Como especie hemos avanzado mucho, pero nuestra naturaleza de cazadores-recolectores sigue en nuestros genes: no solo nos lleva a tener cada vez más cosas, sino a no tener menos de lo que tenemos. Eso explica que nos parezca esencial el crecimiento perpetuo, aunque las leyes físicas digan todo lo contrario. Nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Los sesgos del conocimiento explican la locura de nuestra civilización.

En la actualidad existe un pensamiento mayoritario de que el capitalismo es el único sistema político, social y económico viable. Hasta tal punto es así que nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Pero en la esencia del capitalismo anida la idea del crecimiento continuo. Indudablemente nada de eso tiene una base científica. Pero hoy en día la ciencia puede explicar cuáles son los sesgos del conocimiento que han llevado a buena parte de la humanidad a pensar de esta manera.

La idea que tenemos de lo que es un ser humano se corresponde con un contemporáneo nuestro viviendo en una compleja y masificada sociedad industrial altamente tecnificada.

Pero esto es una rareza.

La transición hacia la sociedad industrial que conocemos comenzó hace apenas alrededor de 250 años, implicando al principio a una parte muy minoritaria de la humanidad.

Somos los mismos

Sin embargo, hace mil veces más tiempo (250.000 años atrás) ya había seres humanos de nuestra especie. Su ADN tenía una secuencia idéntica a la que tenemos nosotros. Su anatomía y su aspecto externo eran como el nuestro. Luchaban para ganarse la vida y sacar adelante a los suyos.

Tenían una cultura compleja. Rendían tributo a sus muertos creyendo en la trascendencia. Y por lo que sabemos sus cerebros eran tan parecidos a los nuestros que, si una máquina del tiempo pudiese traer a humanos recién nacidos de aquel entonces a nuestra época y los criásemos como a nuestros propios hijos, bien podrían acabar siendo ingenieros, médicos, soldadores, futbolistas o camareros.

También se daría lo inverso: si trasladásemos a nuestros recién nacidos 250.000 años atrás podrían ser excelentes cazadores-recolectores.

Por más que nos resulte chocante, no es de extrañar que sea así. Una de las teorías que mejor explican la evolución durante largos períodos de tiempo -el “equilibrio puntuado de la macroevolución”- demuestra que cuando se origina una nueva especie suele mostrar cambios evolutivos muy rápidos. Pero en poco tiempo (geológicamente hablando) se estabiliza y durante la mayor parte de su existencia cambia muy poco.

Pareja sabana pumé en un viaje de caza y recolección en los llanos de Venezuela. Russell D. Greaves.

Selección natural dura

Los primeros seres humanos de nuestra especie aparecieron hace unos 300.000 años. Al principio pudieron cambiar rápidamente. Pero después se estabilizaron: lo que hoy somos los seres humanos de hoy en día ya lo eran nuestros ancestros de hace 200.000 años.

Al principio nuestra especie evolucionó para conseguir la mejor adaptación a una vida de cazadores - recolectores, todo lo inteligentes y tecnificados que se quiera, pero sin dejar de ser más que nómadas organizados en pequeños grupos de no mucho más de 200 personas, que vivieron en una era geológica (el Pleistoceno) caracterizada por un clima duro, impredecible, inestable y cambiante, en el que había que migrar a menudo buscando recursos escasos que se agotaban con rapidez.

Indudablemente sufrieron una selección natural muy dura durante los casi 300.000 años que llevaron esta vida. Solo quienes estaban genéticamente mejor adaptados a estas condiciones extremas fueron capaces de dejar descendientes.

Para ello tenían que estar siempre buscando nuevos recursos. Aunque acabasen de encontrar algo, enseguida tenían que pensar en encontrar lo siguiente. Incluso tras acabar de cazar una presa que daría comida durante un par de días, convenía pensar dónde se podrían encontrar nuevos recursos.

En aquel tiempo conseguir comida era un suceso raro. Un cazador recolector necesitaba batir territorios de muchos kilómetros cuadrados para tener suerte. Por eso solo quienes siempre estaban pensando en cómo conseguir más comida y más bienes lograban sobrevivir y dejar descendientes.

