Los científicos han descubierto la primera prueba definitiva de que la Luna heredó gases nobles autóctonos del manto terrestre, indicando que realmente se formó como resultado de un violento choque entre la proto-Tierra y un planeta del tamaño de Marte llamado Theia, hace aproximadamente 4.500 millones de años. 

Un estudio realizado por investigadores de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH Zurich), en Suiza, ha concluido que la Luna heredó gases nobles autóctonos del manto de la Tierra por el impacto que propició su formación. La investigación, publicada recientemente en la revista Science Advances, refuerza así la “Teoría del gran impacto”, según la cual nuestro satélite natural se creó luego de una enorme colisión entre la Tierra en formación y otro cuerpo planetario. 

De acuerdo a una nota de prensa, el descubrimiento representa una pieza importante del rompecabezas para comprender cómo se formaron la Luna y, potencialmente, la Tierra y otros cuerpos celestes. El hallazgo se realizó al identificar gases solares en meteoritos lunares que impactaron en la Tierra, y que nunca habían estado expuestos a las emisiones solares en la superficie lunar.

Parida en un violento estallido

Hasta el momento, la “Teoría del gran impacto” es la explicación científica más aceptada sobre la formación de la Luna. Indica que el satélite terrestre se originó como resultado de una colisión entre la joven Tierra y un protoplaneta del tamaño de Marte, que ha sido denominado Theia. Se ha calculado que este gigantesco impacto ocurrió hace 4.533 millones de años: en el momento de la colisión, Theia alcanzó una velocidad de 40.000 kilómetros por hora.

¿Por qué se produjo la colisión? Según los astrónomos, en un primer momento Theia y la proto-Tierra mantenían una órbita similar, pero cuando el primero creció hasta un tamaño comparable al de Marte, aproximadamente unos 30 millones de años después de su formación, las fuerzas de gravedad comenzaron a influir y propiciaron un cambio en su órbita. La modificación fue fatal: después de chocar con la Tierra, Theia estalló y quedó reducido a un conjunto de escombros. 

Sin embargo, los científicos han estimado, según distintas simulaciones por ordenador, que alrededor del 2% de la masa original de Theia terminó conformando un disco de escombros. Aproximadamente la mitad del material de este disco se fusionó e hizo posibles la formación de la Luna, en un máximo de 100 años después del colosal impacto. Ahora, el nuevo estudio suizo parece aportar una nueva prueba concretar en torno a esta teoría.

Las huellas del Sol

Los investigadores analizaron seis muestras de meteoritos lunares obtenidas de la NASA. Los meteoritos están constituidos por roca basáltica, que se formó cuando el magma brotó del interior de la Luna y se enfrió súbitamente. La presencia de capas de basalto adicionales luego de su formación permitió proteger a la roca de los rayos cósmicos y el viento solar. Luego del enfriamiento se formaron partículas de vidrio lunar, entre otros minerales que se encuentran en el magma. 

El equipo de científicos, liderado por Patrizia Will, confirmó que las partículas de vidrio conservan las firmas isotópicas, o huellas dactilares químicas, de los gases solares helio y neón. Los hallazgos respaldan firmemente que la Luna heredó los gases nobles autóctonos de la Tierra, ya que estos meteoritos nunca estuvieron expuestos a los vientos solares en la superficie de la Luna: solo pudieron adquirirlos en nuestro planeta. 

Vale destacar que los científicos emplearon el espectrómetro de masas de gases nobles de última generación llamado "Tom Dooley": se trata del único instrumento en el planeta capaz de detectar concentraciones extremadamente mínimas de helio y neón. Por ejemplo, se empleó para detectar la presencia de estos gases nobles en los granos de 7.000 millones de años de antigüedad del meteorito Murchison, considerado como la materia sólida más antigua conocida hasta el momento.

Referencia

Indigenous noble gases in the Moon’s interior. Will, P., Busemann, H., Riebe, M., Maden, C. Science Advances (2022). DOI:https://doi.org/10.1126/sciadv.abl4920