes y activistas por el clima, han asumido el mensaje de que el planeta tiene una capacidad limitada de absorber los impactos de las actividades humanas. Pero quizá no han insistido en la misma medida en que estas actividades pretenden crecer de forma ilimitada y, por tanto, insostenible.

Por otro lado, muchos rechazan la necesidad de poner límites al crecimiento económico, de la misma forma que muchos niegan que el crecimiento provoca un desequilibrio climático, que la desigualdad económica entre países aumenta o que la escasez de recursos desencadenará conflictos entre estados.

Pero estas negaciones no parecen ni razonables ni justificadas por la realidad. Según el último informe del World Inequality Lab, el 10% de la población más rica del planeta recibe el 52% de los ingresos económicos totales, mientras que la mitad más pobre de la población solo obtiene el 8.5% del total. Lo que es peor, aunque el índice de desigualdad entre países ha disminuido en la última década, la desigualdad económica ha aumentado dentro de los países. El crecimiento económico no ha hecho mucho por disminuir desequilibrios en el reparto de la riqueza.

La guerra de Ucrania refuerza las tendencias insostenibles. Efe

Y guerra en Ucrania

Los acontecimientos desencadenados en las últimas semanas por el alza de precios de productos energéticos y la guerra en Ucrania ha revelado muchas cosas acerca de nuestros comportamientos en situaciones de crisis.

Un ejemplo fue la sorprendente propuesta de la Comisión Europea para modificar la clasificación de las energías a efectos de inversión y considerar como verdes la energía nuclear y el gas natural. Pero lo más revelador es el completo olvido en que han caído las conclusiones de las sucesivas “cumbres del clima” que tantos titulares proporcionaron acerca de la “emergencia climática” (recordemos, una emergencia declarada solemnemente por el gobierno español en enero de 2020) y de la necesidad imperiosa de adoptar medidas urgentes e inaplazables para salvar al planeta. En estos momentos todas las medidas urgentes parecen ser las que garanticen el consumo de energía necesario para mantener el crecimiento, sea cual sea el precio ambiental que haya que pagar por ello.

El aniversario de “Los límites del crecimiento” transcurre entre la indiferencia y la negación. Pero debería hacernos reflexionar si la apuesta por un crecimiento indefinido es sensata, incluso en el caso de que fuera posible, algo más que dudoso. Debería recordarnos también que estamos gobernados por dirigentes de toda orientación política que se declaran devotos de la agenda 2030 y sus objetivos de desarrollo sostenible. Pero a pesar de la vistosa puesta en escena que incluye el lucimiento de rosquitos de colores en las solapas, estos gobernantes de todo signo están de acuerdo, con su mentalidad cortoplacista, en mantener unas tendencias insostenibles a medio y largo plazo.

Estamos viviendo las primeras décadas de lo que Jorge Riechmann ha llamado “el siglo de la Gran Prueba”. Una gran prueba a la que ya estamos siendo sometidos y que hace cincuenta años ya se profetizaba en las gráficas implacables de “Los límites del crecimiento”. Muchos piensan que ya hemos sobrepasado esos límites y que las consecuencias serán inevitables. Por desgracia, si no somos capaces de aprender de otra forma, es de temer que estas consecuencias se conviertan en una trágica pedagogía.

(*) Ramón Muñoz-Chápuli (Granada, 1956), vive actualmente en Málaga, donde ha sido Catedrático de Biología Animal en la Universidad hasta su reciente jubilación. Ha publicado un centenar de artículos científicos en revistas nacionales e internacionales. Fue presidente del comité de Ciencias de la Naturaleza de la Comisión Nacional de Evaluación de la Actividad Investigadora. Obtuvo el Premio Spin-off de la UMA y el Premio de Investigación del Consejo Social de la Universidad de Málaga y del Parque Tecnológico de Andalucía. Desempeñó los cargos de Vicedecano de la Facultad de Ciencias y Director de la Escuela de Doctorado de la UMA.

Cómo escapar de la extinción humana: artículos para entender lo que está pasando con el planeta

 

Bajo este epígrafe publicamos una serie de artículos que analizan de forma científicamente rigurosa la crisis planetaria en sus diferentes dimensiones, así como explican cómo afectará a nuestras vidas y el precio que habremos de pagar para escapar de la catástrofe que podría acabar con la vida en la Tierra.

Ofreceremos una visión completa de la problemática, siempre en clave divulgativa, que no solo expondrá los últimos conocimientos sobre biología y ecología, sino también las últimas aportaciones desde campos tan dispares como la neurobiología (intentando ver por qué nos comportamos como lo hacemos cuando destruimos nuestro propio ambiente), e incluso desde la economía más científica.

El objetivo de esta serie de artículos es que cualquier persona pueda no solo entender lo que está pasando, sino también, si así lo desea, comprometerse con el planeta con los conocimientos adecuados que le permitan trascender medidas meramente estéticas.

Como el cambio global que estamos sufriendo es extremadamente complejo, los artículos que intentan explicarlo van a ser relativamente complejos. Pero vale la pena esforzarse para entender el cambio global, ya que es algo extremadamente grave.

Para ello le invitamos a hacer un viaje largo y complejo, pero también divertido, a través de toda esta serie de artículos. Solo después de haber leído muchos de ellos estará en condiciones de entender bien lo que estamos viviendo como especie y de actuar en consecuencia.

 

EDUARDO COSTAS

 

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