La selección natural favoreció a quienes tenían una ambición desmedida por tener más y más. Solo así pudimos sobrevivir durante cientos de miles de años en la dureza del Pleistoceno.

La ambición, recurso evolutivo

Podría decirse que la selección natural favoreció a quienes tenían una ambición desmedida por tener más y más. Pero solo así pudimos sobrevivir durante cientos de miles de años en la dureza del Pleistoceno.

Sin embargo, hace menos de 10.000 años (apenas una pequeña fracción del tiempo que nuestra especie lleva sobre la Tierra) el clima mejoró enormemente, volviéndose más estable y predecible. Había empezado una nueva era geológica llamada Holoceno.

La mejora del clima que se dio en el Holoceno permitió que independientemente, en varios lugares del mundo (Creciente Fértil, China, Mesoamérica, el Sahel, Nueva Guinea…) la humanidad empezase a cultivar diversas plantas (trigo, cebada, lentejas, guisantes, garbanzos, soja, maíz, caña de azúcar, patatas…). También al mismo tiempo empezó la domesticación de los animales.

A pesar de estos logros, siguió habiendo cazadores recolectores en muchos sitios. Y durante un largo tiempo muchos más que agricultores y ganaderos. Es más, poco a poco se van acumulando las pruebas de que nuestros ancestros abandonaron la agricultura y la ganadería en muchas ocasiones volviendo a su vida de cazadores recolectores.

A los sedentarios les fue peor

No es de extrañar. El estudio de los esqueletos recuperados en ese tiempo indica que quienes apostaron por la vida sedentaria agrícola y ganadera fueron significativamente más bajos, padecieron más enfermedades y tuvieron una vida significativamente menor que los cazadores - recolectores. No era raro que un cazador - recolector superase los 70 años, pero era extremadamente difícil que un agricultor o ganadero alcanzasen los 40.

Aunque tendamos a olvidarlo pagamos un altísimo precio por ser sedentarios. Y también fue así cuando empezó la Revolución Industrial. Pero mientras en los países más avanzados de Europa parte de sus habitantes se convirtieron en ciudadanos de un incipiente mundo industrializado, en muchas partes del mundo seguía habiendo cazadores - recolectores.

No podemos olvidar que los cambios culturales pueden ser muy rápidos. Se puede pasar de ser cazadores recolectores a urbanistas enganchados a internet en una sola generación (o menos).

Por el contrario, los cambios evolutivos son extremadamente lentos. Se producen en las poblaciones como resultado de fuerzas evolutivas como las mutaciones y la selección natural.

Pero las tasas de mutación son del orden de 10 elevado a menos 6 (esto significa que en un gen se da una mutación por cada millón de reproducciones) y las presiones de selección son a menudo mucho menores del 0,1%. Esto hace que requiera el paso de muchísimas generaciones para que ocurran cambios evolutivos destacables.

Cazador-recolector moderno. Podría ser un antepasado nuestro y no notaríamos la diferencia. Graeme Worsfold en Unsplash.

Mismos genes

Por eso, aunque hoy en día vivamos como urbanistas enganchados a internet, nuestros genes siguen siendo los adecuados para una vida de cazadores - recolectores nómadas, el ambiente donde fueron seleccionados durante cerca de 300.000 años. Y, si conseguimos sobrevivir al cambio global antropogénico, todavía seguiremos teniendo genes de cazadores recolectores nómadas durante muchas generaciones más.

Desde hace más de 100 años ha existido un enconado debate sobre cuánto de lo que nos hace humanos es aprendido y cuánto es heredado. O, dicho de otro modo, que es lo que está y lo que no está en nuestros genes. Es una polémica difícil de resolver porque al principio, mientras no se completó la ciencia, hubo mucha ideología. Pero cada vez está más claro que los genes juegan un papel muy relevante.

Simplificando mucho, en el ambiente en que transcurren nuestras vidas aproximadamente las cosas están al 50%. Alrededor de la mitad de nuestra inteligencia y carácter y conducta social se debe a nuestros genes, mientras que la otra mitad depende del ambiente.

Imposible dormirse en los laureles

Pero nuestros genes son genes de cazadores - recolectores y condicionan muchísimo nuestra conducta.

Un cazador - recolector nómada del Pleistoceno era extremadamente pobre comparado con el estándar de los seres humanos actuales. Como mucho tenía algunas pieles con las que cubrirse, un par de herramientas de piedra y hueso y tal vez un collar de cuentas o una estatuilla. En el mejor de los casos cuando tenía suerte si conseguía una reserva de alimentos para los próximos 2 o 3 días. A fin de cuentas, no se puede ser muy rico cuando todo lo que posees lo tienes que cargar con tus propios brazos todos los días durante largas distancias.

En semejantes condiciones nuestros antepasados no podían "dormirse en los laureles”. Encontrar recursos era un suceso raro. Y cuando es difícil que te toque la lotería tienes que jugar mucho para incrementar las probabilidades de que te toque. En un ambiente donde los recursos eran tan escasos e impredecibles, incluso tras terminar de cazar una presa había que salir cuanto antes a seguir buscando comida. Quien se conformaba podría morir de hambre.

La selección natural en tan duro ambiente favoreció que nuestros genes nos hiciesen sentir un ansia desmedida por conseguir nuevas cosas (en aquel tiempo comida, agua, refugio, ropa). En el Pleistoceno, incluso quienes se dedicaban conseguir cosas a tiempo completo apenas podían acumular lo necesario para sobrevivir. Y quienes no lo hicieron así fueron incapaces de dejar descendientes.

Hoy en día vivimos en un mundo de abundancia. No es difícil sobrevivir ni conseguir recursos. Pero nuestros genes siguen siendo los genes de los cazadores - recolectores del Pleistoceno. Y por eso estamos siempre intentando tener más cosas, más dinero, mejor casa… Pero mientras más conseguimos más queremos, como si corriésemos en un cinta de gimnasio donde da igual la distancia recorrida, porque siempre permanecemos en el mismo sitio.

La cuestión es tener más y más cosas. Luca Laurence en Unsplash.

La biología condiciona

No solo esto. El prestigioso Premio Nobel de Princeton, Daniel Kahneman, demostró que nuestra biología no se conforma con condenarnos a correr buscando permanentemente tener más.

Todavía nos condiciona con más fuerza a una numantina resistencia a no tener menos. No tener menos es nuestra mayor obsesión. Nos resistimos a perder algo de lo que tenemos. En el Pleistoceno perder algo podía costar la vida. Ahora no va a afectarnos en nada verdaderamente importante. Pero da igual. Nuestros genes nos hacen que no podamos imaginar nuestra vida teniendo menos.

Esto explica que nos parezca esencial el crecimiento. A fin de cuentas, un sistema capitalista de crecimiento perpetuo es el paraíso terrenal para un cazador recolector.

Desafortunadamente para los deseos de nuestros cerebros, las leyes esenciales de la Física no son las mismas que las de la Economía. Pero la Física siempre gana.

Cómo escapar de la extinción humana: artículos para entender lo que está pasando con el planeta

 

Bajo este epígrafe publicamos una serie de artículos que analizan de forma científicamente rigurosa la crisis planetaria en sus diferentes dimensiones, así como explican cómo afectará a nuestras vidas y el precio que habremos de pagar para escapar de la catástrofe que podría acabar con la vida en la Tierra.

Ofreceremos una visión completa de la problemática, siempre en clave divulgativa, que no solo expondrá los últimos conocimientos sobre biología y ecología, sino también las últimas aportaciones desde campos tan dispares como la neurobiología (intentando ver por qué nos comportamos como lo hacemos cuando destruimos nuestro propio ambiente), e incluso desde la economía más científica.

El objetivo de esta serie de artículos es que cualquier persona pueda no solo entender lo que está pasando, sino también, si así lo desea, comprometerse con el planeta con los conocimientos adecuados que le permitan trascender medidas meramente estéticas.

Como el cambio global que estamos sufriendo es extremadamente complejo, los artículos que intentan explicarlo van a ser relativamente complejos. Pero vale la pena esforzarse para entender el cambio global, ya que es algo extremadamente grave.

Para ello le invitamos a hacer un viaje largo y complejo, pero también divertido, a través de toda esta serie de artículos. Solo después de haber leído muchos de ellos estará en condiciones de entender bien lo que estamos viviendo como especie y de actuar en consecuencia.

 

EDUARDO COSTAS

 

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